Grandes maestros de yoga: Tirumalai Krishnamāchārya, el padre del Yoga moderno (1)

2025-09-16

Un sabio increíble cuyos conocimientos y excelencia en el yoga hicieron posible, a partir aproximadamente de mediados del siglo XX, la transmisión de estos saberes en escuelas de Occidente que hoy en día ya se encuentran esparcidas por la mayor parte del planeta. Escribe Ilde Leyda.

Krishnamacharya

 «La diferencia jamás significó incompatibilidad para Krishnamāchārya (…). Todo lo que él pedía era que el propósito fuera sincero»  (T. K. V. Desikachar)

 «El yoga como un sistema de conocimiento que nos permite comprender al hombre en su totalidad dentro de un proceso de cambios vitales e ininterrumpidos» (Dr. Emilio Serrano Herrero)

—¿Tú llegaste a conocer personalmente a Krishnamāchārya? —le pregunté a Martyn Neal.
—En ocasiones, cuando yo entraba o salía de mis clases particulares con T. K. V. Desikachar en Madrás, él se encontraba allí, en el porche de su casa, leyendo, por ejemplo, y me observaba un momento y saludaba con la cabeza. Era ya un hombre casi centenario, pero seguía estando muy lúcido.

Obviamente yo no tuve el honor de conocer a semejante maestro considerado el padre del yoga moderno, tan formidable como mítico desde hace mucho tiempo ya, tan neta como profundamente influyente, tan decisivo en la transmisión y evolución contemporánea del yoga a escala mundial, el cual, nacido en 1888, dejó este mundo en 1989.

Luz de Krishnamāchārya en Dénia

«Se dice que un yogui
está disciplinado por el yoga
cuando su alma se complace
en el conocimiento y en la conciencia»
(Bhagavad Gītā)

La primera noticia que tuve yo del legendario Tirumalai Krishnamāchārya fue a comienzos del año 2002, cuando por primera vez entrara en la escuela de yoga de mi maestra Cristina Sáenz de Ynestrillas en el número 44 de la calle Loreto de Dénia: en una de las amplias paredes blancas de la gran sala del primer piso, próxima a la mesa de trabajo de Cristina, a la pizarra, al espacio que ocupaba ella al impartir sus clases magistrales, se encontraba colgada una gran fotografía de un Krishnamāchārya centenario en un evidente estado de luminosidad, de sabiduría clara, de límpida bienaventuranza personal. Era una imagen perfectamente escogida que personificaba en toda su plenitud la esencia, la profundidad, el valor inconmensurable, la potente delicadeza radiante, el aura sumamente grata, expansiva, esa energía vital verdaderamente inefable del yoga más genuino.

Ahora bien, quizá la cuestión de partida de este texto habría de ser cómo me atrevo yo a publicar nada acerca de un yogui y profesor de yoga tan descomunal, tan venerado, tan del todo inaprehensible para nosotros… La pura verdad es que cualquiera que me conozca mínimamente bien sabe con qué mimo y respeto, con qué atención y cuidado, trato yo todo lo relacionado con esta ciencia milenaria de mejoramiento personal que a mí me ha aportado tanto a lo largo de ya más de veinte años de práctica ininterrumpida… Así que del mismo modo atiendo, claro, también a todo lo relativo a este sabio increíble cuyos conocimientos y excelencia en el yoga hicieron posible, a partir aproximadamente de mediados del siglo XX, la transmisión de estos saberes en escuelas de Occidente que hoy en día ya se encuentran esparcidas por la mayor parte del planeta, escuelas similares a las que yo he tenido y tengo aún la suerte de poder asistir. Sobra pues recalcar que he escrito estas líneas con el máximo respeto y esmero. Si, pese a todo ello, algún lector o lectora encontrara en ellas alguna incongruencia, la más mínima inexactitud, ya no digamos si se percibiese en mis palabras alguna falsedad, pediría que se me informara de la hipotética errata o imprecisión en cuestión para, por supuesto, subsanarla de inmediato.

Biografía

Tirumalai Krishnamāchārya nació el 18 de noviembre de 1888 en Muchukundapuram, una pequeña aldea del sur de la India. Entonces la India estaba considerada la joya de la corona del vasto Imperio Británico, la primera potencia mundial de la época. Nació en una familia de yoguis de la casta de los brahmanes, la casta dedicada al estudio y a la conservación y a la transmisión de los distintos saberes de la antiquísima y riquísima cultura de la India, del Conocimiento, de generación en generación a través de linajes que se remontan a lo largo de siglos y, en ocasiones, aun de milenios. «Mi padre pudo rastrear su linaje hasta uno de los más grandes yoguis de la historia, Nāthamuni, que vivió hace mil años», escribiera T. K. V. Desikachar.

«…renacer en una familia de yoguis, donde la sabiduría
del yoga brilla; pero nacer en una familia así
es un raro evento en este mundo.» (Bhagavad Gîtâ)

 A la temprana edad de cinco años sus padres empezaron a introducirle en la práctica del yoga. Cuando tenía doce su familia se mudó a Mysore, donde pudo estudiar lógica, gramática y las escrituras hindúes. A los dieciocho se marchó a Benarés para asistir a la universidad y allí estudió sánscrito y siguió aprendiendo lógica. Después de tres años regresó a Mysore y estudió, entre 1909 y 1914, el Vedanta y música.

A continuación prosiguió en la universidad muy seriamente su dominio de los seis Darshana (los seis Espejos), las seis escuelas de pensamiento que emanan de la filosofía védica y una de las cuales es el Yoga.

Durante las vacaciones hacía peregrinajes al Himalaya en pos de más conocimiento y allí encontró a su gurú, Sri Ramamohan Brahmachari. «Su escuela era únicamente una cueva, cercana al lago Manasarovar», atestiguaba el propio Krishnamāchārya. Y acerca de esto reflexionaba su hijo y alumno destacado T. K. V. Desikachar:

«¿Cuáles eran los estudios en la cueva? Sé que abarcaban toda la filosofía y la ciencia mental del yoga; su uso en el diagnóstico y el tratamiento de la enfermedad; y la práctica y la perfección de āsana y prānāyāma. De Sri Ramamohan mi padre no sólo aprendió los Yoga-Sūtra de Patañjali de memoria, sino que también aprendió a cantarlos con una exactitud de pronunciación, tono e inflexión que resonaban lo más semejantes posible a su primera pronunciación miles de años antes. Y no hay duda de que dentro de esa cueva mi padre adquirió poderes asombrosos, entre los cuales detener el latido de su corazón y la respiración eran sólo una parte. Nadie sabrá jamás la verdadera extensión de los conocimientos que Sri Ramamohan impartía.»

Krishnamāchārya permaneció más de siete años en el Himalaya aprendiendo de su gurú, quien le conminó a que en pago por sus enseñanzas lo que debía hacer era instalarse en una gran ciudad, formar una familia y dedicarse a transmitir el yoga. Así que volvió a Mysore en 1924. Allí creó su familia y comenzó a tratar mediante prácticas yóguicas, dieta y remedios herbales al maharajá, de modo que su mala salud mejoró rápidamente y, en poco tiempo, se convirtió no solo en su profesor de yoga sino también en su amigo y consejero.

Ya en 1952, en una India finalmente independizada de Gran Bretaña, tuvo que mudarse por motivos económicos con su familia a Madrás (actual Chennai), la cuarta ciudad más populosa del país, donde residió hasta su fallecimiento en 1989. «Madrás era un escenario ideal para Krishnamāchārya (…). Es un centro vigoroso de esfuerzo espiritual, artístico e intelectual –y ha sido así durante muchos siglos–. Prevalecen la tolerancia y un espíritu genuino de investigación (…). Existen escuelas dedicadas a la preservación y a la perpetuación del arte, de la danza y el teatro, y centros dedicados a las enseñanzas de sabios tan reverenciados como Ramakrishna y Vivekananda», recordaba TKV Desikachar.

A continuar en una segunda parte próximamente.

Ilde Leyda es profesor de Yoga.