¿Estudiantes o clientes? Dos perspectivas diferentes

2019-09-09

Comienzo de curso, las escuelas y los profesionales del yoga aprovechamos para lanzar nuevos programas. Los inicios de ciclo son momentos determinantes para el funcionamiento de nuestros planes, por ello me gustaría que le diéramos algo de atención a la diferencia entre trabajar con clientes o con alumnos. Escribe Zaira Leal.

En los últimos años parece que no existe distinción alguna entre ambas personas, el cliente y el alumno, cuando los matices que caracterizan a uno y a otro nos llevan a establecer relaciones muy diferentes con el público que se beneficia de nuestro trabajo.

En un artículo que leí hace poco, la fallecida Maty Ezraki, gran yoguini y fundadora de Yoga Works, decía que “los estudiantes no son clientes”. Algo tan simple como esto cambia la perspectiva completamente sobre cómo enfocamos nuestra práctica y, si somos profesores, nuestra enseñanza o negocio.

EE.UU. es el país a la cabeza del gran boom del yoga que ha tenido lugar en los últimos años y allí la mayoría de las interacciones humanas están vinculadas a una transacción comercial subyacente, por lo que el alumno de yoga se ha convertido en un cliente consumidor más que otra cosa.

Una anécdota que viví recientemente lo ejemplifica claramente: fui contratada para impartir una serie de clases de yoga a un grupo de futuras escritoras neoyorquinas que venían a Mallorca a encontrar su propia voz y a aprender a expresarla a través de la palabra. ¡Una maravilla de retiro para cualquier persona interesada en crecer internamente y en dar voz a su ser profundo! El lugar donde se celebraba era ideal y el programa un sueño. Sin embargo, mi sorpresa fue monumental cuando desde la primera clase las alumnas entraban y salían de la sala de yoga cuando les daba la gana, hablaban y se hacían fotos en mitad de la clase. Al cabo de los días me di cuenta de que el problema de base era que para ellas el yoga se consideraba un objeto de consumo más y lo trataban del mismo modo que cuando se deja media hamburguesa mordisqueada y los restos de las patatas embadurnadas de kétchup sobre la bandeja de un happy meal.

El respeto a la transmisión de conocimiento

El “yo pago y hago de lo que compro lo que quiero” es una actitud bastante habitual en todas partes, para nada se piensa en la comida que no se come y que se tira y no digamos ya en el esfuerzo de todas las personas y animales que hacen posible que uno se siente a comer, pero, ética de la alimentación aparte, me entristecía ver cómo esta misma actitud se había trasladado a mi querida práctica espiritual.

Nunca en la historia del yoga ha existido una difusión tan generalizada de las enseñanzas. Muchas eran guardadas con celo, sólo transmitidas a alumnos aventajados cuyos cuerpos energéticos estuvieran lo suficientemente fuertes como para canalizar la cantidad de energía que generaban ciertas prácticas. Existía un protocolo de admisión a las mandirams y ashrams. Tradicionalmente el alumno debía pasar unas pruebas de ingreso. Esto no tendría que resultarnos tan extraño, pues nosotros tenemos que hacer eso antes de ingresar en la universidad y en otras instituciones de enseñanza, de modo que también forma parte de nuestra configuración del mundo. Por otro lado, la figura del profesor era altamente venerada y todo aquel que tenía la capacidad de compartir el conocimiento de algo era digno de respeto.

Desde mi punto de vista, existen cuatro diferencias clave entre un cliente y un alumno:

Para empezar, el cliente consume productos que disfruta o usa y que desecha cuando ya no le sirven o se han agotado. Sin embargo, el alumno aprende una serie de conocimientos que lo transforman y que permanecen con él o ella para siempre. Es cierto que muchos productos que consumimos nos cambian y dejan un sedimento de memorias en nosotros, pero la intención de quien consume y de quien aprende es muy distinta.

El cliente siempre tiene la razón, y quienes nos encontramos al otro lado de la interacción nos empeñamos en complacerlo y de este modo conseguir que la venta sea lucrativa para nosotros y placentera para el comprador. Así que la complacencia juega un gran papel en la interacción con un consumidor: queremos que esté contento, satisfecho y que vuelva a consumir lo que le ofrecemos.

El alumno no siempre acierta

Frecuentemente se considera buen profesor a aquel que tiene muchos alumnos o cuyo índice de retorno es muy alto. Sin embargo, esto no indica que la cualidad de lo que se está transmitiendo sea competente ni que los alumnos estén creciendo de manera integral cuerpo-mente-alma. Por el contrario, el alumno no siempre tiene la razón, sino que confía en la capacidad del profesor para ser guiado por el camino de aprendizaje que más le conviene.

Nuestro deseo como profesores sí es que quienes asisten a nuestras clases estén contentos y felices, pero el objetivo principal en la relación profesor-alumno es que aprendan y para eso muchas veces tienen que pasar por tramos difíciles en los que se les exige esfuerzo, cierta incomodidad y que pongan mucho de su parte.

Luego está el “porque te pago, tú me sirves” propio del comprador, mientras que una de las características del alumno es la humildad y la admiración hacia la persona transmisora del conocimiento, actitud que a su vez se traduce en un respeto equilibrado.

Adhikara, las condiciones para ser buen alumno

Por último, me gustaría añadir que el cliente actual tiene la actitud de que el mero hecho de tener el dinero para pagar algo le da derecho a consumirlo, pero el alumno necesita méritos personales e intelectuales, además de dinero, si quiere acudir a cierta clase o estudiar con un maestro/a en concreto. Todo profesor e institución de enseñanza goza de un derecho de admisión y el yoga cuenta con el concepto de adhikara que engloba las competencias necesarias para ser un buen estudiante en el camino espiritual.

Una manera bonita de organizar estas aptitudes es relacionándolas con los elementos de la naturaleza de modo que algunas de estas cualidades van asociadas con:

el espacio: la apertura, la humildad y la capacidad de maravillarse ante todo

el aire: la destreza intelectual, la creatividad o la aptitud para expresarse

el fuego: la agudeza, el discernimiento o el sentido de dirección

el agua: la fluidez, la dulzura o la capacidad de disfrutar

la tierra: la resistencia, la lealtad y la constancia en la intención de evolucionar internamente.

Estamos a las puertas de un nuevo curso académico, centrémonos en la excelencia y en dar lo mejor de nosotros mismos recordando siempre que somos profesores de alumnos y no mercaderes del crecimiento interno.

Aham prema,

Zaira Leal es autora de Una fiesta para el alma y de Yoga en la cocina, Ed. Urano. Se considera yoguini desde la cuna y empezó a enseñar yoga en el año 2000. zaira@zairalealyoga.com / T +34 636814338

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