Meditación, compasión y karma: entre el centro interior y el servicio consciente

2025-06-24

En el silencio profundo que la meditación revela, aprendemos a habitar un espacio que se encuentra más allá del vaivén de las emociones. No se trata de negarlas ni de reprimirlas, sino de observarlas como olas que vienen y van, sin necesidad de seguirlas ni de luchar contra ellas. Escribe Pablo Rego.

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Esa mirada ecuánime, cultivada con paciencia y entrega en la práctica del Maha yoga, nos conduce al centro de nosotros mismos: un punto de equilibrio donde las circunstancias externas ya no tienen el poder de desbordarnos.

Allí comienza a emerger una pregunta fundamental: ¿cómo podemos sostener ese estado interior al volver al mundo de lo cotidiano, donde el dolor ajeno nos interpela, donde el sufrimiento nos reclama una respuesta?

Entre el silencio de la contemplación y el ruido del mundo, se abre el espacio para un diálogo profundo entre tres grandes pilares de las tradiciones espirituales orientales: la meditación, la compasión y el karma. Tres caminos que, lejos de oponerse, se entrelazan en una danza compleja y lúcida, si logramos mirarlos con la profundidad que merecen.

El centro que observa

La práctica meditativa, y especialmente el Maha yoga —considerado en ciertas corrientes como una vía superior de integración—, nos enseña a permanecer en un estado de testigo consciente. En ese lugar interno no somos ya el miedo ni el deseo, ni la ira ni la pena. Somos la conciencia que observa el surgir y desvanecerse de esas formas emocionales. Así como el océano no se perturba por el movimiento de sus olas, la mente centrada no se pierde en la reacción automática.

Este estado no es insensibilidad, sino claridad. No es apatía, sino libertad. Desde ese punto de equilibrio, las emociones siguen existiendo, pero no gobiernan nuestros actos.

Compasión que no arrastra

Pero entonces, si cultivamos esta ecuanimidad, ¿qué lugar queda para la compasión? ¿Cómo se reconcilia ese centro inalterable con el impulso sincero de ayudar, de acompañar, de dar alivio a quien sufre?

Aquí es donde muchos se confunden, pensando que ser compasivo significa dejarse arrastrar por el dolor ajeno, identificarse con él hasta perder el propio centro. Pero la verdadera compasión no es una emoción reactiva; es un estado de conciencia elevado. Como enseñan algunas escuelas budistas, especialmente a través de la práctica de maitrī o amor benevolente, la compasión se cultiva como una energía amorosa que no se derrumba ante el sufrimiento, sino que lo abraza sin perder claridad.

La neurociencia moderna ha comenzado a corroborar esto. Estudios liderados por Tania Singer, por ejemplo, han mostrado que la empatía sin entrenamiento puede conducir al agotamiento emocional, mientras que la compasión, como práctica sostenida, activa centros cerebrales vinculados al bienestar, la motivación y la acción altruista sin carga. Esta compasión no duele, sino que fortalece. No nos drena, sino que nos impulsa.

Por eso, ayudar no debe confundirse con sacrificarse. Servir no significa perderse en el otro, sino ofrecer desde un corazón despierto y firme. Sólo quien ha aprendido a sostenerse a sí mismo puede ser verdadero refugio para otro.

Karma: el otro tiene su camino

Y entonces aparece la tercera dimensión de este diálogo: el karma. El principio de causa y efecto, central en el hinduismo, el budismo y otras tradiciones orientales, nos recuerda que cada alma transita su propio sendero de aprendizaje, marcado por sus acciones pasadas y presentes. Cada quien siembra y recoge los frutos de su historia, y en esa danza invisible se construye la realidad personal.

Comprender el karma no significa desentenderse del sufrimiento ajeno, pero sí implica desarrollar discernimiento. ¿Hasta dónde acompañar sin interferir en el proceso que el otro necesita atravesar para crecer? ¿Cuándo dar, cuándo esperar, cuándo retirarse?

No hay respuestas fijas. Hay una escucha profunda. Porque si bien todo acto tiene consecuencias —y toda ayuda también las tiene—, actuar sin apego es lo que nos enseña el Bhagavad Gītā cuando habla del karma yoga: servir sin esperar resultado, obrar sin identificarse con los frutos. Eso es libertad en acción.

El karma nos enseña también humildad. No podemos salvar a nadie. No nos corresponde decidir el camino del otro. Podemos ofrecer nuestra mano, nuestro oído, nuestro amor… pero no podemos evitar que alguien deba atravesar su propia noche oscura. Ni deberíamos.

El servicio como puente

La compasión consciente, cuando se integra con el discernimiento que el karma revela y se sostiene en el eje interior que la meditación despierta, se convierte en servicio lúcido. Un dar que no impone, un ayudar que no invade, un acompañar que no suplanta.

Este servicio no nace de la culpa ni del deber impuesto, sino del reconocimiento profundo de que todos somos expresión de la misma conciencia. La filosofía del interser, desarrollada por Thích Nhất Hạnh, expresa esta comprensión de forma simple: yo soy tú. No hay separación. No puedo sanar si tú no sanas. Pero tampoco puedo arrastrarte conmigo sin perderme.

El equilibrio está en servir desde el amor, pero sin perder el eje. Amar sin poseer. Ayudar sin interferir. Dar sin vaciarnos. Y eso sólo es posible si primero aprendemos a habitar nuestro propio centro.

Vivir con sabiduría

En tiempos donde la velocidad y el ruido nos empujan fuera de nosotros mismos, detenernos a meditar, a observarnos, a escucharnos, no es un lujo: es una necesidad. En esa pausa habita la semilla de una compasión real y de un servicio significativo.

Cuando somos capaces de ver nuestras propias emociones con ecuanimidad, también podemos mirar el dolor ajeno sin desesperación. Cuando comprendemos que cada ser humano tiene su propio karma, su propio viaje, dejamos de imponer soluciones desde nuestra mirada. Y cuando el deseo de aliviar el sufrimiento surge del corazón centrado y no de la ansiedad de controlar, entonces nuestra acción se convierte en un acto sagrado.

Vivir así es un arte. Y como todo arte, requiere práctica, sensibilidad y presencia.

Pablo Rego. Profesor de Yoga. Terapeuta holístico. Diplomado en Ayurveda
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