Mis tres artículos precedentes en YogaenRed han explorado la forma en la que Patañjali trata la cuestión fundamental del cambio. La palabra parināma aparece igualmente en el sûtra II.15. Para redondearlo, os propongo ver los pocos sūtra(s) del cuarto capítulo que complementan a los que ya hemos visto. Traduce este artículo Ilde Leyda.

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A modo de recordatorio, los artículos previos se centraron en las tres transformaciones de la psique expuestas en el tercer capítulo, del 9 al 12, más tarde en aquellos del 13 al 16, donde el autor ofrece una visión ampliada del cambio al conjunto del tiempo: pasado, presente y futuro. Él precisa, siempre en este contexto, que una intervención sobre la secuencia de la transformación por la que pasa un objeto a través del tiempo abre la vía a un cambio imprevisto.
Por ejemplo, un hecho cambió mi forma de desplazarme por Chennai, en la India. Durante muchos años me estuve desplazando en bici –en los primeros tiempos podía incluso ir, con este medio de transporte, desde el barrio de Ramakrishna Nagar, donde estaba la casa de Desikachar, ¡hasta el centro de la ciudad!–. Según fue mejorando el nivel de vida de los indios, aumentó el volumen del tráfico y la sensatez me fue conduciendo progresivamente a no montar en mi bicicleta más que para ir a ver a Desikachar desde el apartamento donde me alojaba, al lado de su casa…
Yo había asimilado los gestos indios, pues, si el código de circulación parecía inexistente, por el contrario su comportamiento en la vía pública se basaba en un principio simple: cada cual calculaba la trayectoria de cada vehículo o peatón visible sobre la calzada ante él para pilotar el propio. ¡¡¡Se comprende fácilmente el nivel de concentración que cada usuario de la vía tenía que mostrar ante la expansión del número de scooters, motos, carros, 4X4, furgonetas, camiones, autobuses y coches gracias al boom económico generado en la India hace unos 30, 40 años!!! Un día en bicicleta, al cruzar una ruta bastante ocupada entre la casa de Desikachar y el Vedavāni, donde se impartían las clases de canto védico, una vacilación sobre lo oportuno de modificar ligeramente mi trayectoria y una moto, que me adelantaba por el interior, chocó conmigo.
Afortunadamente el resultado inmediato no fue más que un poco de sangre, algunas contusiones y una importante multitud de personas prestas a socorrerme. ¡Pero el resultado inesperado fue el abandono total del uso de la bici a partir de ese momento! Patañjali continúa diciendo que una indagación profunda acerca del cambio puede llevarnos a comprender el pasado y el porvenir. Mi accidente era previsible…
Os llevé después al principio del cuarto capítulo, aforismos 2 y 3, donde está expuesto el principio de la acción indirecta, basado en el conocimiento de las energías fundamentales de la Naturaleza (prakrti), para crear las condiciones para una transformación en el modo de ser de un individuo. El iniciador del cambio actúa igual que un agricultor que abre una brecha en el dique para regar su campo.
Vamos a presentar de manera un poco más extensa en este mismo capítulo el sûtra 14, en el cual Patañjali pone aún el acento sobre las tres energías de la materia –la pesadez (tamas), la actividad (rajas), la claridad (sattva)– y sus combinaciones que incesantemente producen la aparición y la desaparición de los objetos bajo diferentes formas. Explica que aquello que percibimos en un momento dado en relación con cualquier objeto no es más que una ínfima parte de su historia, como la foto de una viña en otoño no capta más que un instante de su existencia. Sin embargo, la singularidad de cada instante (ekatvāt) abarca la naturaleza esencial (tattvam) del objeto (vastu) en sus perpetuas transformaciones (parināma). En sánscrito: parināma ekatvāt vastutattvam IV.14. Ante esto, ¿cómo es que no nos sentimos todo el tiempo mareados?

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Lo que percibimos en un momento dado en relación con cualquier objeto no es más que una ínfima parte de su historia, como la foto de una viña en el otoño
Algunos sūtra(s) más adelante Patañjali reafirma un principio que sostiene el conjunto del tratado: el ser humano es un compuesto de dos cosas diametralmente opuestas: una parte que cambia constantemente y otra parte que no cambia jamás. Sin embargo, la parte que no es sumisa al cambio nos ofrece un “centro” y si logramos estar tan anclados a él como lo estamos a la parte que está cambiando sin cesar, el mareo desaparece… El autor del texto aporta aquí sutilezas: sadā jnātāh cittavrttayah tatprabhoh purushasya aparināmitvāt IV.18. La actividad mental (cittavrttayah) siempre es conocida (sadā jnātâh) por su (tat) radiante amo (prabhoh), la consciencia (purushasya), porque esta no cambia jamás (aparināmitvāt).
La fuente de la percepción, el Habitante (purusha), dotada de una naturaleza radiante (prabhoh), no es sumisa al cambio y permanentemente percibe todo cuanto pasa en la psique que no cesa de transformarse a cada instante. Incluso durante el sueño profundo, cuando la mente está “ausente” como subraya Patañjali en el I.10, la fuente de la percepción lo “sabe”. Es interesante notar que se emplea el término “conocimiento”, jnātāh. ¿De qué tipo de conocimiento se trata? Pareciera imposible que este conocimiento tuviera la misma forma que la de cuando uno sabe cómo funciona un teléfono o por qué sale el sol cada mañana… ¡A meditar! El sūtra parece igualmente avanzar que la relación entre ambas partes oculta una especie de subordinación –hay un amo o rey, como la palabra prabhoh puede ser también interpretada, y la actividad mental que es constantemente percibida por ese amo–. Además, el sūtra siguiente afirma que la mente no puede brillar por sí misma porque es parte de la materia… ¡A meditarlo también!
Más adelante en este capítulo aún encontramos referencias al cambio. Se trata del 32 y del 33, que son parte de la última descripción, 29 al 34, de eso que es la libertad (kaivalya) para Patañjali. El autor habla de un estado de unidad pleno de tal abundancia de bondad, de alegría y de verdad (dharmameghah samādhi) que no puede sino tener un impacto positivo sobre el entorno de la persona. Esa persona alcanza una cima donde las fuentes del sufrimiento y de la acción bajo la influencia de aquellas ya no tienen ningún poder sobre ella. Se describe a una persona cuyos conocimientos son ilimitados, cuyos objetivos son alcanzados y que permanece firmemente anclada al presente. Si pocos seres humanos llegan a alcanzar esta cima, uno puede esperar que ojalá haya algunos que se acerquen y conozcan y prueben una libertad “condicionada”…
Los sūtra(s) que nos interesan en esta sección del cuarto capítulo responden a la cuestión: ¿qué hay de las energías de la materia y de su evolución para semejante persona? En ella se manifiesta una estabilización de estas energías (tamas, rajas y sattva), lo que no significa que se expanda idéntica estabilidad por todas partes, ¡por desgracia! Entonces (tatah) el proceso (krama) de la transformación (parināma) de las energías de la materia (guna) llega a su fin (samāptih) para los individuos que han cumplido su destino personal (krtārthānām). En sánscrito: tatah krtārthānām parināmakrama samaptirgunānām, IV. 32.

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En adelante, cuando se ha producido la más importante de las transformaciones, ya no puede vivirse ningún momento en la ilusión/delusión en que se vivía anteriormente
Este sūtra está en el origen de muchas discusiones acerca de qué sucede con estos individuos. ¿Mueren? ¿Son liberados en vida (jivânmukti)? Un dicho chino dice: “Antes de la realización espiritual, iba a por agua al río. Tras la realización espiritual, voy a por agua al río”. ¿Tal vez podamos entender este aforismo como una muestra de que, cuando se ha producido la más importante de las transformaciones –es decir, que se ve y se comprende perfecta y celularmente que uno está compuesto de consciencia y de materia–, en adelante ya no se puede vivir ningún momento en la ilusión/delusión en la que se vivía antes? Entonces, estas energías de la materia ya no pueden seguir funcionando más como previamente y, en este sentido, llegan a su fin. Desikachar me dijo que su padre interpretaba este estado como un predominio permanente de la energía de luz (sattva) en la mente. Hacía también una comparación del juego de los guna con la oscuridad y decía: “¿Cómo puede perdurar la oscuridad cuando hay tanta luz (dharmamegha samādhi)?”.Cuando el rey deja de interesarse por los bailarines, estos dejan de danzar. Desikachar le da un color particular a este sūtra en su traducción publicada en 1987: “Las tres cualidades fundamentales de la materia dejan de seguir la secuencia que alterna entre dolor y placer”. Agrega en su comentario: “Los cambios en la mente, en los sentidos y en el cuerpo no crean ya más perturbaciones”.
Cuando adviene tal estado de consciencia, la persona vive total y plenamente en el instante presente. Pero si no hay ya más cambio a nivel de las energías de la materia, ¿es que cesa toda evolución? Esta persona no se aferra (nirgrāhya) al proceso (krama) del cambio (parināma) y cada momento (kshana), aunque vinculado al instante anterior y al instante posterior (pratiyogi), es un fin en sí mismo (aparānta). Como si el tiempo fuese abolido por este individuo. Por supuesto que para los demás no es así. En sánscrito: kshanapratiyogi parināmāparānta nirgrāhyah kramah IV.33.
Esta persona no se aferra al proceso del cambio y cada momento, aunque vinculado al instante anterior y al instante posterior, es un fin en sí mismo
El término pratiyogi designa la conjunción de aquello que es antiguo con aquello que es nuevo –se trata de una relación (yogi) de opuestos (prati) que conduce a un resultado o a un fin (aparânta)–. Como un viaje que tiene un punto de partida y un punto de llegada. La palabra nirgrāhya puede ser interpretada igualmente por “comprender”, lo cual le dará al sūtra un sentido ligeramente modificado: la persona comprenderá la secuencia de las transformaciones hasta el final de estas. Yo prefiero la traducción de “no (nir) aferrarse (grāhya)”, ya que uno se aferra a la continuidad de los momentos mientras esta realización espiritual todavía no ha sido lograda. Este resultado es sin duda una utopía tentadora para la mayoría de nosotros, pero esto no impide el tratar de aproximarse al estado de intensa implicación en el momento presente.
Así acaba esta serie de artículos acerca de este apasionante tema, que no pretendo haber agotado. A modo de conclusión, simplemente diré que nuestra relación con la impermanencia es sin duda una de las claves de un “vivir feliz” sobre el que se construye el contentamiento (santosha).
Nuestra relación con la impermanencia es sin duda una de las claves de un “vivir feliz”