El Yoga y los falsos mitos

2016-05-08

Como periodista y humilde practicante (no digo desde cuándo para huir del primer mito: “a más años de práctica, más pedigrí yóguico”), he escuchado todo tipo de comentarios e incluso fantasías respecto al Yoga, sus normas de conducta y estilo de vida. Escribe Pepa Castro.

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Esta fuera de dudas que el Yoga es una construcción enorme, muy sólida y muy seria con innumerables beneficios para quienes lo practican. Sus usos terapéuticos (que sólo son uno de sus efectos secundarios) son ya tan demostrados y conocidos que en algunos países lo ofrecen como una terapia de la sanidad pública (decía Leslie Kaminoff en una entrevista en YogaenRed: “Hacer del yoga un nuevo tratamiento médico universal, estandarizado, eso es una traición absoluta. Nuestros estudiantes, nuestros clientes, vienen a nosotros precisamente huyendo de la masificación, de esa etiquetación de la medicina”).

El valor de sus enseñanzas en la educación, en lo que se refiere no solo al cuerpo sino a la psicología del niño, tampoco ofrece ya ninguna duda.

Pero las fantasías o mitos en relación al Yoga tienen más que ver con el estilo de pensar y vivir que se supone su práctica “obliga” a llevar cuando quiere ser un practicante entregado.

Pecados y anatemas “yóguicos”

El  problema no son los yoguis que han decidido seguir los caminos del Yoga más tradicional, con rigor y coherencia, sino las malas imitaciones. El propio origen del Yoga como una de las dharsanas (escuela, filosofía) del hinduismo y su estrecha relación con esta religión-cultura de la India a lo largo de siglos, ha favorecido que muchos  practicantes occidentales, atraídos por su estética más que por su profundidad, adopten y adapten costumbres, modos e ideas de aquella tradición sin profundizar apenas en todo su alcance y significado.

Cuando se usan atajos para ahorrarnos trabajo de estudio y conocimiento, lo que quedan son solo gestos e ideas superficiales que a fuerza de propagarse acaban convirténdose en verdades a medias y modas tribales urbanas a las que los nuevos o no tan nuevos conversos se aferran con fundamentalismo y aplican para juzgar e etiquetar a los demás miembros de la comunidad.

Uno de esos mitos o fantasías es que el Yoga es poco compatible con otras pasiones como la música, la pintura, la literatura o el deporte. Bueno, quizás se toleren la música clásica, la pintura oriental, la literatura new age y las artes marciales. Pero si te gusta el jazz, la pintura abstracta contemporánea, la novela negra y el esquí, por poner varios ejemplos, date por perdido.

Estoy exagerando aposta. Es lógico que la sensibilidad y sobre todo la ética que prescribe el Yoga clásico nos inspire e impregne, pero otra cosa es que se considere anatema, incluso por los más abiertos seguidores del tantrismo, que una tenga debilidad por el buen cine o la buena literatura.

Pienso que somos lo que comemos, pero también somos los libros que hemos leído, las personas que hemos amado, las músicas que hemos escuchado, las películas o los cuadros que hemos visto, los paisajes que hemos admirado, las experiencias que hemos vivido. Seremos Consciencia ya desde el origen pero la sensibilidad y el conocimiento hay que alimentarlos a lo largo de este viaje para que esa inteligencia interior se desarrolle, para poder dar, para ser más felices.