Yama en nuestros días

2025-10-06

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”, dijo Martin Luther King. ¿El conocimiento y las prácticas del yoga nos pueden ayudar en nuestra relación con los demás, familia, amigos, pueblo o ciudad, pero también más allá? Escribe Ramón Marpons.

Hace poco recibí ese mensaje de Martin Luther King que nos habla de convivencia y de lo difícil que puede ser “vivir como hermanos”. Me pregunté si el conocimiento y las prácticas del yoga nos pueden ayudar en nuestra relación con los demás: la familia, los amigos, el pueblo o ciudad donde vivamos; pero también más allá. Pensaba que sí, pero quise profundizar.

En el mundo actual, con el desarrollo de las nuevas tecnologías, podemos saber fácilmente lo que ocurre en todo el planeta. Lo que nos llega por los medios de comunicación (televisión, internet, móvil) puede venir en forma de imágenes, vídeos, comentarios y entrevistas, que movilizan nuestras emociones, aunque los hechos ocurran a diez mil kilómetros. Y ante las crueles injusticias y las guerras que se dan en tantos países, ¿como deberíamos reaccionar? Quizás lo primero sería preguntarnos sobre la causa de las injusticias e investigar sobre los motivos que engendran la violencia… En definitiva, cuando juzgamos o actuamos, deberíamos tener claro lo que es ético y lo que no.

Voy al Diccionario del Yoga (1) y leo que “El Yoga es la disciplina física, mental y espiritual que se originó en la India antigua, cuyo objetivo último es la realización del máximo potencial del ser humano”. Otros lo definen como vía o camino de autoconocimiento, que nos puede llevar al despertar de la conciencia.

Repaso después el texto que más conozco, el Yogasutra de Patanjali (2), considerado también como el yoga de los ocho miembros o astanga-yoga; tengo en cuenta su antigüedad y su estructura en forma de sūtras, que hace difícil su interpretación y más todavía si lo aplicamos al mundo actual. Ya en el segundo capítulo vemos la definición de cada miembro:

– El primero de ellos, Yama, nos habla de nuestras obligaciones con los demás, del control de nuestra vida instintiva: ahimsa, evitar todas las formas de violencia; satya, ser veraces, no mentir; asteya, no robar los bienes ajenos; brahmacharia, ser moderados en nuestra relación afectiva y sexual, respetuosos; aparigraha, no acumular bienes más allá de lo necesario para vivir. Puede parecer que cumpliendo con estos preceptos ya tendríamos un mundo en paz y armonía; pero esto sería si todos los humanos hubiéramos desarrollado “todo nuestro potencial”, y ya sabemos que nos falta mucho. Pues sigamos para ver cómo lo podemos conseguir.

– El segundo miembro, Niyama, busca armonizar la relación con nosotros mismos y con la vida, a través de: sauca, limpieza personal y de nuestro entorno; samtosa, agradecimiento por estar vivos y por todo lo que hemos recibido; tapas, el desarrollo de hábitos correctos para mantener la salud (descanso, alimentación), ser constantes y austeros; svadhyaya, autoindagación sobre quienes somos, con ayuda de textos de maestros reconocidos; ísvara pranidhana, aceptación de nuestros límites ante el universo infinito. Vemos que estos preceptos son complementarios a los de Yama.

– Vienen después las prácticas físicas, respiratorias y sensoriales: Asana y Pranayama, que nos llevan a un conocimiento profundo del cuerpo. Pratyahara, poner atención a los estímulos sensoriales, presentes en nuestro hacer diario, pero que debemos limitar en algunas fases del proceso de interiorización, que requiere silencio y recogimiento. A tener en cuenta que asana en su versión original es una postura de meditación; con pranayama son la base de lo que más tarde se desarrolló como las prácticas de hatha-ioga.

– Los tres últimos: Dharana, para mejorar la capacidad de concentración en objetos externos e internos; Dhyana, la práctica de la meditación, como elemento esencial del proceso, para investigar el funcionamiento de nuestra mente y poder llegar así al Samadhi, la visión profunda de quienes somos (atman); o de que todos formamos parte del absoluto (brahman).

Al final siempre hay que recordar los preceptos de Yama, porque los humanos somos seres sociales y deberíamos relacionarnos de manera fraternal en todo momento.

Conciencia interna para el cambio

En la sociedad actual invocamos a menudo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un código ético aceptado por todos los países tras su aprobación en la ONU en 1948; un intento de acabar con los conflictos bélicos después del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Nos habla de dignidad, igualdad y respeto para todos; pero vemos que hoy no se respetan dichos derechos, ni para detener procesos de violencia extrema, o de genocidio, como el que se está produciendo en Gaza.

En un artículo reciente de Youssef Mahmoud en la revista La Marea (3), el autor pone en cuestión el paradigma de los Derechos Humanos, su validez a día de hoy; se pregunta: “¿Qué humanos tienen derechos y cuales no? ¿Seguirán teniendo derechos quienes han sido deshumanizados?”. También nos dice: “No hay manera de transformar nada sin haber desarrollado antes una conciencia interna para el cambio”. Busquemos pues el cambio con el yoga, en especial a través de la meditación.

Sé que muchos lectores tienen una base suficiente para enfrentarse con el proceso de meditación, que podemos definir como dirigir la mirada hacia nuestro interior. Al principio quizás necesitemos de un maestro/a, o un grupo de meditación; pero es importante que un día seamos capaces de meditar en soledad, como apuntaba Krishnamurty en sus conferencias, movidos por la voluntad de conocernos, de comprender y aprender (4).

Meditar y también reaccionar

Para meditar necesitamos atender la postura: asegurarnos de la verticalidad del tronco, tomar conciencia del cuerpo y la respiración (siempre en postura cómoda), para dirigir después nuestra atención hacia la mente. Desde el Zen insisten mucho en ello, partiendo de un texto muy antiguo de referencia, “La doma del buey” (5), que en versión actual ampliada da muchos detalles del proceso que lleva a la superación de la ignorancia, pasando de la mente ordinaria a la mente única.

Podemos decir que la conciencia corporal y respiratoria pacifican la mente y son la forma más efectiva de concentración: cuanto más siento, menos pienso. En algún momento volverán las imágenes, los pensamientos, pero ahora estamos preparados para observarlos, para centrarnos en una imagen, una idea, un recuerdo, un proyecto, desde la actitud conocida como conciencia testigo o sakshi.

Y volvemos al principio: oigo una noticia, veo esta imagen que me provoca una profunda tristeza, impotencia… ¿cuál es mi reacción ante la violencia, por muy lejana que esté en el espacio? Cada uno tiene sus capacidades para actuar, solo o en grupo; siempre podemos hacer algo. A veces es tan sencillo como manifestar en público lo que sentimos o participar de una manifestación organizada como forma de protesta. Si podemos experimentar la compasión (expresión fundamental del budismo) ante tanta injusticia y tanto dolor, podremos también amar sin condiciones, actuar.

Ramon Marpons Colomer. Profesor de yoga.

(1) De Laia Villegas y Òscar Pujol. Editorial Herder.
(2) Yoga-Sutra de Patanjali. Versión de TKV Desikachar Ed. Viniyoga.
(3) La Marea 107, julio/agosto 2025.
(4) Quiero recordar aquí que el Encuentro de Yoga número 23 de Yogaenred, con José Luís San Miguel, tratando de “Consciencia e inteligencia artificial”, me aclaró algunas dudas sobre la complejidad del proceso de meditación.
(5) La doma del buey de Dokuso Villalba. Miraguano Ediciones.