Como en matemáticas, aprendemos resolviendo problemas, tal así en la vida misma. Y en yoga igual, pues es parte de la vida. El yoga es un ejercicio a través del cual la mente se expresa, se manifiesta en signos o significados: ¿cuál es tu asana más retador o el más gozoso para ti? Son indicios de tu personalidad superficial o profunda. Es un artículo de Joaquín G. Weil.

@jperformer.
Desde el punto de vista del esfuerzo, hay ásanas que son tanto un reto como un enigma: el loto y sus variantes, Chaturanga Dandasana, el puente, el pino o la que fuere. En mi experiencia de décadas como practicante y como profesor de yoga, he visto que las personas que se topan con más dificultades en la práctica, tanto de asanas como en meditación, son en numerosas ocasiones las más perseverantes y la que le hallan más sentido y obtienen mayor fruto de su práctica. Por eso, el término “facilitador” que se aplica a los monitores o guías en diversas disciplinas, en yoga no encuentra sentido. Para el yogui uno de los objetivos consiste precisamente en superar dificultades y retos, no esquivarlos o ignorarlos. Como cuando degustamos una deliciosa fruta exótica, el tema no es engullirla, sino saborear cada bocado.
Aquí no hay planteamiento, nudo y desenlace. No se trata de una novela o de una película que concluye en las felices o en las perdices, sino que resuelto un problema, respiramos para comprobar que lontananza se cierne el siguiente chubasco. Así, poco a poco, vamos adquiriendo una experiencia que sólo tiene sentido en retrospectiva. Como cuando en el espejo retrovisor del automóvil vemos hacia atrás la larga línea del camino manchego a la altura de Santa Cruz de Mudela, antes de enfilar hacia Despeñaperros, Andalucía, España.
A veces tiene que venir algún dolorcillo o molestia, alguna convalecencia de lesión para traernos las dificultades que requerimos en nuestro aprendizaje. Y a partir de entonces, como el rompecabezas que ejercita la mente, realizar la postura problemática nos hace reflexionar acerca de nuestra esencia, de la manifestación de la misma a través del cuerpo, y cómo funcionamos por el mundo con o sin muletas. Ni el éxito es absoluto, ni la tragedia o el desastre son completos. Como decía el maestro zen Alonso Ufano, remedando el famoso título de Pema Chodron: “Cuando todo se derrumba, no todo se ha derrumbado”. Así es, pues siempre nos queda algo: una amiga, amigo o familiar en la agenda de nuestro móvil, un refugio al que acudir, un billete de veinte euros olvidado en el bolsillo de un viejo abrigo.
Progresamos en el yoga cuando comprendemos que cada postura o ejercicio tiene un significado, es un símbolo a través del cual la mente y el espíritu se expresan. Si la semántica es la ciencia del significado de las palabras, la psicosemántica es el arte con que el alma se comunica consigo misma, a través del cuerpo.
La comprensión a través del humor
Algunas personas se enfrentan al problema del equilibrio, otras al asunto de la fuerza, y otras tantas al asunto de la flexibilidad, por citar sólo algunas cualidades. Desde el punto de vista humorístico, seguro que hay quien esté leyendo estas líneas y piense: “Qué mala suerte, yo en el yoga tengo problemas con todo: fuerza, flexibilidad y equilibrio”. Cuántas cosas resolvemos cuando brota a borbollones la risa fresca en nuestro vientre. Igual que los niños y niñas aprenden mediante el juego, el adulto también, y a través de la risa y la sonrisa. La singularidad de cada momento tiene su cuanto de chiste y su tanto de encuentro.
Cuando el Siddharta Gautama, siendo niño, décadas antes de convertirse en el Buda, estaba viendo arar a su padre en mitad de la canícula, se sentó a la sombra de un árbol y pensó: “Soy feliz. Y esta felicidad es algo bueno”.
No sólo la dificultad, el esfuerzo y los obstáculos nos enseñan, también el goce de realizar alguna ásana en particular también es una fuente de aprendizaje sobre la que nunca se podrá abundar lo suficiente. Estas posturas que nos resultan gozosas son la tercera vía para relacionarnos con nuestro cuerpo: ni sufrimiento ni placeres mundanos, sino conocimiento. Y esta sabiduría verdadera, a través del cuerpo, es una relación íntima que, de manera inexplicable, lleva siglos olvidada.
La esencia del cuerpo y nuestra propia esencia es goce. Es un goce metafísico. Es un goce ético, y cósmico, porque nos desata de los nudos que nos sujetan a la tierra. Nos sujetan los placeres corporales, es decir: la comida, el baile, la embriaguez y el sexo. Nos atan las fantasías de la mente como son los lujos, la vanidad, la envidia, el orgullo o la soberbia. Y nos sujeta lamentablemente también el sufrimiento: la mayoría de las personas prefieren sufrir antes que padecer el tedio de no existir. O como me decía un amigo menesteroso, artista y bohemio retratando psicológicamente a un compañero suyo de piso que siempre andaba complicándose la vida: “Se mete en problemas porque no se conforma con existir, además quiere vivir”.
El goce de meramente existir
Como se expresa en el célebre símbolo samkhya del ciego y el lisiado, donde acuerdan que el ciego, que camina pero no ve, aúpe sobre sus hombros al lisiado, que ve pero no camina, tal así nuestra consciencia se aúpa a hombros de nuestro cuerpo para realizar su proceso de ampliación y aprendizaje, según enseñó el que fue uno de los primeros filósofos conocidos de la historia: Kapila.
El cuerpo es el templo del alma como dicen los sabios y los yoguis de Oriente y no una cárcel como dijeran algunos filósofos de Occidente. Si bien, sobre esto, todavía una reflexión que nos devuelve al inicio, al título de este artículo: la psicosemántica.
El juego de palabras no me lo he inventado yo, fue Platón, o su maestro Sócrates, quienes realizaron malabares con estos significados: Soma es cuerpo. Sema es signo. El cuerpo como signo. Decían Sócrates o Platón que la palabra «soma» viene del vocablo «sema». Y sí, el ejercicio del yoga también es psicosomático. Lo único que el juego con las palabras no acaba ahí, sino que sema no sólo significa “signo” en griego antiguo, también significa “tumba”. Y aquí Platón prosigue con el juego de palabras, al decir que el cuerpo es la tumba del alma, y que esto que llamamos vida es muerte, y aquello que llamamos muerte, es vida.
Pues parece que el cuerpo (σῶμα, soma), como dicen algunos, es una tumba (σῆμα, sema) para el alma, porque en el cuerpo el alma se expresa (σημαίνει, semainei) en lo que quiera expresarse, y al mismo tiempo porque es un símbolo (σῆμα, sema) para ella del vivir, como dicen los órficos, como si el alma estuviera pagando una pena, y tuviera este cuerpo como envoltura, para que se conserve.
Platón, Crátilo
A toda esta orfebrería del lenguaje quiero añadir todavía una formulación de mi propia cosecha: “El cuerpo es tumba para el alma cuando no es signo de la mente o del espíritu que lo habita”. Sí, una frase para ser leída más de una vez, como este artículo entero. Una vez más, a modo de mantra: la sensación básica del cuerpo, aquello que está bajo y más allá de las sensaciones burdas, como el placer o el dolor, otras más sutiles como la temperatura corporal, los entumecimientos, hormigueos y cosquilleos, o todavía más profundas, como el sabor interior (ayurvédico), las vibraciones o las sensaciones de plenitud, de energía y de descanso. Y por fin, esa sensación básica y más profunda como es la gloria, la dicha y la bienaventuranza, el goce del mero hecho de existir aquí y ahora, tal como siempre.
Joaquín G. Weil, autor de Breve historia y filosofía del yoga y coordinador del Máster de Perfeccionamiento del Instituto Andaluz del Yoga
https://iayoga.org/blog/2025/06/01/calendario-master-de-perfeccionamiento-en-yoga-2025-2026/