Muchas personas anhelamos vivir con mayor presencia, vivir una vida despierta. Algunas tradiciones dicen de quienes viven con plena presencia que ‘han despertado’. De hecho, el término buddha significa ‘el que ha despertado’, el que ha experimentado una comprensión transformadora de su existencia, el que en lo profundo de sí vive en la luz y la dicha de esta comprensión. Escribe Montserrat Simón.
Ahora bien, en ocasiones este anhelo de vivir despiertos que nos atrae hacia la plenitud se convierte en fuente de rigidez y frustración. Fácilmente nos creamos una imagen idealizada de lo que significa vivir despiertos. Proyectamos el arquetipo del sabio como el de un ser que vive en la dicha y que estando más allá del bien y del mal no siente dolor, ni placer, ni gusto, ni disgusto, alguien que ante cualquier estímulo permanece impasible o siempre sonriente. Pero ¿sería humano alguien así?
Dice Jñāneśvar al describir la figura del yogui: «Su mente no se inquieta cuando el placer o el dolor tocan su cuerpo…». (Jāneśvarī).
Y en palabras de Nisargadatta, cuando le preguntan si alguna vez está contento o triste: «Llámelos como le parezca. Para mí son solo estados de la mente y yo no soy la mente» (Yo soy Eso).
El placer y el dolor ocurren inevitablemente. Una cosa es que el sabio no reduzca su identidad a lo que siente, que no se apegue ni al dolor ni al placer, ni al gusto, ni al disgusto y que descanse en la dicha interior de saberse ser la conciencia que se da cuenta de todo lo que aparece y desaparece en el campo de la percepción. Otra cosa es que no sienta… ¿en qué se distinguiría entonces de una piedra?
Anhelamos vivir despiertos porque algo dentro nuestro sabe de una realidad mucho más amplia, de la posibilidad de vivir un mundo completamente nuevo. Pero antes de seguirle la cuerda a lo que nuestra mente, controlada por el ego, imagina acerca de lo que significa ‘vivir despiertos’, merece la pena examinarlo.
Ahí va una posible reflexión al respecto
Cuando soñamos, todo tipo de mundos y posibilidades se proyectan en nuestra mente: reímos, lloramos, nos enfadamos, nos falta tiempo, pasamos de un lugar a otro sin mediación de tiempo ni espacio, caemos, corremos, algunos incluso llegan a volar… Vivimos todo lo que ocurre en el sueño como si fuese real, porque para nuestra mente lo es, hasta el punto de que incluso el cuerpo físico llega a reaccionar fisiológicamente, con sudores y movimientos varios. Sin embargo, al despertar el sueño se desvanece y los sentimientos asociados poco a poco se van disipando. Decimos «solo era un sueño», pero ¡parecía tan real! Ahora aparece ante nuestra percepción otro mundo totalmente distinto, con distintas posibilidades, algunas similares y otras, como volar, casi impensables (aunque pensable es porque lo estamos pensando).
¿Y si esta realidad que damos por supuesta no es tan real? ¿Y si no existe objetivamente del modo en que la damos por sentada? Igual que en un sueño lo que estoy soñando se me presenta tan real, pero resulta ser un sueño, ¿puede ser que la ‘realidad’ que percibo habitualmente sea solo una imagen proyectada según mis pensamientos, juicios y creencias? Es decir, ¿puede ser que lo que llamamos ‘realidad’ fuese en este sentido como un sueño y que existiese la posibilidad de despertar de él?
¿Cómo podemos despertar de ese sueño al que venimos llamando ‘realidad’? Igual sería más exacto llamarle ‘mundo de la experiencia’, o simplemente ‘experiencia’.
Sigamos con la imagen del sueño como elemento para la comprensión. ¿Cómo puedo despertar de un sueño? Puede que nos despertemos porque suena el despertador, o porque en el propio sueño ocurre algo tan intenso que necesitamos despertar de él, o también ocurre que dentro del sueño nos damos cuenta de que es un sueño y podemos decidir despertarnos, o seguir, pero a sabiendas de que podemos elegir lo que proyectamos.
Algo parecido ocurre con el mundo de la experiencia, a veces sucede algo que sacude nuestras vidas y nos lleva a ver las cosas desde otra óptica completamente nueva y la anterior forma de ver resulta ilusoria, como un sueño cuando despertamos.
En algunas personas se da una comprensión repentina, no buscada, en la que algo le presenta el mundo con una luz completamente distinta, impensable e inefable; el mismo mundo aparente pero lleno de vida, de luminosidad y de indecible belleza. Esta forma de ver puede quedar en un vislumbre, o que algo de la persona corra a apropiarse de la experiencia y lo que se presentó como verdad sentida termine siendo solo un concepto. Sin embargo, en muchos de estos casos parece ser que la mirada y la comprensión interna quedan transformadas para siempre.
Finalmente, la mayoría de las personas vivimos la intuición de que tal vez lo que llamamos ‘realidad’ no sea tan real como nos parece. Hemos tenido atisbos de otra realidad mucho más evidente y real en momentos de un silencio y quietud profundos, en momentos en los que nos hemos sentido puro amor y gratitud, en momentos en los que todo aparecía como uno ante nuestra mirada, con una radiante luminosidad. Estas experiencias apuntan hacia algo que, paradójicamente, está más allá de la propia experiencia. De este modo, se nos alienta a investigar esa posibilidad, la posibilidad de despertar a esa otra ‘realidad’ que intuimos.
Esto sería como empezar a preguntarnos en el sueño: «¿y si estoy soñando?». Y es el primer paso que nos dispone a la posibilidad de despertar.
¿Qué significaría entonces ‘despertar’?
¿Qué significaría ‘vivir despiertos’? Significaría ante todo un giro cognitivo de repercusiones existenciales. Una percepción de la realidad muy diferente de lo que apenas alcanzo a imaginar con las intuiciones y pequeñas experiencias de plenitud.
Dicho esto, lo siguiente sería reconocer con honestidad que de momento no sé en qué consiste exactamente ‘vivir despierta’. He leído en qué consiste, de lo que he leído imagino algo según lo interpreto, combinado con mis vivencias, intuición y sentir interior. Y ¡es maravilloso! Porque esto acrecienta mi anhelo de ver, pero para poder abrirme realmente a ver tengo que reconocer que no sé qué es exactamente lo que he de ver, que no tengo ni idea de lo que significa ‘vivir despierta’.
Solo entonces estaré en disposición de des-cubrir lo que ha de ser des-cubierto, sin proyectar lo que yo imagino que debo encontrar. De este modo, me pongo a disposición de una Conciencia mucho más amplia, que es lo que, tal vez, pueda presentarme una realidad mucho más amplia.
¿Dónde está esa Conciencia amplia?, ¿quién o qué en mí se da cuenta de todo lo que aparece y desaparece en el campo de la percepción? Tal vez eso ya estuvo siempre despierto mientras yo soñaba que dormía.
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Montserrat Simón, licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona, postgrado en Historia de las Religiones por la Universidad de Barcelona y diploma en Sánscrito por la Banaras Hindu University. Estudió en India las tradiciones filosóficas más relevantes del hinduismo, de la mano de eruditos y de renunciantes. Profundizó en el vedanta no-dualista, cuyas fuentes siguen siendo un néctar que nutre su corazón.
Practica yoga desde el 2004. Actualmente, ofrece unas lecturas filosóficas semanales como camino de autoconocimiento, así como talleres y retiros que se convierten en un espacio de autoindagación. Autora de 50 perlas del yoga y el vedanta, publicado por Cydonia. Puedes leer más sobre ella y sus propuestas en www.montserratsimon.com.