Humanizar el yoga

2023-09-25

Aunque en redes se proyecta una imagen idealizada de los practicantes de yoga, la realidad es que somos muy variados: de todas las tallas, de todas las edades, de todas las orientaciones sexuales, de todas las ideologías, edades, profesiones y formas de ser. Es curioso que esa diversidad no se vea representada en las figuras de autoridad del yoga. Escribe José Manuel Vázquez Díez.

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Hemos idealizado un arquetipo de sabio, santón o gurú; hemos deshumanizado al personaje y lo hemos desprovisto de sus imperfecciones. Lo hemos revestido como a las estrellas y a los mitos, de luz, bondad y sabiduría normativa. Ni un error, ni una palabra más alta que otra, pura virtud irreal que hemos convertido en referencia de autoridad espiritual. Los demás, oh pobres mortales, estamos condenados a ser una sombra de esta luz cegadora.

Si algo he aprendido en estos años dedicados al yoga es que urge re-humanizar la enseñanza y revisar la relación entre profesores y alumnos. De esta manera evitaríamos abusos, desilusiones y malentendidos. Para ello, hemos de reconciliarnos con nuestras historias personales de rechazo, abandono y dolor. Cada uno de nosotros, profesores y alumnos, llevamos la nuestra; rara es la persona que no. Ser diferentes, no cumplir las expectativas o tener opinión propia no nos hace peores personas y mucho menos nos incapacita para hacer o trasmitir yoga.

Una de las razones para enseñar yoga es que es útil. Quizás, en momentos de incertidumbre social o cambios personales lo que mejor podemos hacer los profes de yoga es mantenernos centrados y ofrecer un refugio seguro a nuestros alumnos. Pase lo que pase en nuestras vidas privadas, podemos ser profesionales y mostrarnos vulnerables a la vez. En cierta forma ejemplificamos cómo las técnicas del yoga nos ayudan a experimentar, respirar e integrar las experiencias confusas y dolorosas. Permanecer envarados, controlados y aparentemente calmados no nos hace mejores educadores. Para ser respetado por los alumnos no es necesario ponerse por encima, ni exhibir ropa especial, ni cambiar la voz, ni citar todo el rato, ni flotar por la sala, ni poseer un conocimiento especial, ni ser infalible; basta con ser honestos y respetuosos.

Hacer yoga se inicia con la escucha de uno y se completa con la escucha del otro. Es una forma de autocuidado y autorrespeto que trata de liberar al otro de nuestras carencias y proyecciones. Legitimar nuestra experiencia, nuestra voz como docentes y dejar que la otra persona haga lo mismo es una pedagogía de la que se obtienen resultados para toda la vida. No buscar la aprobación de una autoridad ajena a nuestro sentir particular, por muy listo, inteligente o poderoso que sea esa autoridad, es emancipador y muy saludable para la cabeza. Mejor equivocarse con errores propios que con ajenos, ¿no les parece?

Tomar conciencia de qué

Darle significado a nuestra práctica diaria es ahondar también en los aspectos psicológicos del yoga. Las asanas nos ayudan a poner conciencia en el mapa con el que viajamos por la vida; nos permiten dialogar con nuestras alienaciones físicas, emocionales y mentales. Muchos de los que hacemos yoga parece que buscamos algo intangible que parece haberse perdido en lo más profundo de nuestros cuerpos. Si buscamos siempre fuera lo normal es perderse; pero si escarbamos dentro sin tener una guía, la oscuridad nos puede disuadir de seguir indagando. Con paciencia, mantenerse voluntariamente en el sentir nos ordena y da sentido a las intuiciones que nos llegan. Un buen profesor nos puede ayudar a estar presentes, aún en situaciones difíciles.

El yoga no fue creado para que disociemos la conciencia de nuestras obligaciones ni para justificar que sean otros los que paguen nuestras facturas. Tampoco debería servir para estimular la autoexplotación y la mejora de la producción. Dos horas de yoga a la semana no deberían compensar el abuso y derribo socialmente alentado para cumplir las expectativas del éxito. Tengo alumnas excepcionales por ser quienes son y no por lo que hacen. Profesionales de éxito, madres, esposas, amantes, hijas perfectas, sacan tiempo para ir al médico, al súper, a la peluquería, al gimnasio y a yoga, mientras sujetan los déficits emocionales de familia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo; y aun así, no dejan de sentirse culpables porque no llegan a todo. El tiempo que dedicamos al yoga no debería servir sólo para coger fuerza y seguir en la batalla, sino también para plantearnos si esa es nuestra guerra y si queremos seguir en ella.

Cuestionar los parámetros del rendimiento y cultivar el pensamiento crítico pueden ser el resultado de una buena práctica meditativa. Quizás erremos el tiro al practicar con la intención de convertirnos en alguien mejor o diferente porque no somos suficiente. El yoga nos invita a validar nuestra experiencia desde dentro, por cómo nos sentimos realmente. Para seguir motivados, lo que hacemos ha de tener un sentido profundo para nosotros. Nuestra biología y anatomía particular tiene sus límites y reconocerlo es un paso hacia la salud y la integridad. Hacer caso de las molestias que aparecen en nuestra práctica puede ser el siguiente. A veces hay que parar y a veces hay que seguir. Saber cuándo y cómo también es parte de la práctica del yoga.

De sentido común

A mis profesores en formación siempre les recuerdo que no es lícito generar expectativas no realistas; que es imprudente dar a entender que la ejecución de determinadas posturas es una cuestión de tiempo cuando no lo es, o que programar asanas potencialmente lesivas porque son “clásicas” es irresponsable. Es bueno explicar los objetivos que se persiguen con cada ejercicio. Es erróneo dar a entender que la postura buena es una y las demás son inferiores. Es confuso diferenciar alumnos de primera y de segunda. No prestar atención a la cara enrojecida y a la respiración bloqueada del que no quiere defraudar a su profe es negligencia. Frases como “insiste un poco más, ya casi lo tienes” o “mira que bien lo hace tu compañera” son frases que hemos oído todos, pero que quizás no son las más acertadas. Como alumno es positivo sentir que se me escucha y se me comprende. Como profesor me puedo equivocar, pero intentaré no poner más exigencia a la que ya trae el alumno.

La formación y el estudio del yoga proporcionan herramientas para elaborar una opinión propia sobre cómo y de qué manera queremos practicar y conducirnos en la vida. En este sentido es de interés optar por clases y formaciones que sean respetuosas, que acepten todo tipo de cuerpos, de todas las edades y que tenga una mínima orientación terapéutica. El yoga ha de ser inclusivo y eso no sólo se refiere a los alumnos. Hay profesores excepcionales y los hay que hacemos lo que podemos; los hay guapos, feos, mayores y jóvenes, de género fluido y fijo, gordos, flacos, hiperlaxos e hipertónicos; introvertidos y extravertidos, emotivos, intelectuales y deportistas, existencialistas, devotos, creativos, ortodoxos y alternativos. Somos muchos y muy diferentes. Los profesores no queremos ser ejemplo de nada ni tenemos que representar a nadie. Tampoco tenemos que gustar a todos ni responder a ningún canon de perfección.

Re-humanicemos el yoga por favor y empecemos por nosotros.

José Manuel Vázquez. Formador de profesores certificado por la American Yoga Alliance. Desde 2001 dirige su escuela de yoga, Yoga Orgánico. Desde el 2010 dirige una formación basada en estos principios. Es autor de Los valores terapéuticos del yoga (2012), Manual de yoga para occidentales (2017) y Yoga Orgánico (2023) (los tres en Alianza Editorial).

Las formaciones de Yoga Orgánico certificadas por Yoga Alliance comienzan en octubre.
Grupos reducidos orientados a profundizar en los fundamentos y los aspectos terapéuticos del Yoga integral.