Otra vez el dolor

2022-05-19

La cadena del dolor es invisible y compartida: nos une y nos separa al mismo tiempo. Se hereda de padres a hijos y de profesores a alu­mnos. La punzada del dolor une parejas, separa amigos y ejercita nuestra conciencia. Las heridas son compartidas, tanto en su origen como en su despertar y cierre; las cicatrices son bellas desde el ángulo adecuado. No culpes a nadie y aprende. Escribe José Manuel Vázquez.

Foto de Sabel Blanco en Pexels

Gestos, silencios, mentiras y verdades; errores que describen nuestra forma de ser y la del otro. Cuando duele, mejor mantener la mirada atenta y la escucha activa. ¿Es posible lesionarse haciendo yoga? Sí, si desvías la intención.

¿Es posible lesionarse aun cuando crees que estás haciendo lo correcto? ¿Lo correcto para quién? Cada cuerpo es diferente y estandarizar la solución no parece la idea del siglo.

Saber mucho de anatomía no impide que te distraigas o equivoques tus objetivos. Una formación exquisita y exigente puede hacerte sordo y ciego a las necesidades del propio cuerpo y a las del prójimo. Pero ¿y entonces qué hacemos? ¿Cómo tener una práctica segura? Quizás si ponemos en común nuestra experiencia, si exploramos juntos, si encontramos puntos comunes de referencia, podamos salir airosos de la relación que se establece entre profesor y alumno. Vaciarse de expectativas, cambiar de rutinas y, sobre todo, pensar un poco. No recuerdo a nadie que alguna vez no haya padecido alguna lesión (aunque sea inconfesable). Mantengamos la calma.

Los derechos de tu cuerpo

Aspiro a cierta dignidad, a un cierto compromiso con los aspectos curativos y terapéuticos de mi profesión. Por eso escribo, por eso enseño, por eso estudio; si no, me quedaría en casa viendo pasar los días, la mar de a gusto sin más reloj que los ciclos de los días y las noches. Sin embargo, aspiro, iluso de mí, a una cierta lucidez, la justa para no errar de nuevo en el intento y contar, a quien le pueda interesar, lo que he aprendido de yoga haciendo yoga y observando el yoga de otras personas.

Percibo esta disciplina desde una cierta oscuridad luminosa, secreta, iniciática, íntima, pudorosa, profunda. No soy muy listo, ni perfecto, ni tampoco muy querido, ni aceptado, ni popular, ni siquiera exitoso, ni guapo, ni admirado; ni muy nada particular y maravilloso. En fin, me limito a ser lo que en cada momento toca; me dejo estar donde estoy, con lo que hay y lo que no. Hago cuando me lo piden y cuando no, me sujeto. Observo, respeto, escucho e intento aprender.

El cuerpo que habitas tiene derecho a ser escuchado, cuidado y apoyado para el desarrollo de sus capacidades. Tiene derecho al descanso y al reto, a la disciplina elegida, y a la meditación, a la conciencia de su propia existencia y a la trascendencia de ésta. Tiene derecho a ir o no, a compartirse o no, a respetar y a ser respetado. Tiene derecho a no ser engañado, enjuiciado, sobrevalorado o menospreciado. Tiene vida propia, independientemente de lo que quieras o consideres bueno para él. Sin embargo, agotamos sus recursos hasta que enferma. Lo hacemos culpable de nuestros errores. Lo castigamos cuando molesta y lo abandonamos cuando no sirve. Hay quien hace del cuerpo un lastre, un mal necesario, una herramienta al servicio de fines más nobles. Qué lástima, qué injusticia, qué media verdad tramposa.

Aprender del dolor

Hay lesiones morales invisibles, normalizadas, perversas; negaciones sutiles de nuestra particular y ontológica condición orgánica y espiritual que nos engañan y alienan. Compartimos socialmente un concepto de salud (y de trascendencia, dicho sea de paso) muy raro: cuantificable, normativo, desintegrado, digitalizado, artificial. Hemos hecho entre todos de la enfermedad (y el dolor) un bien de consumo. Nos encanta decirle al otro lo que tiene que hacer porque nos debe gustar que nos digan qué hacer. Vivimos como esclavos, pero tiene que haber algo más. Lo intentamos, pero desistimos pronto. No nos educan para entender el dolor. Si respirar es un riesgo, parece normal lesionarse, vivirse fragmentado y seguir tirando pa´lante hasta que el cuerpo aguante.

Nos gustaría diluir la delgada línea que nos separa del otro y sentirnos ligeros de nuevo; por eso volvemos al yoga. Perdónenme el atrevimiento, pero somos bestias intentando ser dioses, polvo estelar gravitando en torno a pulsos cardíacos, intentando aprovechar la oportunidad de ser alguien. Como decía el verso, podemos “con medios finitos hacer un uso infinito”. Somos mortales, torpes, ignorantes y muy atrevidos; es lógico padecer alguna lesión. Somos cuerpo, paraíso, revelación y gozo; pero se nos olvida. Docta ignorancia la del que sabe que no sabe y se equivoca, sabiendo que se puede equivocar y, aun así, lo intenta. Aprendemos del dolor porque no nos queda más remedio y porque a veces, el camino más corto es darse de bruces contra uno mismo. Otra vez el dolor, el dolor de ser yo, de ser nosotros, de no llegar a ser.

José Manuel Vázquez, es profesor y formador de profesores certificado por la Yoga Alliance. Desde 2001 dirige su propia escuela de yoga, Yoga Orgánico, donde dirige una formación de profesores. Es autor de Los valores terapéuticos del yoga y de Manual de yoga para occidentales (ambos en Alianza Editorial). Su última creación musical Moon.

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