Entrevista con Enrique Martínez Lozano: «Buscamos lo que ya somos y siempre hemos sido»

2013-01-24

Es psicoterapeuta, sociólogo y teólogo, y sus palabras tienen el don de despertar en nuestro interior resonancias de genuina espiritualidad, ese «maestro interior» que es el único al que debemos seguir. Entrevista Juan Ortiz.

Enrique Martinez Lozano

Enrique Mártinez Lozano nació en Guadalaviar, Teruel, en 1950.Animador de encuentros y retiros, conferenciante y autor de varios libros (consultar su web al final del texto), sabe articular psicología y espiritualidad de un modo sencillo a la vez que profundo y eficaz, potenciando el crecimiento del ser humano. Utiliza la Meditación como experiencia profunda para vivenciar la Unidad y superar toda separatividad y dualidad.

¿Puede hablarnos de su experiencia vital y espiritual?
La vida me ha regalado dos actitudes de fondo que me han acompañado incluso siendo muy niño. Me refiero a la búsqueda de la Verdad y a la confianza en el fondo de lo real. Casi a modo de anécdota, diría que hay una pregunta que siempre se me ha hecho presente: “¿Y si las cosas no fueran como me las han contado, ni como siempre las he visto?”.

A veces me ha costado “ver”, también porque la indecisión es otro rasgo de mi carácter. Pero cuando he visto con claridad, me he dado cuenta, incluso muy sorprendido, de que nadie ni nada me podía detener (a pesar de que viví mucha inseguridad ante la opinión de los otros). Y, por otro lado, la confianza, una sensación de fondo que, aun en medio del mayor desconcierto, me seguía asegurando: “Confía. Todo está bien”. No venía de la mente -que veía muchas cosas mal y estaba sufriendo-, pero sabía a verdadera.

Por ahí ha discurrido mi experiencia vital y espiritual, no como dos cosas separadas, sino en todo momento unificadas. Siempre se me ha regalado también un “olfato” especial para detectar la falsedad de todo dualismo.

¿Cómo explica qué es la meditación a quien le pregunta?
Me parece importante subrayar que la meditación no es una actividad, ni un método, ni una serie de prácticas, aunque sea importante perseverar en las prácticas meditativas.

La meditación es una forma de vivir, una forma de ser. Porque es nada menos que un estado de consciencia. Igual que hay un estado que es el sueño y otro que es la vigilia (el pensamiento), la meditación (dhyana, en sánscrito) es otro estado de ser, caracterizado por la experiencia de la no-dualidad y -va de la mano- la vivencia del momento presente.

La meditación no es una práctica; es vivir en estado de Presencia, percibiendo que no hay nada separado de nada, y que nuestra verdadera identidad no es el yo -tal como creemos en el estado del pensamiento- sino esa misma Presencia, ilimitada y eterna.

¿Y como explicaría sencillamente, para que todo el mundo pueda entenderlo, qué es la espiritualidad?
Los científicos suelen decir que, cuando una fórmula o una ecuación es elegante, hay muchas garantías de que sea verdadera. Todo esto es muy elegante, porque todo converge: la espiritualidad no es otra cosa que la vivencia -y la ayuda para vivir- de ese estado de Presencia.

Espiritualidad es la dimensión profunda de todo lo real. Así entendida, es claro que no hay nada que quede al margen de la espiritualidad.

Con la espiritualidad hemos tenido dos problemas: 1) que las religiones han tendido a apropiársela, y de ese modo la han desfigurado; y 2) que la cultura vigente en Occidente, sobre todo a partir de la Modernidad -en gran medida, como reacción al absolutismo de las religiones-, la ha olvidado, produciendo un empobrecimiento humano muy grave, el “mundo chato”, de que habla reiteradamente Ken Wilber.

Por decirlo brevemente: todo lo que existe tiene una dimensión de profundidad, más allá de la apariencia material. Eso es lo “espiritual”, y ahí está para quien saber ver. De hecho, materia y espíritu, energía y consciencia, no son sino las dos caras de la única realidad, en un abrazo no-dual.

¿Cómo ve la religión, la religiosidad y las distintas religiones en estos tiempos?
Como dice Javier Melloni, un hombre sabio y verdadero maestro espiritual, en el mejor sentido de la palabra, “podríamos decir que las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse”.

¿Cómo lo veo en la actualidad? Me parece innegable que estamos asistiendo a un declive de la religión institucional, a la vez que a un auge de la búsqueda espiritual. La religión institucional ha caído, a lo largo de la historia, en un error grave y dañino: ha tendido a absolutizarse. Como si al referirse al Absoluto, ella misma se hubiera creído en posesión de él y de la Verdad. Esto es peligroso, porque es falso; ha hecho mucho daño y provoca un rechazo cada vez mayor. La religión solo es buena cuando se vive decididamente al servicio, no de ella misma ni de la institución ni de sus creencias, sino de la persona y de la espiritualidad.

Por otro lado, el ser humano no soporta demasiado vacío, porque su Anhelo es plenitud. La suma de ambos factores explican, a mi modo de ver, la creciente búsqueda espiritual. Se sepa o no, no podemos dejar de buscar. ¿Qué buscamos? Suena a paradójico, pero es así: buscamos lo que ya somos y siempre hemos sido. Esto explica, en último término, por qué no podremos dejar de hacerlo nunca.

Usted es teólogo cristiano y psicólogo. ¿Cómo confluyen estas dos facetas? ¿Qué pueden aportarnos?
No sé si la teología aporta mucho… aparte de erudición. Sí, siempre es bueno conocer lo que han pensado o escrito tantas personas que nos han precedido. Pero no tengo mucha fe en la teología, igual que no la tengo en la mente, a la hora de hablar de lo Absoluto. La mente -y el discurso conceptual- es una herramienta preciosa y eficaz en el mundo de los objetos, pero es absolutamente incapaz de referirse a lo que no es objetivable. Y eso conlleva una trampa peligrosa: la mente reduce el misterio a un objeto; la teología reduce la Verdad a una creencia, y a Dios a un ídolo.

Lo que sí me parece relevante es la convergencia de la psicología con la espiritualidad. Creo que son dos raíles que es preciso recorrer simultáneamente: porque la espiritualidad sin la psicología se queda coja, y la psicología sin la espiritualidad permanece ciega. De hecho -y esto lo he comprobado con frecuencia- el olvido de uno de esos dos raíles hace que la persona descarrile fácilmente.

Bajo su punto de vista, ¿cómo puede el ser humano afrontar las crisis? ¿Qué puede ayudarnos a entenderlas y superarlas?
Me parece que, de entrada, la crisis puede resolverse mejor si la entendemos como oportunidad. Porque es así: la crisis remite siempre al crecimiento. Es cierto que también constituye una encrucijada, y podemos errar en ella. Ese es el riesgo, pero no niega que sigue siendo oportunidad.

Dicho esto, habría que ver cada crisis en concreto. Pero, en cualquier caso, me parece importante contar con tres cosas: unas claves de comprensión de lo que estamos viviendo, unas actitudes básicas que permitan resolverla de una manera constructiva, y unas herramientas concretas como medios eficaces.

Con respecto a las actitudes, desearía subrayar cuatro: la no-evitación de la crisis (o aceptación de lo que estamos viviendo), la no-reducción a lo que ocurre (siempre somos más que todo lo que nos pueda suceder), el cuidado por venir siempre al momento presente (sin dejar que la mente se pierda en la rumiación o el victimismo), y el amor a uno mismo (para poder acogernos tal como estamos: esto es “tener compasión de sí”, particularmente necesaria cuando se hace presente el dolor).

Entre las herramientas, destacaría la ayuda psicológica, el compartir con alguna persona de confianza, así como algunas prácticas específicas, tanto psicológicas como espirituales (o meditativas).

Sé por propia experiencia que viaja por diferentes lugares impartiendo talleres, conferencias, retiros… ¿Cómo vive este compartir y como responden las personas que asisten a sus trabajos?
Lo vivo con mucho gusto, como una oferta de lo que se me regala ver y vivir. Y percibo en las personas dos cosas que siempre me sorprenden: el enorme interés (que no es sino expresión del anhelo que nos constituye, lo conozcamos o no) y las “resonancias” o “ecos” que se producen en ellas. Como si despertara lo que ya estaba, aunque fuera dormido; o como si pusieran nombre a lo que siempre habían intuido… Esto es sumamente gratificante, porque nos encontramos en la misma realidad. Siento que soy el “pretexto” para que pueda despertarse el “maestro interior”, el único al que debemos seguir.

¿Qué somos? ¿Quienes somos realmente? ¿Hacía dónde caminamos en nuestro devenir humano?
Esta es la pregunta “definitiva”, la “única cuestión” que realmente vale la pena. De la respuesta a la misma dependerá nuestra esclavitud o nuestra liberación, nuestra desgracia o nuestro gozo.

En nuestro medio cultural, la respuesta más habitual es la que considera al ser humano como una estructura psicofísica, considerando el “yo” como nuestra identidad definitiva. Es una respuesta que nace de la mente. Pero dado que la mente únicamente ve “objetos”, lo que hace es convertir a la persona en un objeto más, en una percepción absolutamente reductora. Por otro lado, es inevitable: ¿cómo una parte de lo que somos -la mente- va a saber quiénes somos en profundidad?

Esa respuesta reductora es la fuente de todo nuestro sufrimiento, pues nos identifica con una realidad impermanente, transitoria y, en último término, vacía, ya que lo que llamamos “yo” es solo una ficción mental.

¿Qué somos? Una indagación minuciosa y atenta nos hace caer en la cuenta de que no somos nada que podamos observar (cuerpo, sensaciones, sentimientos, emociones, pensamientos, circunstancias…), porque todo ello no son sino objetos dentro del campo de nuestra consciencia. Pero lo que somos no es ningún objeto o contenido de la consciencia. Somos el Sujeto que ve, Eso que observa y que no puede ser observado. Por eso, solo conocemos lo que somos en la medida en que lo somos. No se trata, por tanto, de un conocimiento conceptual -que únicamente sirve para el mundo de los objetos-, sino de un conocimiento por identidad: puedo conocer quien soy precisamente porque lo soy.

Y Eso que somos tiene mil nombres, todos metafóricos, que quieren apuntar a nuestra realidad inefable: Vacío original, Plenitud desbordante, Consciencia desnuda, pura Atención, Presencia ilimitada, Quietud, Gozo, Amor…

¿Hacia dónde caminamos? Hacia ninguna parte. No hay camino porque no hay distancia. Lo que somos es ya Aquí y Ahora. Un antiguo dicho zen nos recuerda: “Si tenéis el menor deseo de ser mejores de lo que ahora sois, si os afanáis, aunque solo sea mínimamente, en la búsqueda de algo, ya estáis yendo contra el no nacido”. Si tuviéramos que buscar o alcanzar algo, eso sería señal de que no lo somos; habríamos caído en la trampa del ego y del dualismo. Pero todo es Ahora.

Un místico cristiano medieval escribía: “Si no lo buscas, lo encontrarás”. Actuamos convencidos de que la plenitud no-dual está ausente (fuera y en el futuro). Pero la realidad es que esa plenitud es todo lo que existe y no hay lugar donde no esté. No hay modo alguno de acercarse más; ni de alejarse tampoco. El Sí mismo (o Yo Soy) -el fundamento último de todo lo que existe y que constituye igualmente nuestra misma identidad- no es una realidad que resulte difícil de alcanzar, sino, más bien, un estado del que resulta imposible escapar.

No nos falta nada, no hay alguien que tenga que ir a algún lado. No hay un lugar adonde ir. Si no nos movemos, ya hemos llegado.

¿Qué nos falta? Una sola cosa: reconocerlo, caer en la cuenta o -como afirman todas las tradiciones de sabiduría- salir del sueño de nuestra mente (ego) y despertar.

Algo que quiera compartir con los lectores de esta entrevista…
Aparte de expresaros mi gratitud por esta posibilidad de compartir lo que veo y vivo, me gustaría animaros para que toda vuestra actividad refleje la hermosa unidad que evoca precisamente la palabra “yoga”, para ayudar a despertar del sueño del dualismo y favorecer el reconocimiento que todo, sin excepción, queda abrazado en la radiante, bella y plena no-dualidad. Muchas gracias.

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