Subtítulo: Perder el miedo para abrazar la vida. Ángela Sannuti nos recuerda que «madurar es despertar a la vida: más crecemos, más despiertos tendríamos que estar, y no más anestesiados y dormidos». Su tesis, simple pero disruptiva, sostiene que el sufrimiento adulto no nace de un defecto, sino de la desconexión con nuestro niño primordial. Es una entrevista de Bibiana Ripol.
El «niño primordial» es la esencia intacta de alegría y creatividad sepultada por la educación convencional. A diferencia del conocido arquetipo del niño herido, Sannuti revela la presencia del niño que aún vive en nosotros, esperando nuestro regreso. Este ensayo de psicología transpersonal se presenta como un mapa emocional y espiritual hacia ese reencuentro con el propio ser.
Con mirada crítica, la autora denuncia la pedagogía del miedo: una educación que castiga y reprime, formando adultos desconectados del corazón. En capítulos como ‘Lo que llamamos educación’, expone cómo este sistema perpetúa el dolor generacional. El estilo de Sannuti –rigurosamente psicológico y a la vez poético– destaca por su claridad y profundidad. Sus metáforas, como el jardín interior o el viaje de regreso, son herramientas precisas de comprensión. Con ecos de Alice Miller, Krishnamurti y Françoise Dolto, Sannuti ofrece un enfoque integral que
une psicología, espiritualidad y poesía.
La última vez que fuimos niños es una invitación a desandar el camino del miedo y recuperar nuestra plenitud olvidada.
Pregunta: ¿Podrías decir qué fue lo que te inspiró a escribir este libro?
Respuesta: La vida misma, a través de mi experiencia personal y a través de la experiencia como psicoterapeuta –más de 30 años–, trabajando en consulta privada con adolescentes y adultos y haciendo talleres abiertos a la comunidad. He visto que gran parte del sufrimiento humano, el sufrimiento de todos nosotros, es producto de un profundo desconocimiento de nuestra naturaleza humana: aún hoy persiste una gran ignorancia de nuestro mundo interior, de nuestra riqueza y de aquello que bloquea nuestro crecimiento.
En general, los discursos vigentes –de manera sutil o manifiesta– nos imparten lo que “deberíamos ser” o “no deberíamos ser”, raramente nos alientan a ser nosotros mismos, a recorrer nuestro propio camino y a avalar nuestros propios procesos humanos.
Nadie se enferma porque es feliz; detrás de todo síntoma y de toda enfermedad hay siempre una historia de dolor que necesita ser escuchada y comprendida. ¿Cómo podemos escucharnos y comprendernos si ni siquiera sabemos de qué herramientas disponemos para liberarnos de lo que nos ata y no nos permite ser seres libres y autónomos en el pensar, en el sentir y en el actuar?
Toda disciplina científica tendría que estar al servicio de la gente, haciendo circular el conocimiento, con sus alcances y limitaciones. La psicología es patrimonio de la gente, no solo de los psicólogos.
P: En tu libro hablas del “niño primordial”, del “niño esencia”, ¿en qué se diferencia del “niño herido” del que tanto se habla hoy?
R: Hay un “niño herido” que nos habita a todos; es nuestro niño que no terminó de crecer, no completó su niñez. Un niño lleno de miedo, de culpa y desvalorización. Este niño no desaparece de nuestra vida de todos los días, porque sigue actuando desde nuestro inconsciente. ¿Cómo? A través de síntomas, malestares y enfermedades que vienen a contarnos todo aquello que tuvimos que ocultar de nosotros mismos para tratar de encajar en los moldes familiares, educativos, religiosos, sociales.
Este esfuerzo de sobreadaptación empieza muy tempranamente y casi sin que nos demos cuenta. En pos de ser acogidos, aceptados y amados, vamos construyendo personajes, máscaras que si bien en su momento nos permitieron sobrevivir, con el correr de la vida se han convertido en corsés que nos impiden vivir con confianza, con dignidad y autorrespeto.
Hoy por hoy, las así llamadas “redes sociales” –que en sí mismas son herramientas de comunicación maravillosas– no hacen más que poner en evidencia este afán desesperado de atrapar la mirada y la aprobación ajena, entre otras cosas. Detrás de todos esos personajes, está intacto nuestro niño primordial, un niño que conserva su singularidad y, como una semilla, solo busca ver la luz y manifestarse con todo su potencial hecho solo de cualidades.
Es nuestra esencia original que busca su lugar en un mundo fuertemente normativizado, que lejos de fomentar nuestra creatividad, de respetar nuestra manera de estar en esta vida, nos uniforma, nos congela y nos mimetiza con modelos empobrecedores. Modelos que eclipsan nuestra originalidad y singularidad. Y no hay dolor más grande que no poder ser quiénes de verdad somos.
P: ¿Qué lugar ocupan las frases de los niños que aparecen entre los capítulos? ¿Qué nos enseñan sobre el mundo adulto?
R: He querido intercalar algunas frases de niños reales para mostrar la capacidad de sentir y percibir el mundo supuestamente adulto que los rodea y, sobre todo, la claridad respecto de sí mismos. Nos muestran, una y otra vez, el adultocentrismo que gobierna la educación, entendiendo por educación la crianza puertas adentro, que luego se perpetúa puertas afuera.
Aún hoy se sigue banalizando la inmensa riqueza de la infancia: o se la idealiza o se la demoniza.
Salvo rarísimas excepciones, seguimos mirando a los niños desde la perspectiva adulta y no, desde el alma infantil. Seguimos creyendo que el alma de un niño es un “recipiente vacío” que hay que llenar, en esto consiste el tipo de educación que se sigue impartiendo.
En realidad, lo que un niño necesita es sentirse acompañado, sostenido y respetado por adultos empáticos y no dominantes; que sean una guía y no un modelo en el cual encajar.
P: ¿Cuáles son las consecuencias de una pedagogía basada en el miedo?
R: Si nos disponemos a observar con atención a un niño, ¿qué vemos? Seres pequeños llenos de vida, de alegría, de espontaneidad, anclados en el presente, con un mundo imaginario exquisito y por eso, con una capacidad de juego creativo que no necesita ser estimulado artificialmente por las expectativas y ansiedades del entorno adulto y, sobre todo, con una disponibilidad incondicional ante el mundo que los rodea.
Luego devenimos adolescentes desorientados, cada vez más herméticos ante el mundo que nos rodea o adultos sombríos, con rostros adustos, desconfiados y, cuando no, aterrorizados. Y lo más paradójico es que, de grandes y con suerte, terminamos haciendo cursos, talleres, terapias y tantas cosas para recuperar aquello que ya traíamos con nosotros desde niños.
La pregunta es: ¿qué nos sucedió en el transcurrir de nuestra vida? Una educación basada en el miedo, en la desconfianza, en el control y el desamor. Una línea de reflexión central del libro es, justamente, cómo el miedo es la raíz de toda nuestra problemática humana. Donde hay miedo, hay dependencia emocional, y donde hay dependencia emocional, hay culpa, una gran desvalorización y enajenación.
Vivimos a la defensiva, en un estado casi constante de supervivencia; la supervivencia es lucha, es competencia, es marginación para muchos y espacios despiadados de poder para pocos. Vivir en un estado de supervivencia es vivir en un estado de inconsciencia individual y colectiva. El miedo solo germina en climas de violencia, de agresión y de irrespeto.
Si crecemos en un clima de respeto, de empatía y libertad, el miedo no encuentra lugar. Cualquier tipo de agresión y violencia bloquea nuestro crecimiento y el miedo que atenaza nuestro corazón es la señal que lo manifiesta.
Así como el amor y la crueldad se excluyen mutuamente, también el miedo es lo contrario del amor. Tomar consciencia de nuestro estado de inconsciencia/supervivencia y de todo el miedo que nos gobierna es, sin duda, el primer paso para empezar a ser verdaderamente humanos. Estamos aprendiendo a ser humanos.
P: ¿Qué miedos crees que son los que más nos limitan hoy?
R: A través de las épocas históricas cambian las formas, los disfraces, pero el miedo es universal y atraviesa todos los tiempos y culturas. El primer miedo y el más básico, psicológicamente hablando, es el miedo a sentir. Lo primero que hacemos es reprimir nuestras emociones, nuestros sentimientos, que son nuestra primera brújula para estar en este mundo. Nuestro sentir es una de las herramientas más preciosas, nuestras emociones, nuestros sentimientos son nuestros aliados, no nuestros enemigos.
Todo en nosotros está a nuestro favor, no en contra nuestra. No es posible madurar psicológicamente, espiritualmente, si no maduramos emocionalmente; es nuestra primera tarea, por supuesto, no la única ni la última.
Hemos crecido en la desconfianza acerca de nosotros mismos y terminamos siendo nuestros más feroces enemigos. Esta lucha constante con lo que somos, con lo que sentimos, es la raíz de todo estrés y la base de cualquier enfermedad.
P: Si tuviéramos que dar un primer paso para reencontrarnos con nuestro niño esencial, ¿Cuál sería? ¿Y qué crees que perderíamos si no hacemos nunca ese viaje?
R: El primer paso siempre será volver a nosotros, habitar nuestra interioridad, donde anida nuestro tesoro; y esto no lo puede hacer nadie por nosotros.Vivimos exiliados de nosotros mismos, dependiendo de voces ajenas y miradas que no nos autorizan a ser quienes somos. El coraje de mirar hacia adentro es el primer paso y es fundamental. Vivimos de espaldas a nosotros mismos y buscamos afuera lo que ya nos pertenece desde el comienzo de nuestra vida.
El coraje de ser humanos empieza con nuestra disponibilidad a ser humanos –ni falsos dioses ni mendigos– y todo lo que ello implica.
La vida es un proceso de evolución, todos sin excepción estamos destinados a evolucionar, nadie está excluido. El camino tiene muchas etapas y cada uno de nosotros está en una de ellas; todo es temporal y un niño que está empezando el jardín maternal no es mejor ni peor que aquel que está haciendo un posgrado, solo son momentos evolutivos distintos. Parecería que la gran mayoría estamos aún en un gran jardín maternal, aprendiendo los primeros palotes para ser plenamente humanos.
P: En el libro se afirma que no es necesario seguir buscando fuera de nosotros mismos. ¿Cómo podemos aplicar esto en la vida cotidiana?
R: La atención es nuestra inteligencia primordial, es lo que nos permite darnos cuenta de cómo estamos, en qué lugar de la vida nos encontramos, si estamos a gusto o no con la vida que vivimos; qué aspectos nuestros necesitan ser escuchados para seguir madurando.
La autoobservación consciente es la herramienta más potente que tenemos los seres humanos; es prestar atención y vernos tal como somos, en qué tenemos que crecer, que miedos nos limitan y cuáles son los dones que nos pertenecen y ya desarrollamos.
Pero, ¿quién está dispuesto a verse, a girar la mirada hacia dentro para atravesar las capas de miedos limitantes, dolores ocultos que solo necesitan ser abrazados y sanados? ¿Alguien alguna vez nos explicó que esas capas de dolor que tanto nos agobian son apenas la superficie y que debajo están nuestros verdaderos dones y cualidades?
P: ¿Qué significa “madurar es despertar a la vida?
R: ¿Cómo es posible que, a medida que vamos pasando de una edad a otra, nos vayamos empobreciendo y clausuramos cada etapa de nuestra vida en lugar de integrarla? El camino de la madurez es un camino de integración de toda la riqueza que conlleva ser niño, adolescente, joven, adulto y anciano.
Madurar es despertar a la vida: más crecemos, más despiertos tendríamos que estar, y no más anestesiados y dormidos.La educación tendría que consistir en despertar a otros a la vida. Claro que para despertar a otros, es necesario que nosotros mismos estemos despiertos. Vivir con ojos bien abiertos a la inmensidad de la vida y no conformarnos con sobrevivir.