Desde la superficie del cuerpo todo es físico: tensión, estiramiento, bloqueo… pero, capa a capa, si se persevera se llega al mundo desconocido del interior. Profundizar en el trabajo físico sin despreciarlo, estemos en la etapa que estemos, siempre será nuestro instrumento para poder llegar más lejos hacia adentro. Escribe Olga Jiménez.
Se suele decir de la disciplina del yoga que permite “nadar contracorriente con facilidad”. Pero ¿cómo debe entrenarse el cuerpo y la mente para que ese esfuerzo se naturalice y sea sencillo? Porque es importante entender que la sencillez no es de origen en el yoga.
¿Podemos imaginar a un violinista tocando su instrumento los primeros días con espontaneidad, o a un tenista en su primera semana de clases jugando con facilidad? Siempre entendemos que detrás de las maestrías hay horas de entrenamiento sin interrupción. Cualquier parada prolongada hace que los deportistas o los músicos tengan que retomar su práctica desde donde la dejaron para compensar su pérdida.
La disciplina del yoga práctico, que incluye asanas y pranayama, tiene también ese carácter de ‘manejar el instrumento’, aunque en este caso no sea una raqueta o un violín y afina el cuerpo. Y cuando la práctica no es regular, no se adquiere la deseada maestría.
Cuando comenzamos en el yoga solemos ir uno o dos días a la semana a clase. Es un buen comienzo si somos regulares, ya que iremos percibiendo un cierto avance aunque no practiquemos en casa. Pero si en el verano hemos estado dos meses sin practicar, nos hacemos conscientes al volver de todo lo que se ha retrasado en el cuerpo y cómo la mente lucha al comprobar esa pérdida.
El desafío de practicar hacia la independencia
En muchas ocasiones nos vuelven molestias cotidianas que durante el año estaban controlados, dolores de lumbares o de cuello al ir debilitándose nuestra musculatura que mantenía posiciones correctas. Pero a medida que se profundiza en la práctica, se descubre que las limitaciones físicas no son tan complejas como nuestros bloqueos mentales.
El esfuerzo continuo y permanente supone un reto para la mente muy difícil de conquistar. Por eso en nuestra escuela, tras las vacaciones, siempre planteamos como un “examen”, un reto individual para cada alumno: ¿serás capaz de seguir estos meses tu práctica en casa?
Ese recomienzo es fundamental porque, después de años de guía correcta con un profesor que nos corrija y conozcamos las series de trabajo, un alumno debe empezar el camino de la práctica personal del yoga, debe crearse una disciplina individual, para su propio avance. Un camino hacia la verdadera independencia.
Una batalla de fuera hacia dentro
Ese despertar de la pasión por el arte es una batalla de fuera hacia dentro, desde la piel y los músculos hasta lo más profundo del ser. El maestro Iyengar, al que muchos tachan de ‘yogui físico’, hablaba de una profundidad difícil de imaginar para la mayoría de los practicantes ocasionales.
El esfuerzo se debe ejecutar de fuera hacia dentro en busca de los espacios, de la forma de eliminar los bloqueos, pero hay un momento, a medida que nos acercamos al interior, que es el propio interior el que viene en nuestra búsqueda, que ansía ese contacto.
Experimentar esa relación en la práctica del yoga nos acerca a esa vivencia espiritual que tanto se describe y se narra en los textos, pero que tan lejana parece estar cuando se critican las disciplinas ‘puramente físicas’. La diferencia está en cuánto hemos sido capaces de bucear.. Desde la superficie todo es físico, dolor, estiramiento, bloqueo, pero, capa a capa, si se persevera y se profundiza, nos adentramos en mundos que no sospechábamos que estuvieran ahí.
Jamás debería despreciarse el trabajo físico, estemos en la etapa que estemos, pues siempre será nuestro instrumento para poder llegar más lejos.
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Olga Jimenez es formadora de yoga y cofundadora de Escuela Luz sobre el Yoga.