Yoga: una tradición viva en Occidente

2025-05-30

Desde hace más de un siglo, el yoga ha viajado, mutado, echado raíces y florecido en tierras lejanas a su cuna original. Ya no es solo una práctica del Oriente milenario, sino también una experiencia profundamente viva en el mundo occidental. Pero ¿cómo se dio ese proceso? ¿Cuándo una práctica extranjera se convierte en parte del alma cultural de un lugar? ¿Cuándo una práctica se transforma en tradición? Escribe Pablo Rego.

¿Cuánto tiempo debe pasar para que una actividad o hecho cultural se transforme en tradición? ¿Quién lo decide? ¿La continuidad, la repetición, la aceptación social o el valor simbólico? Estas preguntas abren la puerta a una reflexión profunda sobre cómo las prácticas culturales, a lo largo del tiempo, se integran en el tejido de la vida cotidiana de los pueblos. Y en ese contexto, surge la historia de yoga en Occidente: una presencia constante desde hace más de un siglo, que ha echado raíces profundas en múltiples niveles de la sociedad.

Yoga no es una moda reciente, ni un elemento exótico que flota en la superficie de las tendencias contemporáneas.

Los primeros pasos de yoga en Occidente

Su presencia en Occidente comenzó de manera formal a fines del siglo XIX, cuando algunos sabios y maestros provenientes de la India empezaron a compartir sus enseñanzas más allá de las fronteras geográficas y culturales de su tierra natal.

Uno de los momentos más significativos ocurrió en 1893, cuando Swami Vivekananda, invitado por el Parlamento Mundial de las Religiones en Chicago, pronunció un discurso que aún hoy resuena por su profundidad y claridad. Con un mensaje universalista y espiritual, Vivekananda introdujo no solo la filosofía vedanta, sino también la práctica y el espíritu de yoga. Su presencia no fue un episodio aislado, sino el inicio de una ola de interés que fue creciendo con las décadas.

Maestros que abrieron el camino

En 1920, Paramahansa Yogananda llegó a Estados Unidos y fundó la Self-Realization Fellowship, institución desde la cual transmitió enseñanzas de meditación, autocontrol y autorrealización, todas enraizadas en los principios de yoga. Su libro Autobiografía de un yogui, publicado en 1946, se convirtió en un puente esencial entre Oriente y Occidente, influyendo en miles de personas y consolidando una mirada seria y comprometida sobre la práctica espiritual.

En paralelo, otros grandes maestros continuaron la expansión. B. K. S. Iyengar llevó yoga a Europa y América desde mediados del siglo XX con un enfoque terapéutico y estructurado que facilitó su adopción en entornos médicos, académicos y deportivos. Pattabhi Jois, creador del método Ashtanga Vinyasa Yoga, y T. K. V. Desikachar, quien adaptó la enseñanza de su padre Krishnamacharya al contexto occidental, contribuyeron también de manera decisiva al enraizamiento de yoga como una vía seria y profunda de autoconocimiento.

Swami Vishnudevananda, por su parte, fue uno de los pioneros en fundar centros de enseñanza en Occidente desde la década de 1950, estableciendo el primer centro de yoga en Montreal en 1959 y expandiendo la práctica por América y Europa.

Del exotismo a la integración

Así, en más de cien años, yoga ha transitado desde la sorpresa inicial al reconocimiento, y del exotismo a la integración. Ya no se trata de una disciplina ajena a la vida occidental, sino de una herramienta adoptada por millones de personas que buscan equilibrio, salud y sentido en su vida cotidiana.

Centros de yoga existen en prácticamente todas las grandes ciudades del mundo. Se enseña en escuelas, se incorpora en programas médicos, se practica en empresas, se investiga en universidades.

Una tradición compartida

¿Podemos seguir viendo el yoga como algo foráneo? ¿No ha pasado ya el tiempo suficiente para que reconozcamos su papel dentro del mapa cultural de Occidente? Si consideramos que una tradición se forma a partir del tiempo sostenido, la transmisión entre generaciones y su capacidad de resonar con la experiencia vital de las personas, entonces yoga es, sin lugar a dudas, parte de una nueva tradición occidental.

Esto no significa que haya desplazado otras tradiciones; más bien ha dialogado con ellas, aportando su perspectiva sin imponerla, enriqueciendo sin contradecir.

La práctica no requiere adhesión dogmática, sino apertura y constancia.

Yoga en el corazón de la humanidad

El fenómeno de la globalización cultural ha traído desafíos, sin duda. Entre ellos, la banalización o comercialización de prácticas ancestrales. Pero también ha abierto puertas a la comprensión mutua, al respeto intercultural y a la expansión de herramientas que, en otras épocas, habrían permanecido confinadas a contextos locales. Yoga, con su profundidad y adaptabilidad, ha sabido atravesar esos desafíos sin perder su esencia.

Hoy, hablar de yoga en Occidente no es hablar de algo ajeno, sino de algo presente. Está en los cuerpos, en las mentes, en las rutinas, en los proyectos de vida. Y más aún: está en la conciencia de quienes han descubierto en su práctica una manera de vivir más conectada, más armónica, más plena.

Quizás nadie puede definir con exactitud cuándo una práctica se transforma en tradición. No hay un calendario ni una autoridad cultural que lo determine.

Pero los hechos, la permanencia, la profundidad y la resonancia son indicadores ineludibles. Yoga ha pasado todas esas pruebas.

En este tiempo de cambio permanente, de búsquedas profundas y de necesidad de sentido, yoga se ofrece como un legado compartido, como un don de Oriente al mundo, como una tradición viva que ya no pertenece a un solo lugar, sino al corazón de la humanidad.

Por eso, cada vez que alguien extiende su esterilla, cierra los ojos y respira profundo, no solo está practicando una técnica milenaria: está participando activamente en la construcción de una tradición contemporánea.

Una tradición que nació en la India, pero que hoy late en todas partes.

Yoga ya no es visitante. Es parte de la casa.

Pablo Rego. Profesor de Yoga. Terapeuta holístico. Diplomado en Ayurveda
www.yogasinfronteras.com.ar