Redescubrir el yoga

2012-11-16

Instaurar niveles en el Hatha Yoga es como intentar clasificar lo inclasificable. ¿Cómo puede hablarse de niveles en una práctica que, si se realiza desde el estado de consciencia adecuado, nos concede una vivencia nueva cada día?

Además, también cabría preguntarse: ¿de dónde nace la necesidad de instaurar niveles sino del ego y su necesidad de reconocimiento a través de la comparación y la competición? Los niveles son una proyección más del ego que busca y anhela una perfección de la que evidentemente carece.

Sí, sí, es verdad que existen diferentes niveles de experiencia en la práctica; todos los que practicamos lo sabemos. Pero, no nos engañemos, porque cuanto mayor sea tal nivel de experiencia práctica es más que probable que también haya un sensible aumento del ego del practicante.

Es normal que así ocurra, pues conforme se progresa en el “dominio natural” de los asanas, mayor puede ser también la punzada de orgullo que se experimente. Es inevitable que suceda pues se trata de un rasgo humano, pero ello no es óbice para que no estemos alerta ante este riesgo.

Decimos que se progresa con un “dominio natural” porque lo natural es que conforme se practica, el cuerpo comprende la demanda que se le requiere y termina por hacer de un modo por completo natural lo que en un principio a la mente le parecía imposible.

Practicar como si fuera el primer día

Entonces, ¿cómo vivir la práctica del Hatha Yoga sin que el tamaño del ego se sobredimensione conforme se progresa? Sencillo, viviendo cada día como si fuera la primera vez que se practica. Sentir que cada asana realizada es nueva. Nueva por completo.

Esta actitud obliga a mantener viva la actitud del principiante. Lo cual es un regalo, pues nos permite redescubrir el asana. Con ello, también nos redescubrirnos a nosotros mismos en cada respiración, en cada detalle técnico, en cada emoción despertada.

Porque, en cada sensación, en cada pensamiento, en cada emoción, existe la posibilidad de reconectar con nuestra presencia de ser a través del instante presente, del más puro aquí y ahora, lugar donde nacen las preguntas: ¿qué está sucediendo ahora? ¿de qué me doy cuenta? Y, quizás, la que pueda ser la más importante de todas: ¿quién se da cuenta?

Todo ello sólo es posible si se mantiene la mente diáfana y limpia de experiencias pasadas. El asana de ayer pasó, igual que el agua de un río, esa postura ya no es válida, se fue. Hoy, aquí, ahora, la postura del momento presente es nueva, aunque el cerebro y la memoria celular del cuerpo la reconozca. Vivir el asana como si fuera la primera vez que se realiza… ¿Quién tiene esta vivencia? ¿cómo y desde dónde me relaciono con ella?

Esto es lo que cuenta. Las respuestas a estas preguntas nos instalan en la consciencia de ser, obteniendo así el primer objetivo del yoga: la unión con el individuo. Y, desde esa vivencia, experimentar la unidad con el universo circundante. Para así llegar a saber por experiencia propia que lo que pone en los libros no es teoría, sino algo muy real.

Practicar desde la consciencia

Vivir cada día un nuevo comienzo sin el recuerdo de las anteriores experiencias permite la liberación del lastre de la memoria que, en no pocas ocasiones, puede llegar a condicionar, cuando no bloquear, nuestros actos y existencia. Practicar desde la consciencia y no desde la mente.

Permitirse volver a empezar con la inocencia de un niño es concederse una nueva oportunidad en la práctica del yoga y en el resto de la vida. Abrir la puerta a una nueva investigación cada vez que se entra en la esterilla es tener la oportunidad de volver a empezar desde cero. No importa en el punto en que creas estar, importa que te des cuenta de dónde estás, de verdad.

No saber nada, olvidarlo todo: la técnica, la tradición, al maestro, a uno mismo… En realidad, si esta forma de mirar se sabe trasladar al resto de las cosas, hoy, aquí, ahora, todo vuelve a ser nuevo. Por ello, entregarse a la práctica es entregarse a la vida para darse la oportunidad de redescubrirse a uno mismo formando parte de todo.

Emilio J. Gómez, profesor de yoga de la escuela de yoga Silencio Interior.

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