En un mundo marcado por la prisa y la distracción constante, la atención plena durante las comidas se presenta como una herramienta eficaz para mejorar la salud física y emocional. Adoptar esta práctica no solo transforma la relación con los alimentos, sino que también promueve una forma más equilibrada de vivir el día a día. Escribe María Marta Rodríguez.
En la vida cotidiana, es habitual que el acto de comer se realice de forma automática, sin verdadera conexión con lo que sucede en el cuerpo o en la mente. A menudo comemos mientras revisamos correos electrónicos, vemos televisión o atendemos múltiples tareas a la vez. Esta forma de alimentación inconsciente puede dificultar la digestión, alterar la percepción de saciedad e incluso contribuir a una relación desequilibrada con la comida.
La atención plena –o mindful eating– propone una alternativa sencilla pero transformadora: convertir cada comida en un momento de presencia. Se trata de prestar atención plena al acto de comer, sin juicios, sin prisas, y con una actitud abierta y receptiva. Esta práctica invita a observar los alimentos, saborearlos con calma y escuchar las señales del cuerpo con mayor claridad.
El primer paso para incorporar esta práctica es crear un entorno adecuado. Comer en silencio o en un ambiente tranquilo favorece la concentración y reduce la posibilidad de comer por impulso. Observemos el plato antes de empezar —fijémonos en los colores, las texturas y los aromas— para preparar los sentidos y conectar con la experiencia desde el primer momento.
Durante la comida, es recomendable masticar lentamente, dejando tiempo para apreciar los sabores y reconocer las sensaciones que surgen. Esta lentitud no solo mejora la digestión, sino que permite al cuerpo identificar cuándo ha recibido suficiente alimento. Además, comer despacio ayuda a disminuir el estrés y fomenta una actitud más consciente hacia lo que se ingiere.
Diferencia el hambre real del emocional
Otro aspecto fundamental del mindful eating es la escucha activa del cuerpo. Aprender a distinguir entre el hambre física y el hambre emocional permite tomar decisiones alimentarias más equilibradas. Muchas veces comemos para aliviar tensiones, aburrimiento o ansiedad. Al practicar la atención plena, podemos reconocer estos patrones y responder de forma más saludable.
La reflexión también juega un papel importante. Tomarse unos segundos para pensar en el origen de los alimentos, en el esfuerzo de quienes los han producido y en el proceso que los ha llevado hasta nuestro plato, puede generar un sentimiento de gratitud que transforma la manera en que nos relacionamos con la comida. Esta conciencia amplía el significado del acto de alimentarse, convirtiéndolo en un gesto de respeto y conexión con el entorno.
Finalmente, cerrar la comida con una breve pausa —simplemente observando cómo nos sentimos y agradeciendo— ayuda a integrar la experiencia y refuerza una sensación de bienestar. Comer con atención plena no es una técnica compleja, sino una forma de reconectar con lo esencial.
Más allá de sus beneficios físicos, esta práctica nos recuerda que cada comida es una oportunidad para detenernos, respirar y habitar el presente. Al hacerlo, cultivamos no solo una relación más sana con los alimentos, sino también una mayor armonía con nosotros mismos.
María Marta Rodríguez es experta en ayurveda y nutrición consciente, dedicada a promover hábitos saludables que integran cuerpo, mente y espíritu. Su enfoque holístico ayuda a equilibrar la salud a través de la alimentación natural y el bienestar integral.

