En el presente artículo voy a perfilar más el sentido de la palabra sánscrita avidyā (‘el conocimiento distinto del conocimiento correcto’), su concepto y su relevancia definitiva para el sādhaka, esto es, para el o la aspirante a ir profundizando paulatinamente en el largo camino o infinito océano del yoga. Escribe Ilde Leyda.

En el infinito océano del yoga, es fundamental reconocer avidyā. Foto de Berend de Kort.
“La práctica de Yoga debe reducir las impurezas, tanto físicas como mentales. Debe desarrollar nuestra capacidad de examinarnos a nosotros mismos y debe ayudarnos a comprender que, al fin y al cabo, no somos los dueños de todo lo que hacemos” (Patañjali)
En mi anterior artículo titulado ¿Por qué practicar Yoga? , publicado en YogaenRed, me dediqué a recordar la respuesta dada por T. K. V. Desikachar en la Universidad de Colgate, en los Estados Unidos, justamente a esa misma pregunta: “El objetivo de la práctica del yoga es precisamente reducir el velo de avidya”. Y traté de esclarecer –¡difícil labor!– al menos un poco –basándome tanto en las enseñanzas de este excepcional maestro indio como en las que he ido recibiendo a lo largo de veintitrés años ya de mis maestros Cristina Sáenz de Ynestrillas y Martyn Neal– el significado de esta palabra sánscrita y el porqué de la importancia de tenerla presente en cada una de nuestras prácticas yóguicas, así como también en la tan variable cotidianeidad de nuestro día a día.
Ahora voy a centrarme en perfilar algo más su sentido, su concepto y su relevancia definitiva para el sādhaka, esto es, para el o la aspirante a ir profundizando paulatinamente en el largo camino o infinito océano del yoga.
“Avidya raramente se expresa como avidya. Pocas veces la reconocemos directa e inmediatamente; sin embargo, la podemos reconocer por sus cuatro hijos: el ego (asmita); el apego/deseo (raga); la aversión (dvesa); el miedo/la inseguridad (abhinivesa)”–especificó T.K.V. Desikachar en ese ciclo de conferencias universitarias norteamericanas recogidas en el amenamente didáctico e imprescindible Conversaciones sobre Yoga. Y prosiguió: “Estos cuatro hijos, separados o combinados, nos hacen difícil ver con claridad”.
Pero –me cuestionan de tanto en tanto–, si el modo normal y corriente de funcionamiento de nuestra mente humana es exactamente ese, el modo con avidyā, es decir, con nuestros egos más o menos inflamados y a flor de piel según las circunstancias, los momentos, y nuestras tan variopintas maneras de ser; con todos nuestros apegos y deseos más o menos justificados, más o menos (in)sensatos, (im)prescindibles; con nuestras aversiones y en no pocos casos incluso odios; con esos miedos e inseguridades que todos sin excepción padecemos en mayor o menor medida, ¿por qué se supone que habría de resultar tan crucial –y supuestamente mejor– para cualquier persona este tratar de aminorar su velo, su tan influyente presencia en nosotros mismos? Y, además, ¿para qué todo ese esfuerzo por intentar verter un tanto más de luz acerca de todo ello, acerca del funcionamiento de nuestra propia consciencia, acerca de nuestro inconsciente, de la interacción entre ambos…?
La pura verdad es que –como afirmase en su momento otro gran mentor– existe todo un mundo de distancia entre un estado mental y el otro, entre avidyā (la confusión) y vidyā (la claridad, el conocimiento correcto), como su propio nombre indica... Y cuando una persona en el instante oportuno llega con nitidez a percatarse de ello y lo aprehende en su interior, frecuentemente pasa a hacer (y/o dejar de hacer) cuanto está en sus manos para, en adelante, tratar de no apartarse en la medida de lo posible de ese estado de mayor lucidez y sensibilidad. Sin embargo, “ese mundo de distancia” ha de descubrirlo y recorrerlo cada cual por sí mismo; no basta, como de sobra sabemos, con que alguien venga y nos lo cuente, así, sin más… Lo más probable es que a esa supuesta persona no se le hiciera ni el más mínimo caso.
T. K. V. Desikachar: “Avidya está trabajando constantemente en nosotros y es fuente de descontento”. Y especifica al respecto el gran maestro indio de Madrás (actual Chennai): “En la medida en que estemos influidos por los hijos de avidya habrá siempre la posibilidad de que podamos estar equivocados, ya que no habrá ni claro discernimiento ni perfecta distinción. Lo que hace el yoga es reducir la acción de avidya con el fin de que prevalezca el verdadero entendimiento”.
Cristina Sáenz de Ynestrillas
“Esa energía está siempre ahí, disponible” (Cristina Sáenz de Ynestrillas)
Sin embargo, nuestra mentalidad basada en las (malas) experiencias tiende habitualmente a la suspicacia: ¿Por qué va a ser eso así? ¿Qué sabrán ellos de todo esto? Y aun se suele sobrevalorar en ese compulsivo malpensar una marca de “verdadera, aguda inteligencia”… Hemos de ser precavidos en la vida, sí, claro. Pero una cosa no quita la otra: aprendamos a escuchar…
Y por todo eso el yoga, el sentido profundo, genuino, del yoga, solo se nos va desentrañando muy gradualmente a través de la constancia y de la convicción en la práctica perseverante, en las múltiples prácticas –las de tipo más netamente físico; las respiratorias; las meramente mentales; el canto…–, que irán otorgándonos una visión y una experiencia distintas, mucho más gratas y gratificantes, claras, ricas y armoniosas y, sobre todo, ciertas y ecuánimes, de nosotros mismos, de los demás, de nuestra vida, de nuestro rol o roles en nuestro entorno –el que sea–… El yoga es una energía muy especial, que, afortunadamente, está aquí mismo, en cada una y cada uno de nosotros.
“Esa energía está siempre ahí, disponible. La clave está en sabernos hacer accesibles a ella”, me desveló hace unos cuantos años ya mi maestra Cristina Sáenz de Ynestrillas.
Así pues, la siguiente pregunta del discurrir lógico sería: ¿Cómo podemos aprender a volvernos accesibles a esa energía, a esa fuerza, a esa claridad?
Mediante el círculo virtuoso de la práctica fehaciente del yoga. Cuanto más yoga practicamos, menos tupido va siendo dicho velo de avidyā en nosotros. Y viceversa: a menos yoga, mayor densidad de avidyā.
“El yoga, entendido como práctica, nos va limpiando para que pueda llegar el estado de Yoga” (Martyn Neal)
Y, sin lugar a dudas, la meditación (dhyāna) es la técnica por excelencia para ir de manera progresiva reduciendo el velo de avidyā que tanto y en tantas ocasiones nos limita y oprime y desasosiega, que nos vuelve sumamente narcisistas y ansiosamente inseguros, ante nosotros mismos irritablemente dubitativos y quejumbrosos, malsanamente suspicaces y recelosos y falsos, fatuos; que nos ofusca; que nos tensa y presiona en demasiadas ocasiones sin razón aparente o sin causa racionalmente justificada; que nos quita o desquicia el sueño, nos angustia, nos lleva a cometer las sucesivas torpezas más o menos triviales, más o menos graves y notorias, determinantes, y de las cuales casi inexorablemente acabamos arrepintiéndonos, lamentándonos, echándole la culpa a otras personas o a las circunstancias adversas… Y por ahí vamos…
Todo lo cual, a su vez y con el tiempo, resulta que va generalmente generando más y más profundos bucles, unos surcos de enredos psicológicos, una especie de laberinto mental que nos va restando lucidez y vivacidad y que nos va entumeciendo, lastrando, minando… tanto mental y emocional como también, por supuesto, físicamente. En cambio, por su parte el yoga en general –y la meditación más en concreto– es este método milenario que, entre muchas otras cosas, va, paso a paso –si es que somos constantes y honestos con nosotros mismos–, esclareciendo con su irrevocable haz de grata luminosidad comprensiva todo ese sótano o trastero oscuro (incluso de “ciénaga” lo tildan algunos no sé si más dramáticos o pesimistas o literarios) que es nuestro inconsciente, más o menos atestado, según cada caso, claro está, de un sinfín de cachivaches turbios y turbulentos, inútiles, polvorientos, pero, sobre todo, esclavizadores… Evidentemente, todo eso, por salud e higiene mentales, tendríamos que ir tratando de ponerlo en claro, sacudirle el polvo, ordenarlo, asearlo, oxigenarlo…
Esto me dijo mi maestro Martyn Neal: “El yoga, entendido como práctica, nos limpia. La práctica del yoga nos va limpiando para que pueda llegar el estado de Yoga”. Y también: “Si vamos logrando tener un mayor grado de conciencia, nuestro espacio mental interior va a ir aumentando y con él nuestra claridad (sattva)”.
Y en la Bhagavad Gîtâ, a la que yo siempre vuelvo, siempre:
“cuando no se es dueño de uno mismo,
uno, como un enemigo,
es de uno mismo el enemigo”
Ni que decir tiene que la presencia de avidyā, de sus cuatro hijos “separados o combinados”, nos encadena y nos impide ser dueños de nosotros mismos…
¿Verdad?
Ilde Leyda empezó a practicar yoga en 2001. Desde comienzos de 2002, y durante más de diez años, fue alumno de Cristina Sáenz de Ynestrillas, alumna de Claude Maréchal y de T. K. V. Desikachar. Comenzó ya a dar clases en 2003. Y, desde 2019, prosigue su formación con Martyn Neal. Imparte clases de grupo y particulares, así como talleres dirigidos a quienes quieran profundizar cada vez un poco más en este método milenario de cuidado, conocimiento y mejora personales.
Ha traducido al castellano la tan bella como profundamente inspiradora obra What are we seeking? de T.K.V. Desikachar y Martyn Neal.
Puedes contactar con él a través de ildeyoga@gmail.com y/o del número 653379095.