Impresiones de un peregrinaje a la India 7: Badrinath, en las tierras de Vishnu

2024-12-12

En su peregrinaje a la India, Yatra, camino sagrado a lo divino, Gopala, profesor de Yoga Sivananda, en esta ocasión nos deja el relato de las ceremonias del templo de Vishnu en el cielo de Badrinath, y tres historias: una escapada, una confesión privada y la celebración del Diwali.

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Nuestro próximo destino es Badrinath (Uttarakhand), la zona de la India más al norte  a la que llegamos en nuestro yatra. Montarse en el autobús, antes del amanecer, es entrar en la adaptación de nuevo.  En esas horas de la noche percibo una paz que nace de la rendición al medio. Me disuelvo mentalmente y me acomodo a las curvas pronunciadas de un camino tortuoso. El rio lo da todo. Poco que decir. Mejor fluir en los meandros del Alaknanda, la carretera se ajusta a ellos mientras viajamos al cielo del gran templo de Vishnu. Hay que trabajarse su contemplación.

Cada cierto tiempo hacemos pequeñas paradas para ir al servicio y tomar chai con galletas. En una de ellas leo una noticia en el periódico del local que me deja estupefacto: “En India ha habido, en los últimos diez años, 30.000 muertes violentas y 70.000 suicidios, por amores no aceptados por el entorno familiar”. La desolación me llena el pecho. Amores imposibles que llevan a la muerte.

La carretera es un bote-bote. La visión de los precipicios me hace dudar de mi destino; es montar en una montaña rusa en plena naturaleza salvaje. La vida no para de transformarse. Constante contemplación del precipicio, el río en el abismo. Intento escribir en el autobús para contarte lo que veo, pero el lápiz y el papel no quieren estar juntos, desisto y me rindo a la observación. Sigo botando…

Pero, como siempre, tras muchas horas de carretera llegamos a un sencillo y confortable hotel en Badrinath. Allí una exquisita cena con recetas del norte nos espera. Ceno con entusiasmo y deleite cada plato. Sigo disfrutando.

Escapada al templo

Después de la cena me escapo a paso rápido para contemplar por primera vez el templo. Está a un kilómetro del hotel. Los yatris nos hemos dividido en dos grupos. Cada uno iremos dos veces al templo, una para el arati de la noche y otra para la puja de la mañana. Sí, por supuesto, a las cuatro de la mañana, para no perder las buenas costumbres. El espacio que tenemos reservado en el interior del templo no es suficiente para albergarnos en exclusiva a todos. Por eso lo de los grupos partidos. Me toca esperar a mañana para penetrar en su interior. Por eso me escapo a ver la ciudad y el exterior del templo tras la cena.

Y vale la pena la escapada. Al doblar una curva en al camino, tras recorrer las calles llenas de comercios alegres y plenos de estatuas, de Vishnu especialmente, me encuentro el templo a lo lejos. Me paro, dejo de caminar. Soledad y silencio imponente en medio del gentío de peregrinos y viandantes. Es como si la calma y la paz que simboliza Vishnu atravesara mi corazón. Me siento atravesado.  Así lo vi:

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Badrinath

Adi Shankara (785-820) estableció una peregrinación que denominó Char Dham, las cuatro moradas. Una por cada punto cardinal en la India. Las otras tres son: Rameshwaram, al sur; Puri, al este; y Dwarka, al oeste. ¿Sueño visitarlas todas?

La morada del norte es Badrinath. Está consagrada a Vishnu y ello porque Shankara encontró una imagen de Badrinarayan (una de las formas de Vishnu) en una shalagram shilá (piedra sagrada de color negro adorada por los vishnuitas).

El Alaknanda, que nos ha acompañado ya tantos kilómetros, sigue haciéndolo. Allí contemplan el gran río las paredes de los Himalayas, cada vez más altas, y sobre todo el grandioso pico Nila Kantha, de más de 6.500 metros. Me quedo seco de cuajo cuando lo contemplo por primera vez  en la mañana, al volver del templo, desde una calle de la localidad. Nevado, soleado, imponente, trayendo al presente tantas montañas ascendidas esquiando en los Pirineos y en los Alpes europeos. Badrinath, pese a su ubicación, no es tierra de montañeros, sino de peregrinos que acuden cada año, de abril a noviembre a visitar, a meditar y a orar en el templo. Igual montañeros y peregrinos nos parecemos más de lo que creemos, siempre intentando estar más cerca del cielo.

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El templo

No es muy alto, unos quince metros de altura, con fachada de piedra muy colorida, al estilo budista. Vistoso, luminoso, colorido en su exterior y silencioso, en el sentido profundo de la palabra, en su interior. Siempre lleno de voces de peregrinos que rodean el templo. Presenta dos partes bien definidas, la mandapa, una sala exterior sostenida por columnas que se utilizan para los rituales públicos, y el garbhagriha, el sancta sanctorum. Es el corazón del templo. Allí descansa el murti, la representación de la deidad principal, en este caso Badrinarayan (Vishnu) en una forma de shalagram shilá. Impresiona verlo cuando se descorre la  cortina que oculta el altar en el momento de las ceremonias. Está terminantemente prohibido hacer fotos. A la salida posamos todos los yatris, como has podido ver en la foto de apertura.

La ceremonia

He venido aquí para vivir este momento. Escucho mis pisadas en silencio en el caminar de noche. No son aún las cuatro de la mañana. Hay que llegar muy temprano. Tras cruzar el puente sobre el río Alaknanda subimos los escalones que nos permiten penetrar en el templo, primero en la mandapa. Allí meditamos sentados entre las columnas de piedra. Esperamos que nos avisen por un altavoz que apenas suena. Vamos, que si no es por el guía que nos acompaña no distingo mi nombre en la lista de los que ya podemos entrar en el sancta sanctorum. “Gopala and three”: suena. Es decir, Gopala puede entrar con otros tres que están en la lista de invitados. ¿Quieres escucharlo?

En el garbhagriha nos sentamos apretados, intento colocarme frente a la cortina que de momento oculta el murti de Vishnu. Te digo que no es fácil, que las cerca de ochenta almas que estamos allí nos vamos comprimiendo más y más hasta que se cierran las puertas. Nunca había tenido en una ceremonia tanta presión de rodillas, de unas y de otros, en las mías. Nadie se queja de nada. Las miradas clavadas en el telón dorado. Suenan las campanas y la cortina se descubre. El murti de Vishnu y de las otras deidades se muestran a los presentes, mientras los mantras (Om Narayanaya) dirigidos por los pandits suenan y suenan. Las estatuas se desnudan, se bañan con miel, con leche, con ghee (mantequilla clarificada), con flores, se lavan, se visten y se engalanan una y otra vez.

Y hay un discurso en idioma local. No entiendo nada con mi mente, sí con mi corazón. Cuando éste último para y el intelecto manda no entiendo nada. Trato de que no suceda. El tiempo se dilata. Casi cuatro horas en el tiempo de los humanos. Si la mente vence aparece el cansancio; si el corazón predomina se hace la magia. En esta ceremonia vence la mente en algunos momentos. No me resisto a que la mente venza. Por ello decido pedir volver a la mañana siguiente con el otro grupo para repetir experiencia.

Aquí estamos esperando a entrar en la ceremonia. Me atrevo a compartirlo en formato dibujo. Está prohibido hacer fotos en el interior del templo y ya he aprendido esa lección.

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En el atardecer, tras la cena, me han dado la buen nueva. Hay hueco para mí. Puedo repetir la ceremonia. Repito. Me relamo de gusto con los aromas de la comida y la posibilidad de volver al templo en la mañana para escucharme. En esta segunda ocasión el corazón vence, la mente se diluye como el ghee, se postra ante mi corazón. Estoy lleno de Prem, de amor al universo y te lo digo sin tapujos.

Antes de nuestro destino final, Rishikesh, volvemos desde Badrinath en nuestro sagrado vehículo, el autobús, para descansar en el ashram del Monat Resort. De nuevo nos encontrarnos con los estudiantes del curso de formación de profesores de yoga. De este  tiempo, breve pero intenso, te cuento tres historias: una escapada en solitario en busca de la diosa, una confesión privada y la celebración de la fiesta de las luces.

La diosa

He tomado camino de las montañas desde el ashram cruzando la aldea cercana. Asciendo poco a poco las laderas que ya recorrí hace unos años. Cuando la pandemia se cruzó en nuestro camino me encontraba justo en este lugar que ahora parece reconocerme. Subo y subo y voy cruzándome con las mujeres que cuidan los campos con esmero. Es época de limpieza de los cultivos, de recoger el pasto para los búfalos que calientan los hogares.

Nadie que no viva en estas montañas pasa por aquí. No hay peregrinos y no hay turistas. Las nativas me ven con extrañeza y quieren hacerse fotos conmigo. Me dejo querer por el gusto de “conversar” con ellas. Sonríen y si digo algo en inglés o en hindi rudimentario se parten de risa.

Tras cruzar Naq, una aldea de apenas veinte casas, aparece el templito de Bhagavati Chandika. Antes de llegar, una puerta envuelta en campanas de oración. Los peregrinos que rinden culto a la diosa las ofrecen, las cuelgan y allí se quedan para la eternidad. Cuando llegas puedes tocarlas, suenan y suenan para ti.

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La diosa proyecta una omnipotencia abrumadora y está siempre dispuesta a regalarte su ayuda para destruir a tus enemigos y sublimar tus problemas, pero me da algo de miedo con tantas armas y sentada en su león. Chandika es una forma de Mahadevi, Durga, que mató al demonio Mahishasura.

Hoy viste de rojo y la observo a través de un enrejado suave. En ese momento solo está ella y yo la contemplo. Algunos niños vienen a acompañarme. Les han soplado que un extraño se ha acercado al templo, va vestido de pantalón blanco y camiseta amarilla. Pero yo no me siento extraño en ese lugar mágico. Sigo contemplando a la diosa pero ahora rodeado de niños. Así la vi:

 Una confesión

Tras la escapada en busca de la diosa, toca comer, pues en el anochecer celebraremos Diwali. Pero antes te hago una confesión: me encantan los chapatis, son mi perdición. El chapati es una forma de pan plano indio, que allí llaman roti y de los que existen infinitas variedades. Se hace con atta, una harina integral de trigo, agua y sal. Para la preparación de la masa que debe reposar un “tiempo de abuela”, parece que un mínimo de 40 minutos, se utiliza un parat, un cuenco. Se forman bolitas de masa primero y obleas de diez centímetros después  y se llevan al horno y en ocasiones a una sencilla plancha de metal muy caliente. Todo  vale en la India. Recuerdo que hay que tomarlos, partirlos y comerlos con la mano derecha, la izquierda es solo para la higiene personal, ya sabes. Sigo la costumbre y me relamo de gusto.

Para muestra, un botón. ¿Quieres ver cómo se hacen los chapatis que tomé en la hora del almuerzo?

 

Diwali, el festival de las luces

En este día se celebran, entre otras, la vuelta del príncipe Rama después de vencer a Ravana, rey de los demonios. La leyenda cuenta que los ciudadanos de Ayodhya colocaron lámparas y velas en los tejados de sus casas para que Rama supiera encontrar el camino de vuelta. En este día las casas y las ciudades se visten de lamparitas de aceite, hoy de led; la tecnología llega a todos los lugares. Nosotros, en el ashram, hemos combinado la tradición del fuego y la novedad. Por eso hemos colocado, como esperando guiar a Rama, un reguero de cuencos de barro con aceite para que su espíritu llegue a nuestra meditación. Diwali, vuelta de la luz de las tinieblas, simbolizada en Rama, la unión tras la separación, el retorno de la luz que no se ha ido de mí. Tengo el corazón abierto, pocas ganas de hablar, mientras observo las pequeñas llamas que dibujan las paredes y la sala. Míralo aquí:

Cantamos, repetimos bajans conocidos. Hay silencio en el ambiente, hay serenidad, tras tantos días de práctica diaria y profunda. Al terminar la celebración, Swami Durgananda, mi Maestra, se dirige a algunos de los swamis y profesores. La escuchamos con atención, sus palabras, moderadas en el tono, son amables y profundas, una combinación difícil. Siento que su discurso me toca el corazón, tan abierto por las horas de meditación y de observación. Puro Prem, Amor incondicional, su presencia y su discurso.

Ensueño en Prem, el Amor. En la noche acaba esta parte del peregrinar, descansamos en el ashram, mañana partimos hacia Rishikesh, último destino del yatra.

Gopala es profesor de los Centros de Yoga Sivananda Vedanta.
La peregrinación: Para celebrar mi jubilación como gerente del Consejo general  del Poder Judicial, he decidido sumergirme en un peregrinaje a la India del Norte con swamis, profesores y estudiantes de los Centros de Yoga Sivananda Vedanta. Por el mero gusto de compartir te lo iré contando, no como un diario narrativo del viaje, sino como un surgir de experiencias personales.  Así nace “Impresiones de un peregrinaje a la India”. Gracias a YogaenRed por hacértelo llegar.
www.sivananda.es
www.gopala.es
Puedes ver los detalles de los lugares del peregrinaje en https://www.sivananda.at/es/sivananda-yoga-yatra/