Comenzar el año

2024-01-08

No sé si los demás reciben cada año por estas fechas incontables invitaciones a recordar que somos un compendio de cegueras e imperfecciones y que necesitamos mejorar practicando más lo que sea que a cada uno le aconsejen sus prescriptores preferidos. Yo sí. Son mensajes que me llegan por tierra, mar y aire, y me pillan todavía con un trozo de turrón en la mano. Escribe Pepa Castro.

Foto de Min An:

Vaya por delante mi respeto a todas las opiniones expuestas en todo tipo tribunas y púlpitos, pero también quiero dar aquí la mía, si me lo permiten. Lo hago porque Yogaenred es una revista plural y diversa en sus distintos acercamientos al yoga, y los lectores y lectoras seguro que agradecen que así sea.

Opino que quienes prescriben recetas para alcanzar la felicidad, así, en general, se dediquen o no a la docencia, sean yoguis, coaches o psicólogos, deberían ser más empáticos con las personas a las que se dirigen en sus mensajes o enseñanzas en los diversos foros (redes sociales, mailings, medios de comunicación). Es conveniente no abusar de la visibilidad que ofrece una tribuna pública, pues lejos de presuponer superioridad de ningún tipo, obliga a tratar debidamente a quien lee o escucha.

Con frecuencia, desde las doctrinas no-dualistas de gran influencia en el yoga, así como desde la inclinación hacia lo esotérico de otra parte del mismo, nos sacuden en estos días con un crudeza inesperada. Quizás tiene que ver con el deseo de bajarnos de un mundo en el que se desatan guerras genocidas con impunidad y donde la esperanza de volver a valores de fraternidad y humanismo se va agotando. En ese contexto, han proliferado las llamadas a no mirar fuera sino hacia adentro. Nada que objetar. Pero quizás se puedan explicar conceptos como maya con más sutileza que diciéndonos que todo eso que vivimos no es real sino fruto de nuestro permanente estado de ignorancia, oscuridad, ceguera, sufrimiento, ofuscación, mediocridad, frustración, manipulación, etc (términos textuales). No parece que sea éste el modo correcto de convencer a una audiencia adulta (practicante o no de yoga) de que adopte los caminos de iluminación espiritual que se proponen. Se cae además en la contradicción de subvalorar el criterio de los demás desde la prepotencia de quien se sitúa en el lado de la Luz y la Verdad (siempre con mayúsculas).

El recurso del humor

No dudo de que haya una base de realidad tras muchas de las amenazas que se nos anuncian –como no te cuidas bien, eres responsable de tus enfermedades; como no sales de la ignorancia, tu vida es una mentira, etc, etc…–. Si bien no comparto ni los modos radicales de expresarlo, ni tampoco esa tendencia actual a potenciar el individualismo, en la que, como yo soy principio y fin de todo lo que me ocurre, de mis éxitos y mis derrotas, dejo de confiar en los demás y me desintereso por las causas reales y objetivas que pueden estar dando origen a parte de mis problemas y los ajenos.

Personalmente, encaro con humor esos correos o mensajes en los que me reprochan ser culpable de mis desgracias si no sigo a rajatabla determinadas prescripciones. Para que no me suba la tensión arterial me quedo con lo más complaciente que a menudo también leo, y es aquello de que en realidad ya soy perfecta como soy. Me enroco en esa frase y me hago fuerte. Lo malo es que acabo leyendo lo que sigue, que inevitablemente es el pero…, ese que me recuerda que sí, que yo era perfecta cuando llegué al mundo, pero que crecí atiborrada de embustes y caprichos y me he convertido en esta ignorante con de cara roscón de reyes que necesita, ya mismo, mil horas de prácticas saludables y pulidos de guías piadosos.

Con humor, sí, me lo tomo con humor. En estas fechas dejo que otras voces perfectas me aleccionen, me vapuleen, me reprochen el dar tantos pasos en falso en esta vida por haber extraviado a esa completa que fui de fábrica o antes de venir al mundo.

Elijo quedarme con la parte libertaria, irónica e indulgente de mis energías porque con los años se me ha ido desprendiendo la necesidad de aferrarme a etiquetas, exigencias, creencias e idealizaciones, que ya me queda escasa fe para empeñar en según qué propósitos. Puede que envejecer ponga en marcha un mecanismo de ecología psicológica en el que el “menos es más” se va revelando en el alma gradual y nítidamente, como una imagen en papel fotográfico. Ese “menos” que tanto me aporta es el de la rendición a la imperfección de mi perfección oculta, la renuncia a todo mi potencial irrealizado. Lo acepto, me someto. Y lo abrazo. Igual que abrazo la belleza de lo que se muestra tal cual es, las obras incompletas, la dignidad de las luces y de las verdades en minúsculas, la valentía de cambiar las pretensiones de gloria por el lidiar el día a día con la realidad pequeña de cada cual.

El yoga y la observación de la realidad

Me quedo también del yoga, que tanto me ha enseñado, con la energía de la observación incondicionada, que con frecuencia, no siempre, me lleva a tomar conciencia de ciertas cosas. Veo que la meditación, y tantas otras prácticas, son un lujo para la gran mayoría de la gente que se levanta de madrugada para trabajar y ganarse la vida con dificultad. Esa limpiadora que ha dejado hijos en su país de origen para ganarse el derecho a vivir se perderá la oportunidad de saber que nació perfecta porque difícilmente caerá en sus manos un texto de yoga que se lo descubra. Y tampoco sabrá que es responsable de su mala suerte, o que su agotamiento físico y mental al final de la jornada no es realidad sino maya. Ni se enterará de que hay guías de luz disponibles para llevarla por el camino de la vida realizada cuando viaje apretujada en el metro, de vuelta a casa después de 12 horas de trabajo.

Yo elijo mirar menos hacia mis adentros para mirar más a mis alrededores, menos hacia el cielo y más hacia los lados, y así siento mejor que formo parte de la unidad con todo y estoy más atenta a dar y recibir amor (afecto, ayuda, compasión, ternura, apoyo…) que es la auténtica luz que ilumina nuestras vidas. Cada vez me enseñan más esas historias que me llegan de quienes han estudiado con amor la naturaleza humana para entenderla sin tratar de corregirla; las historias humanas imperfectas, más que las vidas divinas solitarias y ejemplarizantes.

Comprendo el interés por lo contrario, pero cada persona somos fruto de nuestras circunstancias, experiencias y decisiones, y elegimos los caminos de nuestras búsquedas espirituales desde un grado de consciencia y libertad que en ningún caso se debería menospreciar.