A la «caza» de hombres santos: Shri Yogendra o el viaje de ida y vuelta

2019-05-06

En esta nueva sección, Ramiro Calle relata a los lectores de YogaenRed diferentes episodios e impresiones sobre sus primeros contactos y entrevistas con los personajes más representativos del yoga y la espiritualidad de la India desde sus primeros viajes en los años 70. Hoy, su encuentro con Shri Yogendra, considerado el «primer profesor» de yoga moderno.

Ramiro y Shri Yogendra

En la foto, Shri Yogendra con Ramiro Calle en su visita de 1972

Primeros días de agosto de 1972. En un avión de la Panamerica aterrizo en el aeropuerto de Santa Cruz de Bombay (Mumbai). Empieza a clarear, tras haber viajado toda la noche. Las gestiones en la aduana se eternizan. Hay infinidad de escarabajos voladores en el aeropuerto y el calor húmedo es sofocante.

Los olores son de lo más variado, y no precisamente todos agradables. Por fin se han realizado los trámites aduaneros y puedo pasar más allá del puesto de policía, tras haberme hecho innumerables preguntas, obsesionados por cuánto dinero llevo, si me hago acompañar de una cámara o tomavistas y un larguísimo etcétera que reventaría la actitud de ecuanimidad del mismo Gandhi. Una vez en la calle se me abalanzan una legión de taxistas para ofrecerme sus servicios. Solo hay dos clases de vehículos: el incombustible Ambassador pintado de negro (que tantos años me ha acompañado por mis rutas de carretera en la India a sus cincuenta kilómetros por hora) y una especie de Fiat muy pequeño. El gobierno exige que todos los productos sean indios, e incluso la coca-cola ha sido suplida por la campa-cola y el chocolate Nestlé por una especie de pasta negra que parece brea.

Atravesando los que eran los peores y más miserables suburbios de Asia, he llegado tras más de una hora en automóvil a la Puerta de la India. Dejo las maletas en el hotel y me precipito a sentarme, emocionado, bajo la estatua de Vivekanda, uno de mis autores preferidos en aquella época, aunque luego lo fue siendo mucho menos al darme cuenta de que sus conocimientos yóguicos eran muy inferiormente expuestos a los de grandes orientalistas de Occidente. Pero allí estaba yo, meditando, bajo su estatua, mientras una turba de mendigos no dejaba de solicitar unas monedas y cientos de personas dormían en las calles,de tal manera envueltas en un lienzo que parecían cadáveres, e incluso uno se preguntaban cuáles estaban vivas y cuáles podrían estar muertas. Al pasear por las noches, y no es exagerado, uno iba saltando sobre cuerpos arropados por «sudarios».

Así daba comienzo mi primera incursión de un mes y medio en la India, a la caza de personas santas, entre las que yo incluía entonces yoguis, sadhus, mentores, eremitas, renunciantes, peregrinos y  swamis. La India que empezaba a explorar nada tenía que ver con la India ensoñada, esa que yo imaginara años antes leyendo a Hermann Hesse o Pierre Loti, entre tantos otros.  Era un choque que más bien se podría definir como un electroshock psíquico. Me acompañaba Almudena Hauríe, magnifica profesora de yoga y una extraordinaria traductora del inglés al castellano. Y no había día en que no entrevistáramos a «personas santas», aunque muchas no brillaran por su santidad.  Desde el primer instante  me enamoré de los sadhus errantes, testimonio de contrasociedad, fenómeno único y muy significativo en la actualidad, representantes del milenario legado espiritual de la India aunque muchos no sean mas que vagos recalcitrantes.

Para los próximos días tenía proyectadas dos visitas: una a Sri Yogendra, casi un icono entonces en el ámbito del yoga, y otra al hospital yóguico de Kaivalyadhama para entrevistar a varios de sus especialistas.

De vuelta de lo físico a lo espiritual

El Instituto de Sri Yogendra estaba ubicado en el barrio de Santa Cruz, bastante distante del centro de la ciudad. En el inevitable y más o menos fiel Ambasador llegamos al Instituto de este hombre que era el protagonista de un caso particularmente curioso, contradictorio y no poco paradójico. Ante todo decir que fui, al principio, recibido con no poca suspicacia y yo diría que menosprecio, pues en esa época era bastante común que el mentor indio, creyéndose por encima de lo humano e incluso lo divinotratara con no disimulado  menosprecio al bárbaro occidental. Pero me fui ganando no solo la confianza de Yogendra, sino también de su esposa y de su hijo el doctor Jayadeva, hasta tal punto que se me enseñaron todas las instalaciones del instituto, así como el domicilio particular, y se nos invitó a una humeante y sabrosa taza de té.

Resulta que Sri Yogendra fue uno de los pioneros en propiciar el interés por el aspecto físico del yoga y de manera muy especial, casi obsesiva, por los asanas, desposeyéndolos de todo contenido espiritual o místico, y poniendo el acento en la necesidad de investigar científicamente el yoga, en un intento, igualmente casi obsesivo cuando era mucho más joven, de probar científicamente los efectos físicos y en cierto modo mentales de las posturas yóguicas.

Yogendra me regaló varias de sus obras, pero lo sorpresivo resultó que en las horas que pasé con él y su familia, ya en esa época Yogendra había modificado por completo su actitud sobre el yoga y trataba de recuperar para el mismo su esencia espiritual, y en la conversación que mantuve con su hijo, el doctor Jayadeva, éste no dejó de insistirme en que la investigación científica del yoga era por fuerza muy limitada, pues lo verdaderamente esencial era revestir la práctica con todo su carácter espiritual. Así Yogendra, que había sido mucho años antes el promotor del yoga científico y desprovisto de toda espiritualidad, ahora no dejaba de insistirme,  junto a su hijo y esposa, de la necesidad de que el hatha-yoga no se desposeyera de su aura mística. Cuando el doctor Jayadeva me enseñó su laboratorio, me dijo:

«Hoy día se trata de investigar el yoga científicamente, pero en realidad -señaló los diversos instrumentos médicos con la mano- el valor de todo esto es muy limitado. El problema actual es que se concede mucha importancia a lo material, cuando lo realmente importante es la espiritualidad, aunque muchos practicante solo busquen en el yoga salud física. El yoga puede combatir determinados trastornos y facilitar al individuo un excelente estado de salud, pero insisto en que lo básicamente importante es la espiritualidad».

Así que esa familia de yoguis no dejaba de insistirme en el lado espiritual del yoga. Ellos llevaban muchos años propagando los ideales yóguicos. El viaje de Yogendra había sido de ida y vuelta: tanto en lo exterior (su viaje y estadía en Occidente para luego volver definitivamente a la India) como en lo interior (pasando del énfasis puesto en los asanas al remarcado acento en las posibilidades espirituales del yoga y la meditación).

Estuvimos hablando horas sobre el trabajo interior y la evolución espiritual. Sita Devi, la mujer de Yogendra, me regaló un libro que había escrito y, acompañándome después hasta la puerta, me despidió con la tierna y tímida sonrisa de la mujer india.

Culturistas del hatha-yoga

Ya pude comprobar en mis primeros viajes por la India que había culturistas que se habían autoproclamado mentores de yoga y mostraban una especie de hatha-yoga más cercano a la gimnasia que al yoga mismo. A veces era difícil distinguir qué papel jugaba el hatha-yoga y cuál la gimnasia sueca o danesa. En muchos sentidos se produjo una síntesis y, por ejemplo, parece prácticamente seguro que el Saludo al Sol no pertenecía al hatha-yoga y fue incorporado al mismo, de la misma manera que conocí llamativos contorsionistas que se servían de posiciones yóguicas para flexibilizarse, pero que ni siquiera tenían la menor idea de lo que era era el yoga. Y no solo eso: conocí, para mi sorpresa y desagrado, culturistas con varios títulos que ofrecían clases de asanas y no sabían ni quién era Patanjali, y mucho menos aún, Goratnath o Matyendranath.

En Mumbai me quedaba mucho que investigar, pero sobre todo quería entrevistar a fondo a los  médicos-yoguis del hospital yóguico de Kaivalyadhama. Sería en los próximos días y mientras tanto yo continuaba visitando supuestas o reales «personas santas». Ni me imaginaba entonces que muchos años después sería en Mumbai donde entrevistaría a Ramesh Walsekar y donde en Ganeshpuri, a sesenta kilómetros de esta gran y fascinante metrópoli, entrevistaría a Muktananda. Pero todo ello lo iré  compartiendo en futuros trabajos. De momento y ya que he hablado de Vivekandanda, os dejo con una recomendación suya que a menudo recuerdo en la vida desmesuradamente externalizada que llevamos en esta convulsa sociedad: “Actúa, actúa, actúa, pero que ni una sola onda de inquietud alcance tu cerebro.”

 

Ramiro Calle

RamiroCalleMás de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.

Mira la página de Facebook de Ramiro Calle:
https://www.facebook.com/pages/Ramiro-ACalle/118531418198874