¿Qué te inspira la realidad del silencio? ¿Lo cultivas? ¿Te serena? ¿Lo eludes? ¿Te inquieta? Posiblemente suponga algo diferente a nivel teórico y a nivel experiencial, o quizá operativamente represente varias cosas, algunas contrapuestas entre sí. Puede que una parte de ti lo anhele y necesite, y otra instancia lo tema. Escribe Teresa Gaztelu.
Si observas tu vida cotidiana, ¿qué relación dejan ver tus actos que mantienes efectivamente con el silencio? ¿Sueles tener la radio o el televisor encendidos en casa? ¿Acostumbras a entretenerte cuando estás solo con alguna actividad (móvil, ordenador, lectura, comida…)? ¿O bien buscas y sostienes el silencio? ¿Pasas tiempo en silencio con las personas con las que convives?
El silencio: lenguaje de realidad última
Las tradiciones sapienciales acuerdan que el silencio es el terreno de la realidad última. Las palabras expresan la realidad visible, múltiple y transitoria: la manifestación de Brahman en el hinduismo, la verdad convencional en el budismo, la expresión del Tao en el taoísmo. Brahman, realidad no manifestada y fundamento de todo, la vacuidad budista y el Tao son inexpresables a través de la palabra e inaprehensibles a través del conocimiento común (sentidos y mente discursiva).
Así, mientras la palabra nos proporciona la experiencia de lo distinto (conceptos y emociones), el silencio nos ofrece la experiencia de lo no distinto (unidad). Si la palabra pertenece a la mente y aporta un conocimiento organizativo pro-activo, el silencio pertenece al corazón y su conocimiento es contemplativo, sentido y receptivo. El silencio es el lenguaje del corazón. Expresado en términos teístas, en el corazón está el pedazo de Dios en nosotros: lo sacro en uno. Nuestra verdad más profunda, que es la verdad de todos y de todo, mora en la sede del pecho. En la meta de acceder a esta última proponen las Upaniṣad una ascesis con respecto a los estímulos de sentidos e intelecto, e invita el budismo primitivo a cultivar el noble silencio en la vida diaria: silencio interno y habla externa sólo cuando nuestras palabras sean útiles, veraces y necesarias; en caso contrario: callar.
¿Qué nos proporciona el silencio?
El silencio nos pone en contacto con nuestra verdad. Esa verdad bien sabemos que a cierto nivel puede ser dolorosa y, en la medida en que huimos de ella, suele serlo. El silencio permite conectar con ese dolor vital que todos tenemos. Tras dicho dolor, que es nuestra verdad a nivel afectivo inconsciente, podemos encontrar una verdad más profunda: ecuanimidad y serenidad, presencia y transparencia de ser, experiencia de unidad y de amor, integridad, reconciliación.
El silencio es el espacio de la constatación u observación neutra, sin juicio, de cuanto aquí y ahora sucede. Es ese vacío mental en el que la atención desinteresada entra en juego, que culmina en la comprensión liberadora. Ahí descubrimos que, si bien la palabra da cuenta de nuestra identidad empírica y relativa, el silencio da cuenta de nuestra identidad profunda e indecible. Y para conocernos, necesitamos atender a ambas dimensiones sin dejar ninguna de ellas de lado.
La evasión del silencio
En el silencio no hay huidas. El silencio lo acoge y abraza todo: unifica, reúne bajo su presencia. Sin embargo, al no ser conscientes de su valor y en la medida en que, en él, nos topamos con un dolor, lo eludimos. Huimos de él porque lo tememos. La preparación para la experiencia del silencio es la de tomar conciencia de nuestros hábitos de evasión y del temor que subyace tras ellos. En dicha toma de conciencia, empiezan ya a perder peso.
A decir del hinduismo y el budismo, la búsqueda de placeres suele ser el medio de evasión fundamental: los placeres huyen de la insatisfacción vital, de esa difusa sensación de falta, de la sed agitada (taṇhā). No cediendo a esta última, lo cual pasa por aceptar experimentar el dolor de la falta de placeres, logramos un Placer más profundo que no procede de vivir placeres o ausencia de dolores, sino de estar situados en otro lugar.
Al lado de dicha preparación para el silencio, es importante prevenirnos ante cierta actitud en lo relativo al cultivo del silencio. A menudo nos proponemos ratos cotidianos de silencio a través de la sola cabeza o la mera fuerza de voluntad. Pero una motivación de ese tipo es caduca. Es nuestro corazón y su profundo anhelo de verdad (unidad, serenidad…) el que necesita estar en silencio. Es preciso, pues, contactar con el corazón para motivarnos genuinamente a tener una rutina de silencio. No necesitamos proponernos nada, necesitamos conectar con el corazón: pasar la atención de la parte superior de nuestro cuerpo (la mente) a la zona del pecho, que nos habla a través de un sentir silente, puede ayudaros a descubrir ese anhelo auténtico de silencio. Y si lo que encontramos en un primer nivel de nuestro pecho es dolor, sólo sintiendo ese dolor podremos descansar en el corazón: el dolor será la puerta de acceso a nuestra verdad.
Más allá de la palabra y el silencio
El último paso, tras cierta experiencia de silencio, consiste en ir más allá de la dualidad palabra-silencio. Existe un silencio que abraza la palabra y que se siente en la misma palabra, en el propio ruido, en el pensamiento. Es la experiencia budista del desapego, la contemplación en la acción del zen, el karma-yoga de la Bhagavad-Gītā, el principio taoísta de wu wei.
Cuando nos familiarizamos con el silencio, éste se vuelve compatible con las voces internas y externas: se hace escuchar en ellas. Ahí vivimos en silencio, en medio del ruido mundanal. En cierto nivel hay movimiento y, en otro más profundo, quietud. Ambos se dan a la vez, pues mientras la palabra por sí sola no es compatible con el silencio, porque lo aparta, el silencio es capaz de abarcar la palabra, porque ésta se formula en aquél y gracias al espacio vacío ofrecido por aquél. En ello parece residir la experiencia no dual. Hemos trascendido toda expresión, incluida la de “silencio”: podemos morar silentes en el seno de la palabra.
Teresa Gaztelu. Doctora y licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, su tesis es sobre budismo. Máster en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Paris I-Sorbona. Se ha formado en la Práctica filosófica con Mónica Cavallé y es miembro de su Escuela de Filosofía Sapiencial y mienbro colaborador de la Asociación de Yoga y Filosofía.
Es profesora de filosofías orientales en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid y lo fue en la Facultad Universidad Complutense de Madrid. Imparte conferencias y talleres sobre filosofía como forma de vida y sobre filosofías orientales y escribe en medios especializados y divulgativos. También atiende en consulta de práctica filosófica:http://www.teresagaztelu.com/
Próximos cursos con Montserrat Simón y Nale Parada:
–25 de abril en Casa Asia, Madrid: Integrar y trascender el sufrimiento a través de budismo, yoga sutras y advaita vedanta. + info: https://www.casaasia.es/actividad/detalle/221006-jornada-teorica-practica-trascender-e-integrar-el-sufrimiento-ensenanzas-desde-el-budismo8 y 9 de junio en Asoc. de Yoga y Filosofía, Mallorca: Filosofía contemplativa para la vida: budismo, yoga sutras y advaita vedanta. + info:http://www.yoga-mallorca.org/index.php/yoga/retiros-de-filosofia/2-uncategorised/233-filosofia-oriental.html