Para ganar memoria, mira con ojos de niño

2013-07-25

Cuando falta agilidad en nuestra memoria y la lucidez vacila, no debemos achacarlo solo al estrés; a lo mejor no estamos ejercitando nuestras capacidades. Un maravilloso entrenamiento para la memoria es mirar alrededor con ojos atentos, curiosos y afectivos como los de un niño. Por Koncha Pinos-Pey para Espacio MIMIND.

memoria

No hay una respuesta única al asunto de por qué perdemos la memoria. Lo cual no es un gran consuelo para las personas que día a día ven cómo sus recuerdos se esfuman. Sabemos que se trata de una función del sistema nervioso central, indispensable para aprender y evolucionar. Pero ¿cómo hace el cerebro para recordar las cosas que pasaron, las ideas, las impresiones, los sentimientos, los olores? Intentaremos responder a estos interrogantes analizando desde el punto de vista del mindfulness el funcionamiento de nuestra memoria.

La memoria se puede entrenar como si de un músculo se tratase, y en este sentido tenemos la responsabilidad de hacer algún ejercicio cinestésico que la mantenga en movimiento: leer textos, aprender cosas nuevas -sobre todo con el hemisferio no conceptual-, estar atentos a los detalles. Es necesario realizar una serie de ejercicios que aseguren de manera estimulante que el intelecto se mantenga joven, igual que haríamos con nuestro cuerpo en una sesión de yoga.

Las técnicas de potenciación de la memoria ya eran practicadas desde la antigüedad. Tenemos constancia de cómo Cicerón en el siglo IV antes de Cristo da ejemplo en un escrito sobre diversas técnicas basadas en la asociación de los conceptos y el recuerdo de un lugar concreto. También siglos más tarde encontramos algunos elementos en los textos de Pico della Mirandola o Giordano Bruno sobre “la memoria prodigiosa”, dando claros detalles de ejercicios para trabajar los ejercicios nemotécnicos. Fue en el 900 cuando los estudios sobre la memoria vivieron una fuerte aceleración, gracias a la nueva conciencia del cerebro y de las células nerviosas.

Memoria explicita e implícita

Para los humanos la “memoria” representa algo más que un archivo de datos, ya que interviene en nuestra identificación, nuestra perspectiva histórica, el modo de percibir los hechos que han sucedido en nuestra vida… Y también nos ofrece mucha información sobre cómo relacionando esos datos podemos trazar nuestro presente y estrategias futuras.

Esto explica por que perder la memoria es uno de los miedos recurrentes más fuertes de las personas que siguen un programa de mindfulness. Es necesario subrayar que la mayoría de la memoria que hacemos servir es una memoria transitoria leve, y que una vez superada se dirige al archivo de memoria implícita del cerebro. Lo que la mayoría de personas no sabe es que si no hacemos nada, la memoria se va perdiendo. Pero podemos recuperar memoria con un entrenamiento sencillísimo.

La memoria puede ser clasificada como explícita e implícita, en base a la duración de la imaginación en el recuerdo, y también en base a la calidad de la información imaginada.

  • La memoria declarativa o explícita es la que permite recordar toda la información que tiene que ver con hechos concretos de una situación determinada de la cual hemos sido muy conscientes -o hemos vivido intensamente- en el momento. La memoria explícita está regida sobre todo por el hipocampo.
  • La memoria procedural o implícita es aquella forma de memoria a la que solo podemos acceder de modo cariñoso o amable, tranquilos. En ese bloque de la memoria, están las cosas más increíbles: cómo aprendiste a montar en bicicleta, la primera vez que anduviste, la primera papilla que te dieron… y podemos acceder a ella cada vez que la evocamos de forma auténtica. La memoria implícita parece estar localizada en la corteza parieto-occipital.

El hilo de la memoria es la emoción

Ya hemos comprendido que tenemos una memoria a corto plazo y una memoria a largo plazo. Los contenidos memorizados a largo plazo pueden ser tranquilamente evocados aun a pesar del tiempo pasado, mientras que los contenidos a corto plazo o a breve término son más efímeros. Detrás de estos dos tipos de memoria se hallan mecanismos biológicos, bioeléctricos que están implicando diferentes órganos o sentidos, centros nerviosos que trabajan forma, percepción, experiencias.

Está demostrado que si algunas partes de nuestro encéfalo se destruyen por un ictus, la mayor parte de los recuerdos almacenados están igualmente disponibles, no se pierden. Esto demuestra que los diferentes recuerdos se sitúan en más de un solo punto especifico, activándose en lo que llamamos las «células de la memoria», capaces de modularse y activarse en función de la necesidad.

El hipocampo y el área mnésica es la parte más importante para acceder a los recuerdos, tiene la estructura de un pequeño caballito de mar y habita en el cerebro límbico, el área que gestiona nuestra emociones. Y no es nada casual, como tampoco es casualidad que el sistema límbico se encuentre a caballo entre los dos hemisferios, entre lo que pretendemos como cognitivo y aquello más emotivo.

El rol de la memoria determina no solo la vida racional sino la afectividad. Sin ella no podríamos construir ninguna relación, pues no seríamos capaces de conservar los recuerdos ni tendríamos sentido de identidad de uno mismo. Nuestra vida emotiva se fundamenta en la memoria y la memoria mantiene una estrecha relación con las emociones. Los recuerdos se imprimen en la mente no solo en función de lo que pasa, sino en función de las sensaciones que tenemos emotivamente hablando, implicando emociones como el miedo, la seguridad, la alegría, el amor o la felicidad. Así pues, recordamos más si somos más felices, y recordamos sobre todo aquello que se grabó con fuertes emociones.

Puede parecer desde fuera un laberinto caótico, pero el hilo de la memoria es la emoción. Por eso solo es posible mantenerla en forma si nuestro acercamiento a la realidad está activo. Si nuestra mirada alrededor de nosotros es curiosa, anticonvencional y emotivamente sana. Un proceso espontáneo que un niño de meses es capaz de realizar cientos de veces al día: mirar el entorno sin dar nada por ya visto y deleitarse en imprimir con intención emotiva y constructiva la vida.