Seguridad en el yoga

2014-10-06

El verdadero yoga sólo puede hacer el bien. Otra cosa son las actividades dogmáticas, egóticas o exhibicionistas que pretendan suplantar su buen nombre. O aquellas otras gimnásticas que valoran más un cuerpo acorde a los cánones del Photoshop que una mente plena y libre. Escribe Joaquín G. Weil.  Foto: Nicolas A. Hugenin (en la imagen la profesora Hanane Meziuni).

Seguridad yoga

Recuerdo una alumna que, cuando estábamos abordando alguna asana de dificultad intermedia, decía: «Esto lo hago yo porque soy de Bilbao». El lema no deja de tener su gracia, pero nos sirve para ejemplificar una actitud mental que connota un cierto grado de peligro (pienso que. por lo general, tampoco las clases de yoga en la capital de Vizcaya serán tan tremendas).

En el famoso libro The science of yoga del periodista William J. Broad se exponen casos de supuestas lesiones durante la no menos supuesta práctica del yoga. El asunto es digno de interés porque todos queremos practicar yoga con seguridad y, sobre todo, los que somos profesores queremos que nuestros alumnos estén seguros.

Lo primero que hemos de considerar es el sin duda prestigioso marchamo de «ciencia» o «científico», que hoy en día parece sinónimo de la verdad misma, pero que en numerosas ocasiones encubre errores manifiestos. Sé que poner en duda lo así llamado «científico» puede parecer heterodoxo o incluso esotérico, pero estoy apelando al sentido común y a la lógica más corriente. Como ya señalaran los filósofos Kuhn y Feyerabend, la historia de la ciencia presenta numerosos casos de verdades científicas que luego han sido cuestionadas. Pero no voy a ir tan lejos. Voy a mencionar algunas así llamadas «verdades científicas« difundidas entre la población que resultaron luego una engañifa o fiasco.

«Verdades científicas»

Cuando yo era niño, en los 70’s, se decía que la grasa de las sardinas y del aceite de oliva era nociva para la salud, que lo mejor era la mantequilla. Luego vendría la famosa reivindicación de la «dieta meditarránea» a desmentirlo pero, entre tanto, tal vez se vendieron algunas toneladas más de aquella grasa láctea.

Desde los 60’s hasta hace relativamente poco se propagó la pretendida «verdad científica» de que la leche sintética era mejor para los bebés que la leche de la propia madre. Ahí tenemos otro caso de lo que los antiguos griegos llamaban la hybris, la soberbia del ser humano pretendiendo corregir a la naturaleza.

También las autoridades sanitarias animaban por aquella época a los padres a que llevar a extirpar las amígdalas a sus hijos, y que luego le dieran un helado. Hoy en día esto parece una broma, o una brutalidad, según se mire, pero quien lo recuerde sabrá que estoy contando algo absolutamente cierto.

La lista de pifias entonces consideradas «científicas» es demasiado extensa como para poder en el breve espacio de un artículo abarcarlas todas. Una de las más recientes es el pretendido valor del flúor para la salud dental. Todavía hay numerosas pastas dentríficas que destacan en su envoltorio «con flúor». Sabido ya que este elemento artificialmente añadido puede resultar tóxico, ya comienzan a haber otras marcas que destacan «sin flúor».

Y el caso más sonado de lo que estoy diciendo fue el desacato popular al consejo de las autoridades sanitarias que recomendaban vacunarse de la así llamada «gripe A», asunto del que se sospechaba encubría negocios con ganancias fabulosas.

Argumentos pretendidamente científicos

Dicho lo cual, como es lógico soy partidario de un estudio científico del efecto del yoga en la salud y la incidencia de lesiones, pero sólidamente basado en la estadística, libre de preconceptos, razonamientos deductivos o ad hoc, etc. Y ahora pasemos a examinar algunos de los argumentos pretendidamente científicos del libro del periodista Broad.

Narra el caso de un señor que sufrió una dolencia transitoria en un pie porque pasó cuatro horas seguidas cantando por la paz mundial en la poscición de rodillas sentado sobre los talones (Vajrasana). Claro, y si en vez de estar así hubiera estado tendido en el sofá comiendo patatas fritas, sin duda hubiera engordado o pillado una indigestión. Ni el yoga ni nada nos libra de la ley de causa y efecto. Pero, en cualquier caso, lo que hacía este señor ¿era yoga? Respondan ustedes mismos.

Cuenta también de una profesora de yoga que mientras le grababan un programa para la televisión, el realizador la animaba a ejecutar asanas más difíciles y esforzadas, hasta que se lastimó una pierna. Impresionante: un realizador dando instrucciones sobre asanas a una así llamada «profesora de yoga». ¿Fué el yoga quien la lastimó, su ego, la ingnorancia yóguica del realizador o, tal vez de una manera mágica, un extraño efecto nocivo de las grabaciones con cámaras de vídeo? Responda el lector.

Para profundizar más allá de lo anecdótico, ningún profesor de yoga que merezca tal nombre pretenderá que los estudiantes jamás tengan dolencias o lesiones tal si el yoga fuera el quijotesco bálsamo de Fierabrás.

Como decía el filósofo Hume, correlación no significa causalidad. Por ejemplo, si una persona se come un bocadillo de jamón y luego le da un ataque, no se puede inferir que el bocadillo le ha causado el ataque.

Puesto que incluso las personas que practican yoga de modo asiduo y constante están sujetas a contingencias de salud, por lógica les sobrevendrán en algún momento durante o después de la práctica. ¿Invalida esto el yoga? Entonces cualquier actividad humana, sea la que sea, entraña un peligro puesto que a las personas que las realicen tendrán durante o después enfermedades y lesiones, debido a que, junto con la vejez, como ya descubriera el Buda, son las condiciones de la existencia humana.

En alguna ocasión alguien me dice que le duele aquí o allá, y se pregunta si habrá sido el yoga. Por ejemplo, un dolor en el hombro. Después de hablarlo con detenimiento, resulta que ha estado pasando durante horas una lijadora orbital a algún mueble de su casa, o jugando otro tanto al pádel. «¿Habrá sido el yoga?».

Recomendaciones tradicionales

A mi modo de ver, para hacer un estudio verdadermante científico sobre el efecto del yoga en la salud habría que hacer un sondeo estadístico amplio sobre el estado de salud de los practicantes asiduos del yoga en relación con las personas que no hacen ningún tipo de ejercicio o que hacen otro tipo de ejercicio.  El propio Broad reconoce en su libro que ni él ha realizado un estudio semejante ni ha tenido acceso a ninguno tal así ya realizado. (Resulta sorprendente que, teniendo él mismo, según sus propios testimonios, un conocimiento del yoga de nivel de principiante, ahora se le consulte al periodista Broad cualquier asunto sobre yoga, como si fuera una autoridad mundial en la materia.)

También para merecer el buen nombre de «científico» nos valdría un estudio estadístico amplio pre y post del estado de salud de los practicantes de yoga. Aducir casos de lesiones en practicantes de yoga como prueba de los efectos de la práctica del mismo es cuanto menos dudoso y sesgado.

Asimismo la propuesta final del libro es cuestionable: plantear como solución a la seguridad en el yoga una medicalización del mismo. Los sanitarios están, respecto a los efectos concretos de la práctica del yoga, en una situación parecida a la de los legos en la materia. También ellos conectan con su propio cuerpo a través de la práctica, donde los conocimientos anatómicos, fisiologicos, etc. son solo una referencia teórica. Creer que si nos enseña yoga un traumatólogo no va a haber lesiones, no es que no sea un razonamiento científico, sino que es directamente supersticioso, como si nos dicen que si nos lo enseña un cura iremos todos al cielo.

Comentaba mi esposa después de asistir a una de esas clases de yoga con prolijas explicaciones anatómicas: «Ha sido la única clase de yoga en mi vida que he tenido que hacerla con las gafas puestas».

¿Cómo lograr entonces una práctica del yoga segura? Pues precisamente siguiendo las propias recomendaciones tradicionales del yoga. Atender al primer principio, Ahimsa, la no violencia, también respecto a uno mismo. Darana y Pratyahara: estar concentrados y atentos a las sensaciones que nos va devolviendo nuestro propio cuerpo durante la práctica. De ese modo las lesiones se minimizan.

Sobre todo es necesario para la seguridad en la práctica tener claro nuestros objetivos: no la consecución de un cuerpo «duro y fibroso», ni la exhibición de nuestras destrezas, o nuestre fe en las enseñanzas del guru, sino el autodescubrimiento, la conciencia de sí que, si es plena, es absolutamente segura a efectos de salud.

El yoga no es peligroso. Desde luego no es ni moto-cross, ni parapente, ni escalada o barranquismo. Ni siquiera fútbol o esquí de fondo. En cada deporte profesional, las lesiones son un clásico informativo.

El yoga no es peligroso, sin embargo el ego o la cerrazón dogmática sí pueden serlo. Y, por supuesto, hay diversas recomendaciones técnicas de seguridad que las personas que enseñan yoga deberían conocer, pero que escapan a la extensión de este artículo. En principio entonces los primeros consejos deberían ser: tranquilidad, suavidad y prudencia. Y no querer competir ni alcanzar otro logro más que tu bienestar. El verdadero yoga no es el de las fotos de las revistas o libros (por muy inspiradoras o bonitas que sean), ni tampoco el que hizo o hace el guru del presente o del remoto pasado, sino el que puedes realizar tú por ti.

Salud y fuerza para todos.

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga, director de Yoga Sala Málaga y coordinador pedagógico del primer curso con acreditación oficial en España. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

Más información:

http://yogasala.blogspot.com

https://www.facebook.com/yogasala.malaga

http://yogasala.blogspot.com.es/2014/09/1-formacion-de-instructor-en-yoga-segun.html