El Mirador del Mal

2025-09-11

No siempre es la crueldad activa la que sostiene la injusticia: a menudo basta el silencio, la indiferencia, el gesto de quien se asoma al ‘mirador del mal’, mira y calla. En esa pasividad se revela un mal profundo, no tanto por lo que hace, sino por lo que deja de hacer. Escribe Alejandro Torrealba / Dharmamitra.

El Mirador del Mal

El mirador de Sderot, desde donde se ven los bombardeos sobre Gaza. Foto publicada en el Facebook de La Sexta.

Hace unos días me llegó un artículo de Maruja Torres en la Cadena Ser, mencionando la descripción que Àngels Barceló hizo del ‘Mirador del Mal’, en sus palabras, “el rincón de atracción turística desde donde se contempla y se aplaude el genocidio en Gaza”. Quedé en silencio, pensando y sintiendo.

Junto a las reflexiones vinieron recuerdos y enseñanzas de mis maestros que creo pueden resultar de interés, esencialmente para mí, pues es otra forma, al compartirlas, de no olvidarlas y tenerlas siempre presentes como guías en el camino.

En tiempos de violencia, surgen imágenes que condensan la tragedia moral de una época. Una de ellas es la de quienes, desde balcones, miradores y terrazas, o desde el sillón de casa o el cojín de meditación, observan la agonía de los palestinos, o de cualquier otro pueblo o persona, como si asistieran a un espectáculo. Esa escena, que podría parecer lejana o ajena, nos enfrenta con la pregunta radical: ¿qué sucede en el corazón humano cuando el sufrimiento del otro se vuelve paisaje?

Siempre he tenido presente que la práctica contemplativa sin conmoverse ante la injusticia y el sufrimiento del otro, sin denunciar ni actuar, se queda incompleta, pues el silencio interior no es un silencio cómplice. La meditación nos lleva a hablar con voz clara cuando la dignidad humana es pisoteada. En esta línea Thich Nath Hang expresaba que “no basta con meditar en la montaña. Cuando la injusticia se instala en la sociedad, la verdadera practica es levantarse y actuar con compasión. Cuando la injusticia se convierte en ley, la compasión debe convertirse en acción”.

Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal” para describir la capacidad de los seres humanos de participar en la destrucción sin cuestionarse, sin sentir la urgencia de interrumpirla. No siempre es la crueldad activa la que sostiene la injusticia: a menudo basta el silencio, la indiferencia, el gesto de quien se asoma, mira y calla. En esa pasividad se revela un mal profundo, no tanto por lo que hace, sino por lo que deja de hacer.

No endurezcamos el corazón

Quiero recordar aquí a dos personas muy significativas en mi vida, una de ellas Ezequiel Ander Egg, docente en los campos de la educación, la animación sociocultural, el trabajo social y la metodología de la investigación. Ezequiel nos decía que “la ética comienza cuando uno se hace responsable del otro. No es una teoría, es una práctica de presencia y respuesta”. Seguiré más adelante con otras reflexiones suyas. La otra es Claudio Naranjo, quien planteaba: “la autenticidad no consiste en ser fiel a uno mismo como forma de capricho, sino en reconocer la humildad cuando nuestra fidelidad interna está al servicio del bien común”.

Claudio solía mencionar frecuentemente a Thomas Mann cuando nos encontrábamos para charlar un rato. Mann, en medio de las llamas de su siglo, advirtió contra la “complacencia estética” ante la barbarie. Señaló el peligro de convertir la tragedia en espectáculo, de contemplar la devastación con el mismo desapego con que se consume un relato literario o una obra de teatro. Su advertencia me resuena hoy, pues lo que presenciamos en esos ‘Miradores del Mal’ no es sólo violencia política, sino también erosión espiritual. Advirtió sobre las llamas que devoran al espíritu cuando callamos ante la injusticia y desde el silencio la toleramos, pues ”la tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es el mal”.

Frente a esa sombra, resuena la voz de Shāntideva, el maestro budista del siglo VIII, que me recuerda que la energía de la que hablan las enseñanzas budistas no es otra que el coraje verdadero que consiste en permanecer sensibles, en abrirse al dolor del otro y elegir hacer el bien, incluso en un mundo que lo ridiculiza o lo considera inútil. “Mientras haya seres, que yo permanezca para disipar su sufrimiento”, se escucha rotundo en la Bodhicaryāvatāra. No es una consigna abstracta: es una práctica de vida, un llamado a no endurecer el corazón, a no habituarse a la injusticia, a no mirar desde el ‘Mirador’ como espectadores neutrales. Esa energía es la fuerza vital que impulsa la acción ética, la práctica y la transformación interior para vivir haciendo el bien, sin adormecer o narcotizar el corazón, que es otra forma de endurecerlo, sin cerrar los ojos al dolor del otro.

La imagen del ‘Mirador del Mal’ es un espejo universal en el que nos reflejamos cada vez que guardamos silencio. Cada vez que aceptamos la humillación ajena como inevitable, o decimos: “Es su karma”. Cada vez que, sin sentirnos impelidos a actuar, nos refugiamos en la comodidad del sillón viendo las noticias, o en la burbuja del cojín de meditación, levantamos nuestra propia terraza o mirador del mal. La pregunta es: ¿queremos habitarla, o atrevernos a descender y actuar desde la compasión activa?

La banalidad del mal nos seduce con su pasividad; el coraje de hacer el bien nos exige una respuesta activa. Entre ambas fuerzas se juega el destino no sólo de la Humanidad, sino el de nuestra propia humanidad.

La compasión debe ser activa

Se trata de ser fieles al corazón del Buda me enseñaron mis maestros, donde la compasión no es sentimentalismo; es amor, que en esencia es sabiduría en acción. “El silencio ante la injusticia traiciona el espíritu de las enseñanzas”, me manifestó directamente Thrangu Rinpoche, de quien recibí la ordenación, votos y preceptos de Bodhisattva, junto a la ordenación monástica. Recuerdo que nos decía: “La práctica de Tong-len consiste en tomar el sufrimiento de los demás y devolver alivio. Si frente a la opresión no hacemos nada, ¿qué sentido tiene repetir los versos? Si repetimos los textos del Tong-len sin responder al sufrimiento, nuestra práctica se queda hueca, meras palabras carentes de significado y que en modo alguno nos transformarán”.

Rinpoche subrayaba que la bodhicitta (mente despierta de la compasión) no puede quedarse en mero deseo interior, pues exige acciones concretas que alivien el sufrimiento. Afirmaba que no basta con “desear que todos los seres estén libres del dolor”, sino que hay que “usar nuestro cuerpo, palabra y mente para actuar en beneficio de los demás”. Nos enseñaba que la ecuanimidad no significa indiferencia y advertía que muchos practicantes malinterpretan la ecuanimidad como una especie de frialdad pasiva. Para él, “la verdadera ecuanimidad incluye reconocer la injusticia y responder con sabiduría, sin caer en odio ni violencia”. En varias enseñanzas sobre los votos del bodhisattva, recalcó que uno de los mayores errores es “abandonar a los seres” cuando más necesitan apoyo. En ese sentido, callar frente al sufrimiento injusto es una forma de romper el compromiso del bodhisattva, mientras recordaba que el Buda mismo intervino en conflictos sociales y políticos, y que esto muestra que la compasión activa es parte esencial del Camino, no un añadido opcional.

Personalmente sus orientaciones son un faro que siempre han inspirado el camino, marcan una dirección y un estilo que siempre he intentado tener presente. Su enseñanza al respecto era muy clara, directa y un llamado al discernimiento y a la acción sabia: “La verdadera práctica no es retirarse del mundo para no ver el dolor, sino entrenar la mente hasta poder responder con compasión firme. Quien calla ante la injusticia no está practicando silencio consciente, sino alimentando la ignorancia.”

En la misma línea está Dhiravamsa. Con él establecí un vínculo discipular y de colaboración por cerca de 25 años, también familiar, pues durante muchos años vivió en mi casa y es el padrino de cuna de mi hija. De Dhira recibí la Transmisión del Dharma y, en el Centro Milarepa nos enseñaba: “La espiritualidad no debe separarse de la vida concreta, pues el Dharma es integridad. Si no incluye la justicia y el respeto a los seres, se convierte en un adorno vacío”.

Debemos alzar la voz

Por su parte, el Dalai Lama expone claramente que “donde quiera que los derechos humanos son violados, debemos alzar la voz, incluso si hacerlo es incómodo”. Distingue entre el silencio que surge de la contemplación y el que sirve de excusa para la indiferencia. El primero, nutrido por la meditación, abre el corazón y nos hace sensibles al dolor del mundo. El segundo es autoengaño que sólo alimenta la injusticia. Esto que sigue se lo escuché directamente en Dharamsala, India, en 1992: “El silencio ante el sufrimiento de los demás es un fracaso de la compasión. Donde se violan los derechos humanos debemos hablar. Callar es fallar a nuestra humanidad compartida. El Dharma nos llama a unir el silencio interior con la voz que defiende la dignidad de todos los seres. El silencio cómplice no tiene lugar en el camino de la compasión”.

En lo que a mí respecta, no se trata de politizar el Dharma, sino de ser fieles al espíritu de este y al ejemplo de Buddha Sakyamuni. La práctica lúcida del Dharma no calla ante el abuso, ni la compasión es una forma suavizada de rendición, aunque se vista de religión o tradición. Como bien nos decía Dhiravamsa: “Ser espiritual es también tener coraje para decir no al mal, incluso si este se esconde bajo ropajes considerados sagrados”. En la misma dirección Ezequiel Ander Egg expresaba claramente: “La ética comienza donde termina la obediencia ciega. Nada debe estar más allá del discernimiento”. Es en este momento en que sugiero la lectura de las palabras del Buda en el Sutra a los Kalamas.

Dhiravamsa nos decía en el Centro Milarepa, cuando impulsamos juntos la Arya Marga Sangha: “No tenemos otro linaje que el del Buda, no pertenecemos a otra sino a la Sangha Universal. La dignidad de cada ser humano es nuestra práctica común”. Participamos juntos en numerosos encuentros, jornadas y sentadas por la paz, denunciando, como expresaba el Buda al general Simha: “Toda guerra es execrable, pero más aun lo son las causas que las generan”. Sí, toda guerra es execrable, también sus causas, pero muy especialmente quienes las diseñan, las preparan y las alientan, pero más aún incluso lo son quienes se enriquecen con ellas.

Durante guerra de Irak, Dhiravamsa y un servidor nos sentamos meditando juntos en los encuentros de denuncia pública que se celebraban entonces en Las Palmas de Gran Canaria y otros lugares del mundo. También en otros momentos denunciando la situación en Birmania, o participando en varios encuentros y jornadas en el Patio de Las Culturas y en eventos de la Plataforma para el Diálogo Interreligioso y Espiritual ‘Encuentro de Caminantes’, en Gran Canaria. Hoy, Dhira estaría también manifestando su parecer sobre Palestina, recordando que “el Dharma vivo no calla ni mira hacia otro lado ante el sufrimiento”

Que el Dharma no sea adorno vacío

Para ir concluyendo estas reflexiones, hay un libro que para mí es un llamado a la reflexión continua: Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag. El prólogo de Sami Nair ya es un llamado a nuestras conciencias: “En esta época de violencia masiva, ¿qué ha sido de la compasión por las víctimas del horror? ¿Cómo expresar la solidaridad, el rechazo a la deshumanización? Las guerras son ahora también las vistas y sonidos de las salas de estar”.

Lo que se manifiesta ante nuestros ojos cada vez que vemos los telediarios no es un drama lejano. No hay dramas lejanos; es un espejo en el que mirarnos. El ‘Mirador del Mal’ está en todas partes. Se abre cada vez que alguien mira y calla ante la humillación, el despojo o la muerte. No solo nos miran quienes nos ven en ese ‘Mirador del Mal’; nos miramos también cuando nuestra propia conciencia nos confronta y, lo más intenso e importante si cabe, nos miran las propias víctimas con ojos de asombro y pesar cuando nos ven en silencio. Frente a esa tentación, Shāntideva continúa susurrándonos: “Mientras haya seres, que yo permanezca para disipar su sufrimiento”.

Que el Dharma no sea adorno vacío. Que el Dharma sea voz viva, Luz en medio de la violencia. Cada ser humano merece paz, dignidad y libertad. La vida, la dignidad humana, los Derechos Humanos son más sagrados que cualquier religión.

Hoy, ante la situación en Palestina, la Humanidad entera nos está mirando.

Alejandro Torrealba / Dharmamitra
Las Palmas de Gran Canaria, a 08 de septiembre de 2025