Inteligencia humana versus inteligencia artificial: la relación del futuro. Este es el apasionante relato sobre cómo el cerebro, la mente y el cuerpo se confabulan para generar consciencia, y cómo debería ser su relación con la IA. Edita: Destino. PVP: 20€

«A lo largo del siglo xx, una serie de hallazgos nos han permitido empezar a comprender la vida, pero esta todavía es un hecho insólito y deslumbrante, de una sofisticación extravagante pero discreta, que apenas llama la atención y, sin embargo, posee un sinfín de brillantes astucias a las que debe su aparente eternidad.»
El tradicional misterio de la conciencia −la capacidad de experimentar la propia existencia y tener sentido de uno mismo− sigue sin resolverse a pesar de los grandes intentos de neurobiólogos y filósofos por resolverlo.
En este libro, Damasio sostiene que la conciencia es una consecuencia directa de la regulación de la vida, es decir, del proceso responsable de mantener la homeostasis de la percepción del interior del cuerpo (la interocepción) y de los sentimientos homeostáticos resultantes, una tesis que supone un desvío radical respecto al enfoque tradicional del problema de la conciencia. En otras palabras, «la peculiar naturaleza del afecto hace que el conocimiento consciente se traduzca en acciones que atienden a las necesidades homeostáticas y ayudan a conservar la vida».
A diferencia de los denominados «sentimientos emocionales», como la tristeza o la ira, los sentimientos homeostáticos tienen como función inmediata la conservación de la vida. De forma espontánea, hacen saber al organismo al que pertenecen cuál es su lugar en el gran orden de las cosas, ubican al sujeto y hacen que este sea consciente de él mismo y de su entorno.
De este modo, Damasio propone que es la combinación continuada de sentimientos interoceptivos, una perspectiva exteroceptiva, y un proceso de reflexión basado en estos dos últimos la que dan lugar a las experiencias subjetivas continuas y, por ende, el desarrollo de la conciencia.
Acorde a la tesis del autor, seguir afirmando que la consciencia se habría desarrollado relativamente tarde a nivel evolutivo −cuando los cerebros eran lo suficientemente complejos como para cuantificar datos, medir con exactitud y formular juicios elaborados desde un punto de vista intelectual− es un error. La consciencia se desarrolló mucho antes en la larga historia de la conservación de la vida y ha contribuido a la evolución desde entonces.
Así, en contraposición a las opiniones convencionales, el autor arguye que la subjetividad y la conciencia dependen principalmente del funcionamiento de los componentes evolutivamente más antiguos del sistema nervioso (como las neuronas no mielinizadas de los nervios periféricos y los núcleos del tronco encefálico), más que de sus componentes más evolucionados, como los nervios periféricos modernos y altamente mielinizados y las cortezas cerebrales, que, en cambio, sustentan los procesos cognitivos, es decir, las percepciones del exterior, la memoria, el razonamiento, el lenguaje y los movimientos voluntarios.
Según el autor, la consciencia permitió que los organismos estuvieran pendientes de sus destinos individuales, pero también de los de otros individuos semejantes a su alrededor. En este sentido, preocuparse por los demás en lugar de hacerlo solo por uno mismo ha refinado y mejorado la homeostasis de los respectivos sujetos. Nuestra homeostasis individual aumenta como recompensa por un conjunto de comportamientos destinados a aumentar la homeostasis de los demás.
«Como sabrá el lector, suele decirse que “si tenemos sentimientos es ante todo porque somos conscientes”. Pues bien, yo defiendo que esto no solo es falso sino que en realidad es todo lo contrario. Y según lo que veo, lo correcto es más bien: para ser conscientes, tenemos que poder sentir.»
«Los contenidos habituales de la mente, que no son sentimientos, se hacen conscientes al mostrarse simultáneamente en la mente de un organismo que siente su propia vida y que, por ello, es obligatoriamente “informado” de lo que necesita para conservar su vida.»
Tal y como asegura Damasio, a lo largo de la historia se han propuesto muchas explicaciones acerca de qué es la consciencia y cómo se origina, pero ninguna ha sido lo bastante convincente como para aclarar la cuestión de forma satisfactoria y mucho menos definitiva. El problema radica, según el autor, en que algunas de las descripciones más detalladas sobre la conciencia propuestas hasta el momento por filósofos, psicólogos y neurobiólogos se han concentrado en «el mundo de la cognición y el intelecto, gobernado por los hechos y las ideas objetivas, mientras que han soslayado por completo, o casi, el mundo de la regulación de la vida y de los afectos», justamente lo contrario que tienden a hacer otras disciplinas como la literatura, el teatro, el cine o la música.
Los desafíos de la inteligencia artificial
En este nuevo ensayo, Antonio Damasio pone en el punto de mira el ascenso de un amplio abanico de desarrollos designados como inteligencia artificial (IA), los cuales «han ido mucho más allá de nuestras ingenuas expectativas».
Como evidencia el autor, si bien hasta el momento la mayoría de los instrumentos de la civilización humana eran producto de la inteligencia natural tradicional, ahora debemos enfrentarnos a las consecuencias de la enorme capacidad de creación de una supuesta nueva inteligencia que, conviene no olvidar, la han inventado en su totalidad los humanos. ¿Cómo ha sido posible que la inteligencia natural, que con tanta eficacia ha protegido y mejorado nuestras vidas a lo largo de la historia de la humanidad, nos haya arrastrado tan lejos?
«Los humanos pueden ser malos y, bajo la dirección de humanos malos, la IA se puede volver ominosa. Geoffrey Hinton, uno de los geniales inventores de la IA, no se imagina cómo “evitar que los malos actores hagan un mal uso [de la IA] para cosas malas” y debería saberlo. No menos alarmante, algunos dispositivos de IA que ya no requieren supervisión humana le deben su relativa autonomía a una horda de malos instructores humanos. Por último, y sin duda aún más alarmante, se da el caso de que dispositivos de IA en apariencia buenos y decentes pueden desviarse de sus intenciones en apariencia neutrales y volverse rebeldes contra quienes los crearon o son sus propietarios.»
En este contexto, el autor sostiene que arrojar luz sobre los orígenes y los mecanismos de las mentes conscientes podría ayudar a encontrar también mejores abordajes de la problemática evolución de las culturas humanas y reorientar, en concreto, algunos de los logros de las inteligencias naturales como la IA para salvar a la humanidad del abismo al que se ha llevado a sí misma.
Con todo, Damasio concluye que la IA nunca será capaz de produicr lo que el cerebro humano, puesto que la mayoría de los procesos mentales humanos creativos y sofisticados no son generados solo por el cerebro, sino más bien por una colaboración entre el cerebro y estructuras corporales no neurales.
«Las máquinas artificiales jamás podrán contar con las maravillas inteligentes propias del mundo de los sentimientos en el caso de la inteligencia natural. Los sentimientos ordenan las cosas por nosotros, nos ahorran lo accesorio y el exceso de detalles y nos acercan a donde necesitamos estar para seguir vivos y dar sentido al mundo.»
El autor
Antonio Damasio es profesor de neurociencia, psicología y filosofía. Considerado uno de los neurocientíficos más eminentes de nuestra época, ha hecho aportaciones fundamentales sobre los procesos cerebrales y su relación con las emociones y la conciencia. Dirige el Instituto del Cerebro y la Creatividad en la Universidad del Sur de California en Los Ángeles, es doctor honoris causa por varias universidades de primer nivel y miembro de algunas de las academias científicas más prestigiosas del mundo.
Ha recibido numerosos premios y ha tratado sus investigaciones en libros como El error de Descartes, La sensación de lo que ocurre, En busca de Spinoza, Y el cerebro creó al hombre y El extraño orden de las cosas, traducidos en el mundo entero y publicados en Destino.
