En mitad del ruido, del conflicto, de la complejidad de la vida actual, entre los laberintos donde millones de personas confluyen y despliegan su danza cotidiana, algunos/as seres humanos desarrollan una de las más nobles labores que se puede realizar: el servicio desinteresado o poco remunerado, que busca dar respuesta a las necesidades de los otros. Escribe Mayte Criado.
En esta modernidad que compartimos y muy especialmente en las grandes ciudades, emergen las interacciones humanas con la dificultad que añade la soledad no deseada. Allí el yoga va tomando espacios con el digno propósito de transformar la vida haciéndonos personas más conscientes y solidarias. Entre el bullicio urbano, las luces de los rascacielos, la contaminación y los ritmos alocados; entre los laberintos donde millones de personas confluyen y despliegan su danza cotidiana, algunos/as seres humanos desarrollan una de las más nobles labores que se puede realizar: el servicio desinteresado o poco remunerado, que busca dar respuesta a las necesidades de los otros. En el contexto yóguico, el karma yoga. Es un servicio silente que desarrolla una conexión auténtica entre personas. Como dice Joan Halifax “es en esa interconexión donde vive el espíritu. No en un individuo, sino entre individuos”.
La acción social en las grandes ciudades se ha convertido en un elemento vital para contrarrestar la deshumanización, la injusticia y la vulnerabilidad de los colectivos más emarginados: personas sin hogar, migrantes, refugiados, personas con discapacidad o enfermedades crónicas, aquellos que viven en la pobreza extrema o quienes son excluidos de los beneficios y de las oportunidades que la ciudad ofrece. En este contexto, el servicio desinteresado que desempeñan estas personas, karma yoguis (aunque no se nombren así) en organizaciones fundadas para ofrecer apoyo y atención allí donde no llegan los recursos básicos e imprescindibles para una vida normal, es un papel fundamental lleno de sensibilidad y compasión que marca la diferencia entre la desesperanza y la esperanza, entre la desintegración y la inclusión.
El cultivo de la igualdad y la defensa de los derechos básicos implica eliminar las barreras y la discriminación a la que estos colectivos se enfrentan. La sensibilización y la educación de la comunidad son fundamentales para cambiar percepciones y combatir estigmas, creando así un entorno más comprensivo y responsable. Que haya gente implicada en esta función es del todo admirable. El voluntariado no es un ente abstracto que presta su tiempo en situaciones extremas. Son personas individuales con nombres y apellidos que se agrupan y caminan paso a paso, día a día, como grandes yoguis, con la valentía y la determinación de dar, no solo asistencia material sino resignificación, dignidad y valor. Si debemos dar al yoga un sentido ético y profundo capaz de proporcionar los cambios que requieren nuestras sociedades, tenemos que reconocer la excepcionalidad y la nobleza de esta labor.
Yoga como generador de cambio
El yoga solo es algo importante si genera la conexión humana que trasciende los límites del simple asistencialismo o de una simple propuesta física o mental. Es en esa interacción donde se produce la alquimia y la gracia. Implica un compromiso profundo con el bienestar de los demás y una mirada bondadosa hacia los menos privilegiados. Entendido de esta manera, el yoga puede revelarse como un generador del cambio, capaz de llevarnos a responder a la llamada de abrir los ojos y el corazón al sufrimiento, a reconocer que nuestras vidas están entrelazadas en una telaraña de interdependencia.
Hay muchos datos que respaldan la importancia de tomar el yoga como un camino de acción (karma). Los/as practicantes están cada día más implicados/as en la acción social, también en nuestras ciudades. El voluntariado y la participación comunitaria, en nombre del yoga, no solo mejoran el bienestar emocional de quienes ofrecen su tiempo y talento, sino que también genera un impacto positivo en la salud física y mental de las personas acompañadas. La verdadera esencia de la acción social radica en el reconocimiento de la espiritualidad inherente a cada ser humano. En el fragor de la vida moderna, a menudo nos olvidamos de nuestra conexión intrínseca con los demás. El yoga, el alma del yoga vive ahí y cada vez somos más conscientes de ello. Cuando se restablece ese vínculo espiritual, nos abrimos a la posibilidad de una auténtica transformación personal y colectiva.
Ofrecerse para ayudar, acompañar o atender la situación de alguien que lo necesita, no solo consiste en brindar el apoyo material, emocional o asistencial que se requiere en el momento, sino que también nos convierte en catalizadores de algo trascendental: el reconocimiento de nuestra propia humanidad frágil y vulnerable capaz de llevar esperanza y alegría al corazón de quienes reciben nuestro amor incondicional. Es indudable que, en esa intención, nuestra misma condición humana, despierta a la verdadera transformación y al viaje existencial que da sentido a la vida. Es un camino en el que no estamos solos.
Compromiso constante y sostenible
Es importante destacar que la acción social no debe ser vista como un acto aislado o esporádico, sino como un compromiso constante y sostenible. La verdadera transformación se logra a través de la persistencia y la dedicación en nuestras acciones. No podemos limitarnos a meras expresiones superficiales de solidaridad, sino que debemos adoptar un enfoque holístico que abarque tanto las necesidades materiales como las emocionales y espirituales de aquellos a quienes servimos.
Para fomentar una acción social genuina en las grandes ciudades, es crucial promover la educación y la sensibilización en nuestras comunidades. Debemos inspirar a las generaciones futuras a valorar la empatía, el respeto y la compasión como pilares fundamentales de una sociedad justa y equitativa. Al mismo tiempo, es esencial que las autoridades y líderes comunitarios apoyen y fomenten políticas inclusivas y programas que promuevan la acción social.
En conclusión, la acción social en las grandes ciudades es una alquimia transformadora que nos invita a mirar más allá de nosotros mismos y a reconocer la interconexión de nuestras vidas. A través de la solidaridad y la compasión, podemos tejer una red de relaciones significativas que trascienden los límites físicos y nos ayudan a construir comunidades fuertes y resilientes.
Que cada uno de nosotros, como escritores sensibles, abrace el poder de la acción social y contribuya a la creación de un mundo donde el amor y la comprensión sean los cimientos sobre los que se construya nuestro futuro.
Es una oportunidad para tejer los hilos invisibles que nos conectan.
Mayte Criado. Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
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