Yoga Terapéutico, o Yoga Cikitsā, pone en práctica las enseñanzas más tradicionales y antiguas del Yoga y el Āyurveda. Sin embargo, nos presenta una novedad cuanto menos desafiante para quienes nos educamos y pensamos desde una mente “nacida en Occidente”. Esto es, aprender a partir de la experiencia por sobre toda teoría. Escribe Gabriela Binello.
¿Qué significa aprender desde la experiencia? ¿Descartar las fuentes tradicionales? ¿Obturar las interpretaciones modernas de las mismas? ¿Negar el camino del conocimiento[1]? Para nada. Significa que la riqueza de esas fuentes se actualiza en el ejercicio de la práctica.
A través de la práctica accedemos a distintas etapas[2] del discernimiento. En las primeras cuatro reconocemos que sufrimos y avizoramos los síntomas de ese sufrimiento y sus posibles causas de fondo. Luego, aclaramos el objetivo (la trascendencia del sufrimiento, en última instancia) y los instrumentos para llevar a cabo esa trascendencia. En términos prácticos, estas etapas implican la aceptación de nuestra naturaleza[3], los ciclos naturales, las etapas de la vida en las que nos encontramos al practicar, nuestra actividad, entre muchas otras variables.
Es posible –y entendible– que durante los inicios, nuestro vínculo con la práctica sea más superficial. Entonces ahí buscaremos al yoga para mejorar una postura corporal, aliviar alguna molestia, obtener mayor energía vital, dormir mejor o simplemente sentirnos más livianos. Sin embargo, la práctica es la herramienta principal de la transformación espiritual[4] y, como tal, no hay nada de superficial en su ejercicio.
Justamente por esa razón, la práctica de yoga se define en cuanto al vínculo uno-a-uno con un maestro[5]. El maestro o la maestra es quien puede ver[6]. Ver es mucho más que mirar.
El maestro recorrió el camino antes que sus alumnos y esa experiencia fue limpiando su percepción de proyecciones, creencias y prejuicios al punto en el que, al mirar a sus alumnos, los ve. Inclusive más allá de lo que ellos mismos pueden hacerlo en ese momento (justamente, esa es la causa de su sufrimiento). No se trata de tener poderes especiales que vienen de otro planeta. Es simplemente la consecuencia de practicar.
El encuentro con un maestro es fundacional para que el yoga despliegue su poder transformador, y esto es porque el maestro, cuando ve, se monta el “traje espejado” para que nosotros, como alumnos, veamos reflejados nuestros hábitos, nuestras resistencias, nuestros eternos lugares de confort; todos condicionantes de la exploración de nuestro potencial y, por tanto, de la consecución de nuestros deseos más insondables[7].
Hace muy poco, en una jornada de trabajo con las profesoras de nuestra escuela, analizábamos un caso de un alumno quien, al llegar a su primera consulta, nos refirió padecer dolor crónico en la espalda desde hacía más de 20 años. Durante la jornada las diferentes profesoras de yoga terapéutico proponían distintas intervenciones. Luego, una de nuestras maestras compartía su propia versión del caso. Desde el inicio, la formación de profesores alterna entre dos áreas bien claras. Por un lado, está la teoría “ya escrita”, la técnica precisa, concreta y perfecta basada en las fuentes tradicionales. Al mismo tiempo, se ejercita la aplicación de esa técnica en cada alumno. Todas las profesoras presentes en la jornada habían aprendido ciertos procedimientos básicos frente a un alumno con dolor crónico. También todas, desde su propia práctica y estudio, sabían que estos procedimientos debían “personalizarse” en cada caso. Las propuestas no tardaron en llegar. En una de ellas, hubo algo que llamó mi atención. Si bien el diseño era correcto, la práctica mantenía una propuesta que no priorizaba pacificar el síntoma de dolor. Cuando le pregunté a la profesora por qué no había puesto el énfasis allí, la respuesta fue:
—…bueno, porque al ser alguien activo, joven, dinámico y al convivir hace ya más de 20 años con un dolor que no es agudo, o sea, que no le impide hacer todo lo que quiere hacer, creo que está en condiciones de ir por este tipo de prácticas. Y porque si le doy una práctica más suave, no la va a hacer.
La devolución de nuestra maestra, del otro lado de la pantalla, se hizo esperar. Por un rato más, siguió apelando a la reflexividad de la profesora hasta que, por fin, la profesora, por sí misma y casi como si hubiera descubierto la fórmula del éter, interrumpió a la maestra para decir:
—Ah, pero entonces la práctica que propondríamos (diferente a la que ella había diseñado) reúne al alumno con una parte suya que le dice “detente, por favor, necesito suavidad. Por favor, detente un segundo y mírame”.
Es ahí, exactamente ahí, donde opera nuestro aporte como profesores de yoga terapéutico: en la posibilidad de convertirnos en espejos desde donde el otro empiece a mirarse y deje de naturalizar algo que le hace sufrir. Deje de vivir en piloto automático empujando y empujando al cuerpo más allá de cualquier señal, de cualquier pedido de auxilio. Cuando ese encuentro se produce, es probable que duela más pero por un período corto porque ahí, si espejamos bien, habrá comenzado el camino de la sanación. La ejecución del rol de espejo implica un entrenamiento exhaustivo, paciente, silencioso, ininterrumpido en el arte de mirar. Y ahí sí, el vínculo. Ahí sí, la unión. Si el profesor se entrena en el arte de mirar, el alumno se Ve.
Notas
[1] Jñāna Yoga o el Camino del Discernimiento o la Verdad. En palabras de TKV Desikachar: “…escuchar o leer las palabras de alguien, profundizar en ellas, discutirlas con la gente, participar en la reflexión, hasta que finalmente se despejen todas las dudas. Vemos la verdad, nos fusionamos con la verdad…” (TKV Desikachar Religiousness in Yoga, Capítulo 7.)
[2] Parte de este recorrido se expresa desde el YS II.23 al YS II.27, inclusive.
[3] Aspectos que van desde el tipo de personalidad hasta la predominancia de las doṣa (kapha, pitta, vāta) o biotipos (según la mirada ayurvédica); tendencias ligadas al deseo profundo o la motivación (utsāha, Shrimad Bhagavad-gita, 18.26), linajes o árboles familiares, entre otros.
[4] Concretamente hablamos de Sādhana y su aplicación desde el Kriyā Yoga (YS II.1 al YS II.28) y el Aṣṭāṅgayoga (YS II.29 al YS II.54 y YS III.1 al YS III.3).
[5] YS I.1. Por cierto, es interesante mencionar la palabra “maestro” porque hoy en día, casi no la usamos para referirnos a quien nos enseña yoga. Es probable que esto se ajuste a la verdad de un tiempo sin tiempo (todo debe ser inmediato, veloz, seriado) en donde “el profesor de yoga” con suerte sostiene su práctica diaria en el medio de toneladas de información que “acumula” sin la posibilidad de integrar.
[6] Ver en cuanto a percibir; tal como Patañjali usa a veces la referencia a un solo sentido (la escucha) pero alude a todos. Ej: YS I.9 o YS I.42
[7] El deseo en tanto la expresión de nuestras capas más profundas (Vijñānamaya; Ānandamaya).
Gabriela Binello. Directora del primer Programa de Yoga Terapéutico en habla hispana certificado internacionalmente (IAYT). También dirige el Programa de Yoga Terapéutico para la Comunidad en la escuela Proyectomadre. Desde 2012 es formadora de profesores de Yoga Personalizado.
Licenciada en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Educación y formación en Antropología.
Ha escrito cuatro libros: Yoga Personalizado. Inspirado en T.K. Krishnamacharya, Los Yoga Sūtra-s de Patañjali, Técnica de Āsana-. Posturas Śikṣana Krama y El idioma del Prāṇa.
Formación Integral en Yoga Terapéutico. Sede Barcelona. 2025 – 20273 módulos online + 3 módulos presenciales + Convivencia en retiro