Guías de luz en un mundo de ciegos

2024-01-05

Cuando venimos a experimentar este plano físico, este mundo oscuro, nuestro Ser interior cubre su estructura luminosa con un velo ilusorio que le permite vivir la oscuridad plena. Esta circunstancia nos produce una ceguera espiritual temporal que nos impide ver nuestro entorno real y a los seres que nos ayudan a deambular por nuestro camino interior, a nuestros guías de Luz. Escribe Pedro López Pereda.

 

Los humanos tenemos la posibilidad de compensar nuestra ceguera espiritual gracias al apoyo de estos guías espirituales, cuya función consiste en utilizar diversos medios encaminados a potenciar al máximo las capacidades que todos hemos recibido.

Casi todas las culturas han descrito en sus libros sagrados, en sus pinturas y en sus esculturas a estos guías espirituales, utilizando diferentes nombres y distintas iconografías. A nosotros nos ha llegado esta información como si fuesen personajes de un libro infantil de navidad y nuestra relación con ellos, cuando existe, es superficial y bastante trivial.

Para intentar explicar nuestra relación real con estos seres y su importancia en nuestro crecimiento interior, voy a utilizar una analogía que a mí me gusta llamar la analogía del buzo:

Imaginemos que acabo de terminar mi licenciatura en Ciencias Oceanográficas y, para completar mis estudios, quiero experimentar personalmente todo lo aprendido sobre el fondo del mar. Así que decido buscar un sistema para poder bajar a descubrirlo.

Al final consigo un barco con un equipo especializado en inmersión, dotado de un moderno escáner 3D que monitoriza perfectamente los fondos marinos y un equipo de tripulantes experimentados que me va a guiar durante toda mi exploración.

En esta analogía, el traje de buzo que me permite vivir en un medio marino tan adverso representa nuestro cuerpo físico. El mar es un claro símbolo del mundo inconsciente y su fondo es la tierra. El barco es el símbolo ancestral de la Conciencia y está representando al plano superior. Está claro que la tripulación representa a nuestros guías.

En esta analogía hay un elemento fundamental que, al atravesarlo, nos deja ciegos: el velo ilusorio. El “fondo del mar” que voy a explorar es un entorno de condiciones hostiles que está en oscuridad total. La luz solar llega hasta los mil metros de profundidad y por debajo de esa barrera, a la que llamamos metafóricamente velo ilusorio, todo es oscuridad hasta llegar al fondo. Cuando, en nuestra analogía, el Ser pasa por este velo, entra en un estado de ceguera funcional a la que hemos llamado ceguera temporal, y su memoria previa desaparece para centrarse en este nuevo medio en el que dependeremos de los instintos de una mente heredada, de las capacidades de un cuerpo físico y de la información y ayuda que nos aporten los guías desde el interior del barco.

Cuando hablamos de esa ceguera temporal del Ser, no podemos dejar de compararla con la ceguera física y podemos afirmar, manteniendo lógicamente las distancias, que existen muchas similitudes entre los métodos que utilizan los guías espirituales y los que utilizan los profesionales que apoyan a las personas con discapacidades visuales. Por ejemplo, de la misma forma que entre las personas que trabajan con personas con ceguera, existen distintas especialidades, entre los siete miembros de mi tripulación, también hay funciones muy bien diferenciadas, como veremos en los distintos ejemplos que ilustran este texto.

El plan de inmersión

Antes de comenzar la inmersión en la analogía del buzo, tengo que preparar con los siete guías un plan muy detallado que cubra todos los factores que van a intervenir en mi complicada expedición, así como las diferentes funciones que van a realizar cada uno de los miembros de la tripulación y los diferentes objetivos del viaje.

Entre los objetivos que me he planteado hay uno fundamental: mi autonomía personal, pues de ella depende mi crecimiento interior. Otro muy importante consiste en ser capaz de tomar conciencia de mi propia Luz cuando se expande en la oscuridad, de la misma forma que percibimos cómo se expande la luz de una luminaria en una noche profunda.

Entre las normas con las que me voy a relacionar con toda la tripulación voy destacar las siguientes:

  1. Ninguno de los guías espirituales puede prestar su ayuda sin que se lo pidamos.

Habrá personas que consideren que esta primera norma es exagerada y que claramente me perjudica, pero no es así. Si quiero conseguir una autonomía personal alta tengo que ser autosuficiente y evitar la sobreprotección de mis tripulantes. Experimentar y habitar el denso y hostil medio físico es una oportunidad única, dura pero única, que hay que vivir con plenitud. Tenemos que aprender a utilizar de forma autónoma nuestras herramientas para desarrollar todo nuestro potencial de vida. A modo de ejemplo, en nuestras ciudades hay personas que, por ayudar a una persona con ceguera, le toman de un brazo y le cruzan la calzada de la calle, creando una situación estresante y hasta peligrosa, ya que el ciego no sabe qué está sucediendo y pierde las referencias que él utiliza de forma autónoma para orientarse. Por este motivo los guías de Luz no influyen en nuestras vidas cotidianas si no se lo pedimos, y solo intervienen en situaciones de peligro muy concretas.

  1. Los guías están siempre presentes.

Aunque parezca que esta norma contradice a la anterior, no es así, ya que las dos son totalmente complementarias. De la misma manera que algunos programas informáticos tienen un menú de ayuda que solo utilizamos cuando es necesario, la función de nuestros guías es ayudarnos a crecer y a deambular por el difícil camino de la vida cuando les necesitemos, pero sin sobreprotección. Son mi tripulación y se mantendrán conmigo durante toda la travesía. La responsabilidad de recurrir a ellos o no es totalmente mía.

En cierta ocasión estaba viajando en el metro de Madrid cuando entró en el vagón una niñita ciega muy joven, excesivamente joven para viajar sola en este medio de transporte. Cuando estuvo en el interior del vagón, preguntó en voz alta si había algún asiento vacío y todos la ayudamos a localizarlo. Al principio me fijé que su bastón no estaba normalizado y que sus movimientos no respondían a los indicados por la organización nacional de ciegos, pero después comprobé que sí era ciega, o con un mínimo resto visual.

Durante el resto del trayecto que realicé junto ella, colocó las palmas de sus manos sobre la cara y despacio, muy despacio, se puso a hablar consigo misma. Primero comentó que no le gustaba lo de la autonomía personal y que aquello era muy duro para ella. Después se puso a llorar y acabó su inocente monólogo llamando entre sollozos a su madre. Es durísimo escuchar a una niñita ciega, sola en un metro abarrotado, llamar a su mamá para que viniera a salvarla. Yo estaba cerca de ella y solo me atreví a acercarme un poco más para que notara mi presencia.

Cuando la niña se recuperó comentó en voz alta si alguna persona se iba a bajar en la estación de Pacífico, y todos le comentamos al unísono que sí. No sé lo que había pasado, pero todos los que íbamos en el vagón decidimos en aquel momento bajarnos en la estación de Pacífico, dispuestos a apoyarla en todo lo que fuera necesario. Y así fue, todos los pasajeros nos habíamos convertidos en los guías de la niña, y cuando ella nos necesitó la acompañamos para facilitarle el recorrido por el sinuoso camino de los intrincados túneles del metro madrileño.

Cada momento de nuestra vida tiene un tiempo y un momento, y el aprendizaje autónomo de aquella niñita no era el apropiado para su edad. Los programas de orientación y movilidad para personas con ceguera fueron diseñados para adultos y, años después, empezaron a aplicarse a la población infantil. El criterio más extendido entre los profesionales de la rehabilitación era que el momento adecuado para que los niños empezaran a utilizar el bastón blanco debía coincidir con el momento en que se iniciaran en los recorridos autónomos por exteriores, y que tuvieran adquiridos, además, un conjunto de prerrequisitos, entre los que se consideraba como imprescindible la capacidad para utilizar el bastón blanco con seguridad. Requisitos que esta niña todavía no tenía.

Esta experiencia me enseñó que nuestros guías también se ajustan a nuestras capacidades y, cuando las circunstancias superan nuestras posibilidades, allí están ellos para conseguir que nuestro aprendizaje sea coherente y adaptado a nuestras necesidades reales.

  1. Los guías nos ayudan a tomar conciencia de nuestro entorno.

Las personas que, por accidente o enfermedad, se han quedado ciegas en una época cualquiera de su vida tienen que aprender desde cero a deambular solos por las calles de la ciudad de forma totalmente autónoma. Es un trabajo en el que, con ayuda de su guía de rehabilitación, tienen que tomar conciencia de su entorno físico, descubriendo en profundidad cómo funcionan los diferentes sistemas de transporte, el medio urbanístico y los propios edificios.

Cuando yo estaba dando clases, me llevé a un grupo de alumnos a visitar una avenida importante de mi ciudad. Cuando llegamos, nos situamos en una zona desde la que se divisaba una amplia perspectiva y les pregunté: ¿Qué es lo que estáis viendo?

Algunos respondieron de forma rotunda que estaban viendo una calle.

Para acompañarnos en aquella visita yo había llamado a un destacado técnico del departamento de mobiliario urbano del Ayuntamiento. Así que volví a repetir la pregunta, esta vez con un matiz más concreto: ¿Y cuántos elementos de mobiliario urbano sois capaces de distinguir desde aquí?

Les dejé observar durante unos minutos y después empecé a escuchar sus respuestas:

–Tres: un quiosco, una marquesina de autobús y un banco.
–Cuatro: un buzón de correos, el banco, la marquesina y una fuente.

Y así fueron comentando todos los diferentes elementos que habían visto, pero que sumados todos no pasaron de una docena.

Después me volví al compañero de mobiliario urbano y le pregunté por el número de elementos de mobiliario urbano que él estaba viendo, así que hizo un recorrido visual rápido y respondió con una cifra que superaba la treintena, pasando a describirlos uno a uno.

Esto demuestra que, aunque nos fijemos, el nivel de conciencia de nuestro entorno está muy limitado y una persona con ceguera no se puede permitir el lujo de ignorar la existencia de elementos que son fundamentales para su orientación y seguridad. Por este motivo los técnicos de rehabilitación visual les hacen tomar conciencia de su entorno y les enseñan a recorrer nuestro complicado entramado urbano aprovechando todas sus facultades, hasta aquellas que les permiten escuchar el eco que generan los vehículos en las fachadas de nuestros edificios.

Estamos hablando de una de las funciones más importantes de los guías de Luz: la de enseñarnos a tomar conciencia gradualmente del entorno que nos rodea. Nuestra primera misión en este plano consiste en expandir nuestra conciencia en este plano físico y, para conseguirlo, las herramientas principales son la atención y la percepción consciente.

En el próximo artículo nos ocuparemos de las acciones en las que no puede intervenir un guía espiritual, ya que perjudicarían nuestro crecimiento espiritual.

Pedro López Pereda. Creador del centro Namaskar de yoga y autorrealización en la línea de Antonio Blay. Presidente de la Fundación Yoga y de la Asociación Yoga Meditativo. Miembro de la Asociación Nacional de Profesores de Yoga. Maestro de Reiki.

Ha publicado, entre otros libros: El mandala oculto (2017), El cuenco vacío (2018) y Las leyendas del Yoga. El origen mitológico de la meditación, el pranayama y las posturas de yoga (2021).