Renovarse para volver a lo esencial

2023-08-31

El yoga no es lo que era. Para bien o para mal, todo ha cambiado. Desde el reseteo digital del covid-19 el mundo no es el mismo. La precariedad del sector ha tenido que lidiar con la subida de precios, el incremento de la oferta y el cambio de hábitos del practicante, entre otros tsunamis.  Escribe José Manuel Vázquez.

Las economías domésticas se han ajustado a las nuevas circunstancias. Hay compañeros/as que han tenido que cerrar sus centros y alquilar salas. Hay quien ha decidido dar clases online o reciclarse con ayurveda, yoga terapéutico o mindfulness. La red está saturada de clases, formación y estilos de todo tipo. Las grandes superficies deportivas por el mismo precio hacen yoga, pilates y zumba. Hace diez años dar clases de yoga era una salida profesional “molona” y alternativa. Ahora, plenamente integrado en la sociedad de consumo, el yoga es un servicio más y los profesores estamos plenamente integrados en el mercado laboral. ¿Ha perdido el yoga su carácter transformador en este proceso? ¿En qué medida somos los profesores de yoga responsables del rumbo que está tomando el yoga?

Pensábamos que profesionalizar el yoga nos iba a dar un reconocimiento social que no teníamos. Sin embargo, después de quince años, la imagen pública del yoga quizás no haya mejorado sino más bien haya cambiado a una especie de “fitness” cualificado y “ecofriendly”. Aunque nuestro trabajo incide en la salud de sus practicantes, nuestra opinión suele quedar supeditada a la de otros profesionales. Seguimos siendo monitores de ocio y tiempo libre, pero ahora en la rama de actividades físicas y deportivas. La función del yoga sigue sin ser comprendida del todo.

En paralelo se legitiman los beneficios del yoga con un discurso científico que al occidental le llega bien y que nos ha diferenciado de otras terapias alternativas sin evidencia empírica. Es curioso que una tradición filosófica y práctica que ha sido considerada patrimonio cultural de la humanidad en el 2016 por la UNESCO y que tiene más de 4000 años necesite todavía ser respaldada para el gran público por los investigadores. Si buscamos yoga en “Google académico” aparecen 1.090.000 artículos relacionados. El tema interesa y nos encanta que se hagan estudios sobre el yoga y sus beneficios; de nuevo con la esperanza de que mejore nuestro estatus profesional, que los practicantes tengan una idea más acertada de lo que es yoga y que nuestras opiniones profesionales sean tenidas en cuenta.

El yoga y el paso del tiempo

El yoga todavía espera que Occidente lo reconozca como disciplina autónoma de conocimiento. En su masificación e integración en el mercado laboral, quizás su práctica haya perdido parte de su capacidad intrínseca de transformación personal y social. Aunque sus beneficios son obvios para sus practicantes, las tendencias y las modas pueden haber opacado la visión profunda de la realidad que emana de sus textos. Los que practicamos yoga, lo hacemos con la necesidad genuina de sentirnos mejor, de aliviar el dolor y reconectar con nuestro sentir particular. Nos ayuda a seguir aprendiendo, a respetarnos, a respetar y a encontrar algo de paz y lucidez por el camino. En cada etapa del camino nos ofrece un punto de referencia desde donde seguir formándonos una opinión crítica sobre la realidad.

El yoga pide práctica y estudio. Nuestro diálogo con la disciplina cambia con los años. Hay épocas que necesitamos incidir en cómo movernos y otras en cómo parar. Reflexionamos a través de los clásicos, pero también a través de autores contemporáneos. Necesitamos nuevos alicientes porque no somos los mismos de hace 20 años. A veces recordar lo que nos trajo al yoga, nos reubica. Como profesores es normal que nos apetezca cambiar algunas cosas y probar otras. También es probable que nuestros alumnos sean otros y nos demanden otras formas de hacer. Nos podemos actualizar sin perder nuestros principios. Los retos nos despiertan. Es saludable re-formarse, re-leer y revisar con otra perspectiva lo que ya conocemos.

Reciclando conocimientos

La experiencia de los años nos proporciona criterio. Por lo general sabemos lo que nos funciona y lo que no. Tenemos menos paciencia para las cosas que no nos interesan. Nos aburre el ruido, el fanatismo y las confrontaciones. No tenemos tiempo para pensamientos sectarios, ideologías o dogmas, más bien buscamos el sentido práctico de las cosas. También es cierto que adquirimos vicios, resistencias y pequeñas dolencias que deben ser examinadas con cariño y paciencia.

Para reciclar nuestros conocimientos, necesitamos confiar en el trabajo que se nos propone. Cuando elegimos un espacio formativo vamos buscando el que será nuestro espacio de introspección y puesta a punto por un tiempo. Aunque los contenidos de yoga que se imparten en las escuelas formativas suelen ser similares, sus enfoques pueden cambiar considerablemente. Los intercambios de experiencia entre profesores, alumnos y compañeros son fundamentales para el aprendizaje del yoga. Participar de una formación puede ser un reto asequible de transformación, de regeneración y de reposicionamiento ante la vida. Nos debería de proporcionar vivencias significativas que nos inviten a revisar dónde estamos, cómo queremos estar y de qué manera la vida demanda nuestra presencia.

Seguir dando clases de yoga

Quizás lo lógico fuese dedicarse a esto como consecuencia de un proceso personal de autodescubrimiento y utilidad. Solemos empezar dando clase a nuestros vecinos, familiares y amigos, pero los ámbitos donde el yoga puede ser aplicado es muy variado. Es apto para jóvenes, tercera edad, embarazadas, artistas y ejecutivos. Es útil en hospitales, cárceles, asociaciones, clubs deportivos, universidades, colegios, etc.

Recuerdo con mucho cariño y cierta nostalgia los años que estuve dando clase en centros culturales de la Comunidad de Madrid. Hasta los 30 estuve recorriendo Madrid de una punta a otra. Las empresas de servicios que nos contrataban pagaban poco y había que echarle muchas horas. Sin embargo, las ganas que le ponía a las clases y la ilusión por probar cosas diferentes con mis “señoras” me daban la vida. Eran muy agradecidas y nos dimos mucho cariño. Ellas fueron las que me enseñaron a dar clase. Yo iba con mi propuesta y su realidad se imponía. La mayoría de mis profesores me enseñaban un yoga idealizado, rígido y conceptualizado desde una tarima. Con ellas aprendí a dar un yoga imperfecto, flexible y humanizado. Desde entonces esa ha sido la base de mi yoga orgánico, adaptado a las circunstancias y enraizado en la tierra.

Mantenerse en el sector exige mucha dedicación, formación y adaptación. Los que enseñamos no dejamos de investigar y estudiar. Hay quienes han encontrado la fórmula que les funciona y han conseguido dar un nuevo impulso a su carrera profesional; quienes han cerrado su agenda para los próximos dos años y quienes descubren que quieren reducir sus horas de enseñanza. Hay quienes pasar de nuevo por una formación les ha permitido adaptar sus alineaciones a un cuerpo con una edad diferente o dedicar tiempo a un campo de estudio al que no habían tenido la oportunidad de prestar más atención.

Formarse de nuevo

¿Formación analógica o digital? ¿Certificada o no? ¿Subvencionada o privada? ¿Presencial o a distancia? Lo importante es que responda a nuestras necesidades y expectativas; y si es posible, que nos dé algo más de lo que esperábamos. Los profesionales del yoga, aunque llevemos muchos años en esto, necesitamos ponernos las pilas, ir ligeros de equipaje y tomar nuevos rumbos. Ya hemos dicho que sabemos lo que nos gusta y lo que no, lo que nos sienta bien y lo que no, pero podemos probar otras formas diferentes de hacer y entender las técnicas. Aunque sea para reafirmar que queremos permanecer en el yoga que conocemos; el que nos conecta: introspectivo, real, el que nos reconforta y nos reconcilia con la vida. Los más veteranos necesitamos un yoga que nos siga dando energía para cumplir con los penúltimos “mandados” que la vida nos tiene reservados. Los tiempos han cambiado y nosotros también. Quizás nuestra forma de hacer yoga necesite ponerse al día.

José Manuel Vázquez empieza su actividad docente en 1992. Preside la Asociación Shiva-Shakti de Yoga Integral (2001-2019). Experto universitario en yoga terapéutico por el C.E.U. y la European Yoga Alliance. Experto en inteligencia Emocional por la UNIR. Formador de profesores certificado por la American Yoga Alliance. Desde 2001 dirige su escuela de yoga, Yoga Orgánico, donde investiga una enseñanza integral y orgánica del yoga. Desde el 2010 dirige una formación basada en estos principios. Es autor de Los valores terapéuticos del yoga (2012), Manual de yoga para occidentales (2017) y Yoga Orgánico (2023) (los tres en Alianza Editorial).

Las formaciones de Yoga Orgánico certificadas por Yoga Alliance comienzan en octubre.
Grupos reducidos orientados a profundizar en los fundamentos y los aspectos terapéuticos del Yoga integral.