‘OM… y todo fuera’, un artículo a favor del activismo yóguico

2023-02-02

A veces sé que me pongo muy intensa escribiendo contra ciertos «dogmas» del yoga que no son tales pero se adoptan como si lo fueran. Me rechinan esas interpretaciones pretendidamente puristas del desapego y la no-dualidad que pretenden que aceptemos con sumisión y pasividad los males y conflictos que afectan a la sociedad. Escribe Pepa Castro sobre un artículo de Beth Spindler.

Mahatma Gandhi

Mahatma Gandhi en la marcha por la sal (foto de mkgandhi.org)

Respeto la devoción en los demás pero yo no la siento fácilmente, y no estoy dispuesta a simular algo que solo admite ser sentido genuinamente. He crecido en tiempos en que la religión era una imposición, una máquina represiva que monopolizaba el sistema educativo y fomentaba la hipocresía y la injusticia social en connivencia con el poder político de la época. Por eso, si me piden que tenga sentimientos de entrega a «algo superior», me salta la alarma y empiezo a oler, erróneamente o no, a manipulación e irracionalidad, dos de mis leviatanes. Y si a mi edad me piden que resetee mi mente para desaprender todas las lecciones, desapegarme de todos mis amores y renunciar a la razón en favor de la fe, empiezo a buscar la puerta de salida urgentemente.

Igual que detesto el racismo o el sistema de castas, rechazo las pretensiones supremacistas del género humano en esta nave Tierra. Yo no siento que lleve en mí la perfección divina a falta de un buen pulido, pero sí persigo ser honesta conmigo misma y buena gente. Me basta con conmoverme ante la belleza del alma de un niño, de un perro o de una higuera para sentir un agradecimiento a la vida que no acaba en epifanía pero me mantiene establemente satisfecha con mi sino. Siento que si hay un dios en los corazones de los seres conscientes identificable con la palabra «amor», tiene que ser el dios de la humildad y el de la protección a los más débiles.

No hay más paraíso que éste, y aunque esté pésimamente gestionado e injustamente repartido, hay que acertar a verlo y contribuir a restituirle su armonía. Tampoco está en mi temperamento ser condescendiente ante manifestaciones de injusticia y violencia ni renunciar a defender causas de fraternidad y humanidad innegablemente justas como la feminista o la animalista, solo por citar algunas de las más importantes. La violencia contra las mujeres en todas su versiones (desprecio, desigualdad, cosificación, explotación sexual, malos tratos y crímenes…) no admite mirar hacia otro lado ni basta con pensar «yo no soy así». No se trata tanto de condenar a los maltratadores, que seguramente son víctimas de sí mismos y de las ideas inculcadas por la educación patriarcal, sino de colaborar activamente en la generación de conciencia contra la violencia machista y de reforzar la educación en la igualdad y respeto (y autorespeto) para todos pero especialmente para las mujeres, que aún hoy día seguimos siendo consideradas inferiores a los hombres en muchos sentidos y ámbitos. Y un espacio privilegiado y seguro para tratar este tema y escuchar las problemáticas de las mujeres respecto a las relaciones amorosas y sexuales y de pareja es un aula de yoga. 

La influencia de la no-dualidad (no hay bien ni mal sino solo falsas percepciones de una misma realidad inmutable) que está en una parte nuclear de la tradición del yoga no es incompatible ni debe ser una excusa para renunciar a formarse un criterio sobre los desafíos que nos toca vivir hoy. Swami Sivananda dedicó parte de su vida al dispensario médico en el que se atendía a los necesitados, y ese es solo un ejemplo a vuelapluma.

Valga esta introducción –espero disculpen su extensión– para presentar un texto de alguien que defiende que el yogui, tan bien entrenado para llevar la atención hacia sus adentros, puede y debe practicar la atención también en su noble sentido de «atender y cuidar» hacia afuera.

Beth Spindler es terapeuta de yoga y autora del libro Yoga Therapy for Fear (Yogaterapia para el miedo) y firma un interesante artículo en Yoga International.com (enlace al final) que traduzco a continuación para compartirlo con nuestros lectoras/es:

Yoga y activismo: por qué no puedo decir así como así ‘OM… y todo fuera’

“Te he estado observando en las redes sociales. Eres una activista”, me dijo un amigo sincero sobre un contundente comentario mío acerca de los derechos humanos, civiles y de los animales. “Eso es raro en un profesor de yoga. La mayoría parece pensar ‘Om… y todo fuera’”.

De hecho, otros miembros de la comunidad del yoga a menudo responden de manera similar a mis reivindicaciones y protestas: “El mundo refleja solo lo que elegimos escuchar; mantente por encima del ruido de los medios”, aconsejan. “Tomo largos descansos de la información externa para mantener clara mi consciencia. También podría ser bueno para ti». “¡Deshazte de tu frustración en la esterilla, procésala ahí”.

A esos yoguis, con sus propuestas razonables y sus intenciones honorables, les digo: “Gracias, pero ese no es mi camino”.

Creí que era mi camino retirarme a la vida de ashram el año pasado para descubrir lo que era un centro de retiro donde varios grupos de diferentes perspectivas y tradiciones espirituales compartían espacio. Pensé que estaba lista para apagar mi vela activista y comenzar a encender mi agni, fuego interno o espiritual, como sugiere la tradición védica a aquellos que, habiendo pasado la edad de crianza de los hijos, comienzan a avanzar  hacia la vejez. Pero por más fuerte que soplé la vela, siguió ardiendo con más fuerza mi deseo de aliviar el sufrimiento y corregir las injusticias. Las animadas conversaciones sobre la dignidad humana y la justicia llegaron a la mesa del comedor de la comunidad cuando los participantes del retiro, provenientes de todas partes del mundo y de todos los ámbitos de la vida, contaban sus historias que me hicieron llorar y querer ayudar. La pasión por generar un cambio positivo me empujó nuevamente al mundo de las reivindicaciones y las protestas. Brindé apoyo financiero a organizaciones en las que creía y hablé desde el corazón cuando surgieron oportunidades. Mi activismo reavivado parecía estimulado por las palabras de los sabios maestros que venían a mi memoria en  la práctica de meditación . «¡Emprende algo valioso en esta vida!», escuché decir a mi alma en referencia a hacer algo más que contemplar mi ombligo.

Mi maestro, Eknath Easwaran, caminó con Gandhi en las marchas de la sal para protestar contra el dominio británico en la India. Easwaran entendió bien la necesidad de adoptar un cambio en su vida. Cuando estudié con él en la década de los 80 le vi alentar a los niños del ashram a trabajar para salvar a los elefantes de los cazadores furtivos. Creó un programa para ofrecer un sentido más profundo a la vida de las personas mayores, interactuando continuamente con quienes promovían la paz a nivel mundial. Easwaran inspiró uno de los primeros libros de cocina vegetariana exitosos. Al igual que su modelo a seguir, Mahatma Gandhi, creyó en el activismo como un estilo de vida. Pensaba que vivir una vida más amable y consciente puede cambiar gradualmente el mundo que nos rodea, y vio el vegetarianismo como una pieza importante de ese estilo de vida de bajo impacto ambiental y buen karma.

Los años 80 fueron la resaca de la guerra de Vietnam, con menos protestas y más introspección. Fuimos apodados la generación «yo» (de forma similar a lo que veo en gran parte del yoga actual: «Solo estamos yo y mi esterilla»). Lo que enseñó Easwaran me dio esperanza. Yo era demasiado joven para la furia radical de los años 60, y la moderna pero tranquila Berkeley, California, donde vivía, era tranquila en contraste con su experiencia de activismo social. Pero Easwaran era consciente del sufrimiento del planeta y vio el enorme potencial del uso de energía generada en la meditación para sanar el mundo.

En la ahora clásica traducción y comentarios de Easwaran sobre la Gita (The End of Sorrow: The Bhagavad Gita for Daily Living, Vol I Chapter 3) hace esta propuesta:

Una familia de dos o tres o cuatro no nos dejará satisfechos; querremos un continente entero por  familia, como lo sentía Gandhi. Cuando le preguntaron a la Sra. Gandhi cuántos hijos tenía, su respuesta fue: ‘Yo tengo cuatro, pero mi esposo tiene cuatrocientos millones’. A medida que la meditación se profundiza y la voluntad propia se vuelve menor, llegamos a considerar a todos los seres como hijos propios; si tienen problemas, es nuestro privilegio vivir para ayudar a resolverlos. Cuando, al fin, veamos al mundo entero como una sola familia, tendremos la oportunidad de descubrir el enorme potencial de amor y sabiduría que hay en todos nosotros.

La tradición del karma yoga, el camino del servicio desinteresado, es muy anterior a Mahatma Gandhi y traspasa las barreras imaginarias entre Oriente y Occidente. Podemos ver la llama del activismo social en las obras de Jesucristo y de los santos de las tradiciones judeocristianas. Martin Luther King abrió las puertas raciales, y la Madre Teresa de Calcuta hizo del cuidado y la dignificación de los pobres una forma de aliviar la desigualdad social. La ganadora del Premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai nos inspira con su apoyo excepcionalmente valiente a la educación de las mujeres en Pakistán. Como Arjuna, héroe de la Bhagavad Gita, esta/os son guerrera/os espirituales. Algunos pueden sentir, en cambio, que una vida de contemplación tranquila es la más «yóguica», pero para aquellos que están llamados al activismo, una existencia aislada en un monasterio nunca será satisfactoria.

La inspiradora santa Madre María Skobtsova escribió estas palabras antes de su muerte en el campo de concentración de Ravensbrück:

El camino hacia Dios pasa por el amor a las personas. En el Juicio Final no se me preguntará si tuve éxito en mis prácticas ascéticas ni cuántas genuflexiones hice. En cambio se me preguntará: ¿Diste de comer al hambriento, vestiste al desnudo, visitaste a los enfermos y a los prisioneros? Eso es todo lo que se me preguntará. De cada persona pobre, hambrienta y encarcelada, dice el Salvador: Yo estuve en tu misma situación. Pensar que Él se pone al mismo nivel que cualquier persona que necesite ayuda siempre lo supe, pero ahora de alguna manera ha penetrado hasta la médula de mi ser. Esto me llena de respeto.

Gandhi, a través del activismo no-violento, puso fin a siglos de gobierno opresivo. Sin embargo, en realidad nunca dijo: “Sé el cambio que deseas ver en el mundo”. Eso fue solo un resumen de sus palabras, que requieren mayor consideración: “Si pudiéramos cambiarnos a nosotros mismos, las tendencias en el mundo también cambiarían. Tal como un hombre cambia su propia naturaleza, también puede cambiar la actitud del mundo hacia él… No necesitamos esperar a ver lo que hacen los demás”.

Me parece que Gandhi estaba diciendo: Haz tu práctica de asana y pranayama y ​​tu meditación a un fuego constante, un fuego que atraiga el tipo de lucidez que no requiera aprobación ni conformidad sino que ilumine lo que está destinado a suceder en tu vida.

Para mí, eso significa servicio, significa activismo. Mi camino es trabajar por la paz donde haya violencia. La paz llega cuando nos sentamos juntas/os en unidad, ya sea en meditación o en medio de una protesta, y al ofrecernos como voluntarios para unirnos a organizaciones de oposición a quienes hacen daño a otros. Donar dinero y votar y solicitar cambios legislativos también pueden aportar paz. La meditación y la oración pueden, al mismo tiempo, alimentar y suavizar la acción. Sin meditación yo podría quemarme en el fuego de la oposición por muy justa que fuera. Templar ese incendio es lo que sugieren las palabras de Gandhi: “Cambia tu naturaleza” , a fin de que tus palabras y tus esfuerzos humanitarios se vuelvan más claros, más persuasivos y más efectivos.

Hay injusticia y hay sufrimiento humano. Niños y ancianos, pobres y enfermos mentales son maltratados todos los días. Podría tratar de justificarlo con el argumento de que todo está dentro del orden de la rueda kármica que da vueltas. Pero justificar el sufrimiento no hace que desaparezca, y necesito hacer algo. No puedo desentenderme, decir ‘OM y todo fuera’. Mi dharma, mi camino espiritual, es sentarme para aquietar mi mente… y luego tomar  partido.

Beth Spindler es terapeuta de yoga y escritora.
Artículo original https://yogainternational.com/article/view/yoga-and-activism-why-i-cant-just-om-it-all-away/