La Madre Tierra es la más hermosa bodhisattva

2014-03-27

Es una frase caligrafiada por Thich Nhat Hanh, en su reciente libro Un canto de amor a la Tierra. Qué acertado objetivo el de este sabio ecopacifista. Esto me recuerda una experiencia que tuve en la India… Escribe Joaquín G. Weil.

Tich Nhat Han_madretierra

Como tantos occidentales, en uno de mis primeros viajes al subcontinente asiático, trataba de protegerme en pleno monzón de la suciedad, la lluvia, el barro y el polvo que tapiza las calles. Un día, después de una buena sesión de yoga, al salir de la sala pisé el suelo descalzo y, de repente, ese bendito contacto natural y elemental con la tierra me trajo un reconciliación, un relajo profundo, una reconexión no sólo con el suelo indio, sino con la vida y la realidad toda. No voy a decir que fuera una iluminación, pero sí una pequeña epifanía, una revelación de un secreto que, en realidad, siempre hemos conocido.

Sí, somos humanos -del latín humus, que significa «habitantes de la tierra»- entonces, en efecto, la tierra simbólicamente y, hasta en cierto sentido, en la realidad misma, es la madre.

Una vez un masajista dolorido vino a pedirme consejo sobre sus muchas contracturas. Me recordaba a aquel payaso de incógnito a quien su psicoanalista le recomendó fuera al circo a reirse con un famoso clown muy gracioso, que seguro con sus chistes le aliviaría de las ansiedades. «Es que ese payaso que usted me recominenda, soy yo». Y ahora el masajista que trabajaba aliviando contracturas estaba él mismo contracturado. Le dije: «Revuélcate en la tierra», rueda, mécete sobre el suelo pelado. Vuelve a ser como un niño».

Es así. Los niños hasta que han sido aleccionados con «Niño (o niña), levántate del suelo que te estás poniendo perdido», saben que la tierra es la madre a cuyos brazos pueden volver a descansar. Un descanso más deleitable que los más mullidos almohadones. Esto lo saben quienes practican yoga con gran sudor y esfuerzo físico, que luego, para su sorpresa, encuentran un gozoso relajo sobre el suelo, apenas cubierto por una fina esterilla de caucho.

Igual es lo que manifiesta esa imagen de anuncios publicitarios de perfumes, de seguros o de yogur, donde las bellas muchachas o las familias enteras (bellas todas ellas) se deleitan sobre la hierba. Y luego  descubren que en la hierba hay hormiguitas y otros bichos (afortunadamente) y se les hincan en la espalda una ramita o una piedra de pico. Y aún así, el suelo, en relajo, es deleitoso.

Un canto de amor a la tierra

El libro de Thich Nath Hanh es meritorio, sobre todo viniendo de una personalidad del mundo espiritual. ¿Por qué señalo este matiz? Porque el así llamado «mundo espiritual» tiene su lado un tanto tétrico, de espectros, «espíritus» y aparecidos. Suena a broma, pero literalmente es así, el llamado espíritu tiene que ver con lo que hay más allá de la vida, o de modo más benévolo con lo que hay antes, en el así llamado limbo, en cualquier caso, fuera de este mundo. Y más aún por una personalidad del budismo, en cuya doctrina se habla del samsara, la bondad de la tierra es un asunto a cuestionarse. Por otro lado está también esa afirmación tan oriental de que la vida terrenal es una oportunidad rara y preciosa que debemos aprovechar. Y abundando todavía más, la filosofía de ese «budista» occidental, adelantado a su tiempo, que fue Nietzsche, abogaba una y otra vez por la «fidelidad a la Tierra», actitud que parece saludable no tanto a nivel espiritual como sencillamente mental.

Para concluir, la gran metáfora que es Solaris del literato polaco Stanislav Lem, uno de esos libro que te da pena acabar, y del que se hicieron dos películas a uno y otro lado del telón de acero. Solaris como metáfora de la Tierra como ser vivo, que hay que cuidar, y amar, como propone el maestro zen vietnamita.

Tierra, entonces con mayúsculas, como persona o personaje, como divinidad ascendida al panteón hindu Bhumi Dev, o en las mitologías populares andinas, la Pacha Mama. Y tierra en minúsculas también, pues estamos hablando de lo mismo, con la que los niños juegan o los artesanos hacen de barro las cerámicas, y que con gran generosidad nos provee con tan solo plantar una semilla.

http://www.editorialkairos.com/catalogo/un-canto-de-amor-a-la-tierra

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

http://yogasala.blogspot.com