Conocimos a Milu Calderón asistiendo a un curso de fin de semana de Amable Díaz. ¿Quién iba a pensar que llevaba 30 años en el yoga y que imparte 15 clases semanales en su propio centro? “Es que me gusta aprender», dice con convencimiento, casi tanto como enseñar yoga “para que la gente disfrute”. Una entrevista Yoga en Red.
El suyo es un centro pequeñito en el madrileño barrio de Aluche, Namaskar . Allí nos espera Milu Calderón, 30 aprendiendo yoga hasta el día de hoy. Ella es la dueña y la profesora, y ofrece (lo dice sin falsa modestia) “yoga de calidad” para las gentes del barrio, y también para todos aquellos que, gracias al boca a boca, se acercan a contactar con una práctica experta, honesta y gozosa como la que enseña Milu.
Milu tuvo su primer contacto con el yoga en los años ochenta. Corrían vientos hippies, y no era extraño que un yogui anónimo regalara el yoga que se había traído de India. Milu conoció así a una profesora espontánea llamada Luna, que estuvo dando clases en un garaje de Carabanchel durante ocho años, hasta que un día desapareció. Pero Milu ya se había enganchado al yoga.
“Lo que aprendí con ella es lo que me ha hecho continuar, porque no era una clase estándar de yoga, sino su clase. Con el tiempo estudié en Sivananda, practiqué Kundalini, Ashtanga, Yoga Integral… Luego me surgió el deseo de enseñar, y di clases en centros privados y públicos, a la vez que seguía trabajando en una gran empresa». Hace siete años, su hijo, que es profesor de canto y de piano, cogió un local que había sido un centro de yoga. Allí Milu daba clases de yoga y danza oriental. Hasta que hace unos tres años decidió dejar un sólido empleo de administrativo en una gran empresa, en el que llevaba 32 años, para abrir su propio centro de yoga.
Milu estudió también ballet clásico, danza oriental, yoga para embarazadas, gimnasia abdominal hipopresiva y suelo pélvico. Nunca ha dejado de formarse y aprender. Por eso sus clases tienen su propio estilo. «Hatha Yoga por supuesto, pero puedo incluir algo de Kundalini, de Ashtanga, de Yoga Dinámico o Power Flow (conocí a Shiva Rea y me encantó, quizás porque yo bailo y para mí esa plasticidad es importante).
Las clases en el centro Namaskar son abiertas. Se paga un tanto al mes, y se va cuando se puede. “Hay días que tengo dos personas y otros doce”. Milu enseña en función de la energía que percibe al comienzo de la sesión. “No me hace falta programar nada, todo está en mi cabeza”. Su objetivo es que la gente esté cómoda, que se sienta bien en clase. “Al estar en un barrio, todos son alumnos y nos conocemos; no hay personas que vienen a probar o a mirar como en un gimnasio”.
¿Qué quieres transmitir en tus clases?
No trato de educar a nadie. Cada uno viene por una motivación diferente; a partir de estar ahí, lo que quiero es que descubran que no tienen que esperar nada; que vengan a clase, que practiquen, y que los beneficios irán surgiendo. Cada uno descubre en el yoga algo diferente.
Yo no le voy a decir a nadie que sea vegetariano o lo que sea; somos todos muy mayores, estamos muy informados y sabemos lo que tenemos y no tenemos que hacer. Yo enseño yoga, y a medida que veo que la gente demanda más, voy dando más.
A cada uno el yoga le proporciona algo diferente, pero el que viene muy ansioso esperando que el yoga le cure el insomnio, la ansiedad, se marcha. El yoga no es una pastilla. Para mí es un placer que los alumnos salgan de clase, que se sientan bien y te den las gracias, y yo también me siento bien enseñando. Es que la forma de enseñarlo también es muy personal; cada profesor y cada centro de yoga es un yoga distinto, y ninguno es mejor que otro.
Después de tantos años recibiendo clases de yoga a lo mejor no sé lo que quiero enseñar pero sí sé lo que no quiero. No quiero ser el profesor que se sienta ahí, con los ojos cerrados, distante, altivo, endiosado, que llegas un minuto tarde y te deja fuera de la clase… De esos me he encontrado muchos, y eso es lo que no quiero ser. Yo vivo en este barrio y me encuentro con muchos alumnos, les saludo, les hablo. Hay gente que deja de venir, y nos seguimos saludando. No puedo pretender que la gente haga yoga para el resto de su vida; muchos vienen un tiempo y desaparecen, y luego quizás vuelven otra vez… Hay que intentar comprender…
Te pones en la piel del estudiante…
Sí, porque lo he sufrido mucho. Yo le digo a los alumnos que también tomo el metro y pongo la lavadora, y tengo momentos de ansiedad y problemas, y el yoga no me los va a resolver. Yo sé hacer yoga y hay alumnos que son enfermeras, maestras o policías y saben hacer otras cosas que yo no sé.
El hecho de estar en un barrio de una gran ciudad, un barrio obrero, ¿ha sido una elección buscada?
Preferí estar cerca de mi casa y de mi vida. En el centro de la ciudad imagino que la gente es más de paso porque le queda cerca del trabajo, va un tiempo y cambia, y aquí la gente es mucho más fiel. Por eso aquí no puedes dar una clase tipo y seguir un esquema; me aburro haciendo eso. Yo hablo mucho en las clases, casi toda la hora y media hablando. Así la gente no piensa en la lavadora, en el niño que se ha quedado haciendo deberes, en el jefe, en el marido. Solo me están escuchando a mí, que les estoy dando indicaciones de dónde tienen que llevar la atención -pues si no, las sensaciones de cuerpo se escapan-, la mirada, trabajamos con la respiración, los chakras y las asanas fluyen, sin grandes pausas de relajación. El yoga no se aprende con la mente sino con el cuerpo, y el cuerpo tarda en aprender, por lo menos necesita ocho sesiones (aunque se desprograma enseguida). Entonces, cuando el cuerpo aprende, él sabe a dónde tiene que ir, tú te dejas llevar y tu mente atiende a las sensaciones, a la respiración, a sentir.
Las clases de Milu
Yoga, Pilates, Danza Oriental, Gimnasia Abdominal Hipopresiva RSF-Hipopresivos Música, Canto, Guitarra, Bajo
Clases de profundización de yoga
T 690 980 730 Email. namaskarmadrid@hotmail.es
Centro Namaskar. Avda. del Padre Piquer, 28024 Madrid
Al lado de la estación de Metro de Empalme L-5 y a pocos metros de las estaciones de Aluche y Campamento.