Pedagogía del yoga 9: La demanda del alumno (2ª parte)

2013-12-26

Julián Peragón (Arjuna) sigue desgranando las demandas que llevan en su interior muchos alumnos cuando empiezan las clases del yoga, aunque no todos lo expresan previamente. Ver la 1ª parte aquí.

Alumno yoga

Demanda de crecimiento personal

Todos queremos mejorar, el anhelo al crecimiento personal es propio del ser humano. El hecho de vivir y de vivir en sociedad genera muchas alegrías pero también muchas frustraciones. La insatisfacción es una sombra que acecha cada día; hay días en los que la sombra se despeja pero en otros nos invade. Sin embargo hay un punto en el que intuimos que la culpa (al menos toda la culpa) no la tienen las circunstancias (el bajo sueldo, el jefe, las leyes injustas, etc.), sino que hay una posición más óptima para enfocar las situaciones vitales. Hay algo que comprender aunque no sepamos qué.

El alumno sabe que el yoga no es solamente un espacio de salud activa; sabe, aunque sea a través de una aureola mística, que el yoga tiene algo que decir, tiene respuestas sabias. El alumno espera del profesor una honestidad en su forma de vivir y espera que le aclare muchas cosas.

Y el profesor tiene a su alcance la filosofía del Yoga y su propia experiencia. Sabe también que, al igual que la salud es un proceso que requiere su tiempo, el darse cuenta, el comprender mejor lo que uno es, el abrir nuevos espacios de sensibilidad y de conexión internos, requiere bastante tiempo. No se trata pues de dar respuestas a mansalva sino de tener la paciencia de la escucha para adecuar el conocimiento a la realidad de cada uno. Verdades esplendorosas pueden confundir a alguien si no está en el momento vital de esa enseñanza.

Demanda de comunicación

Hay quien viene a clase de yoga, despliega su esterilla, practica y tranquilamente se va. Y podríamos decir que es lícito si tiene suficiente con ello. Pero muchos alumnos quieren una mayor interrelación con el grupo. El grupo de yoga se puede convertir, salvando las distancias claro, en una familia, en un entorno cálido. Al otro lado de la puerta de la sala queda el mundo agotador y competitivo, y el alumno quiere encontrar un espacio de sosiego, amable y acogedor. Está claro que se establece una ficción, pues el mundo no sólo está fuera, también está en el grupo porque, en definitiva, está dentro de nosotros mismos.

Pero, de entrada, el alumno pide un profesor/a que le dé seguridad y un grupo que le dé confianza. Es evidente que somos seres sociales y que necesitamos un reconocimiento por parte de los demás. Buscamos un espacio donde poder ser y donde poder expresarnos tal vez, con una profundidad mayor de la que permite nuestro entorno cotidiano.

El profesor se equivocaría si le diera prioridad a esta demanda, en el sentido de hacer la clase de yoga una fiesta o una tertulia amena, pero también erraría si mantuviera un tono excesivamente serio o trascendente. Si sólo hay en toda la sesión una única voz, cabe la sospecha de que se quiere insinuar que hay una única verdad, la del profesor. Y creo que es necesario dialogar, lanzar propuestas, cotejarlas, escuchar las experiencias ajenas, lograr consensos, etc.

¿Y cómo se hace esto en una clase de yoga? Pues está claro que una clase de yoga no es solamente âsana tras âsana; hay días y momentos que podemos hablar de filosofía, de ética, de la vida, de los sueños y de la realidad.

Demanda de silencio

De la misma manera que uno puede tener hambre y sed a la vez, en el alumno coinciden necesidades y demandas de entrada contrapuestas. La necesidad de grupo, de interrelación, de comentar alguna situación del día puede dar paso tranquilamente a una necesidad de silencio, de retirada hacia la profundidad de nuestro ser. Y en eso consiste el yoga, en hacernos transitar hacia un estado de comunión con lo que uno es en esencia.

Y es por eso que la propia práctica de yoga se hace en silencio, aunque las pautas del profesor nos ayudan a entrar mejor en ese estado de yoga. Pero también pude ocurrir que el profesor engolado de su propia impostación, con discurso envolvente no deje espacio de silencio, espacio para sentir. Hay otra voz que la del profesor y es la propia voz interna, que en esos momentos tiene una rendija para expresarse.

Demanda de espiritualidad

Es delicado hablar de espíritu, de religión, de trascendencia. Y quizá no haga falta ponerle nombre para que no salgan a flote los demonios. La espiritualidad está en todos nosotros como un anhelo de conectar con algo que intuimos más grande y superior a nosotros mismos. Llámese Vida, Naturaleza, Misterio, Energía o Dios. Y esa demanda está en el alumno aunque bastante encubierta. No importa; lo importante es que el profesor pueda honrar en sus clases a esa dimensión imperecedera del yoga que es la unión del alma individual con el alma cósmica. Por supuesto no se trata de imponer nada, pero tampoco se trata de darle la espalda por no saber cómo afrontarla.

Cuando hablas de que Suryanamaskar no es meramente un beneficioso ejercicio entrelazado para calentar al cuerpo sino un saludo al sol como símbolo de esa luz interior que todos llevamos dentro, estamos haciendo espiritualidad. Cuando hacemos un determinado mudra, no estamos haciendo sólo una posición con las manos sino un gesto de unión o consciencia, y eso es espiritualidad. Que cada uno se enfoque, pues, hacia la dimensión que necesite, postural, energética, simbólica, etc.

Es preciso, por tanto, rescatar el vínculo, reconocerlo para que no nos arrastre y para saber manejarlo en pos de un mayor crecimiento por parte del alumno/a.

Arjuna (Foto: Guirostudio 2013)Quién es

Julián Peragón, Arjuna, formador de profesores, dirige la escuela Yoga Síntesis en Barcelona.

Próximamente ofrecerá dos interesantes encuentros: Meditación Síntesis y Formación de Yoga en una Silla: ver http://www.yogaiabcn.org/ca/tallers/

http://www.yogasintesis.com