Conocimiento científico y yoga

2019-11-11

Este artículo quizás provoque numerosas inquietudes… Su título hace alusión a dos conocimientos que para muchos son diametralmente opuestos… Pero en realidad ambos reflejan saberes y cosmovisiones absolutamente complementarios. Escribe Elsa Beatriz Acevedo.

La historia del conocimiento inmerso en la filosofía y práctica del yoga se encuentra profundamente enraizada en la historia del desarrollo de la humanidad y corresponde a una serie de disciplinas como la filosofía, la historia de las culturas, la psicología oriental, especialmente valiosas las que transmitidas de generación en generación forman parte del patrimonio cognitivo de la humanidad en diferentes etapas de su desarrollo.

Por su parte la ciencia y sus derivados tangibles e intangibles plasmados en conocimientos, leyes, investigaciones, experimentos, teorías, comprobaciones y resultados, así como las densas argumentaciones que la sustentan, tradicionalmente ha sido muy esquiva a este tipo de saberes, que se producen no en un laboratorio o centro de investigación y desarrollo, sino que brotan de la conciencia misma de las generaciones más antiguas de nuestro proyecto de civilización.

El yoga como escuela de vida, salud, práctica y pensamiento ha permanecido allí de forma milenaria, aparte de cualquier tipo de secreto tecnocientífico protegido por patentes; se trata de un patrimonio libre, abierto, fácilmente apropiable por todos y para todos.

El yoga como disciplina no inventa, no descubre, no genera revoluciones científicas, no es selectivo en sus contenidos, prácticas y filosofías; por el contrario está allí esperando sea apropiado por las mentes inquietas que buscan profundizar en el verdadero sentido de la vida y del bienestar integral.

El torbellino de la productividad científica

El ser humano vive en una búsqueda permanente de sustitutos materiales a los vacíos de una vida basada en la falsa satisfacción de necesidades cada vez más insatisfechas. En esta búsqueda se olvida de su propio ser, de su estabilidad, salud física, mental, espiritual, y, lo que es peor, del control de sus emociones cuya falta de manejo produce cualquier cantidad de desequilibrios en su salud física y mental.

Como es lógico, la práctica científica no escapa a estos desequilibrios; por el contrario, la celeridad de su desarrollo se convierte en una gigantesca bola de nieve que arrastra a científicos e investigadores a rebasar sus propios límites del estrés producto de una competitividad acelerada en todos los campos, especialmente entre los seres humanos artífices de tan enorme potencial científico y tecnológico propio de nuestra modernidad.

En estas condiciones el verdadero ser y la profundidad de sus anhelos internos son minimizados por un torbellino de factores que terminan por pasar su “cuenta de cobro” a los trabajadores de la ciencia. Pero estos son temas de los cuales no se habla y no forman parte de la socialización que acompaña a la producción científica, y tampoco se cuantifican en los estudios sobre productividad científica, por lo tanto no existen para numerosas personas del ámbito científico.

Además el campo de la ciencia está inundado por todo tipo de mediciones; bibliométricas, cienciométricas, evaluaciones de rendimiento, competitividad, de capacidad de producir resultados en el menor tiempo posible, así como pertenencia a redes nacionales e internacionales, publicaciones indexadas, asistencia a eventos científicos, conferencias, congresos, seminarios y todo lo que conduzca a la elevación de su categoría en el campo científico e investigativo así como a ganar y mantener a toda costa de su visibilidad.

La otra parte, aquella correspondiente a su mundo y paz interior nunca se tiene en cuenta como identidad y propósito de las instituciones dedicadas a la ciencia y a las innovaciones tecnológicas. Lamentablemente este aspecto tan valioso y sutil jamás se considera como variable sustancial en los procesos de producción de conocimientos.

El camino interior, un camino solitario

En estas circunstancias, quien desee superar este arcaico panorama desintegrador del mundo interior del ser humano, debe emprender este camino por sí solo, por su propia cuenta y en la mayoría de los casos en absoluto silencio.

Por tal razón numerosos académicos, científicos, e investigadores buscan cada día más encontrar nuevos espacios vivenciales que garanticen su bienestar humano de manera integral mediante el acercamiento a nuevas y mejores formas de pensar y vivir. La idea es sobrevivir a esos paradigmas estrechos producto de un alto grado de desconocimiento del ser y su infinita riqueza y potencial interior.

Este paso, que podría caracterizarse como una ruptura de paradigmas, representa todo lo contrario, pues se trata de un valioso instrumento de ayuda y apoyo, además de significar una carta de navegación hacia el equilibrio, la salud, física, mental, emocional y espiritual, lo que en nada se contrapone a la capacidad de productividad en el campo científico y sí eleva a la misma hacia nuevos parámetros teóricos, filosóficos, culturales, psicológicos, y desde luego en lo que respecta a la salud y el equilibrio mente–cuerpo de manera sostenida.

Lamentablemente, convivir y, mucho más que ello, coexistir en un medio signado por la competitividad así como por los índices de productividad y las bonificaciones económicas derivadas de los mismos, produce graves desequilibrios y rompe con la armonía de una vida sana, en paz, saludable y verdaderamente feliz.

Si nuestros trabajadores de la ciencia tuvieran la posibilidad de incursionar en las innumerables técnicas que ofrecen disciplinas milenarias como el yoga, no solo elevarían sus niveles de producción científica y tecnológica, sino que se convertirían en protagonistas de su propia vida e influenciarían de manera muy positiva en las futuras generaciones.

El alcance del yoga como equilibrador integral

Porque el yoga actúa en los planos físico, mental, emocional, psíquico y espiritual a través de sus diferentes escuelas, modelos, estilos y disciplinas, conduciendo como resultado de su práctica y estilo de vida a lo que bien podríamos denominar como una creciente sanación integral.

El vivir en armonía en un mundo carente de la misma indudablemente garantiza una gran fortaleza, que inevitablemente se traduce en ventaja comparativa para quienes deciden romper paradigmas dañinos y estresantes. Y así como sana, equilibra y tonifica el cuerpo también impacta favorablemente en el infinito potencial de nuestro mundo intangible a través de la mente.

Un elemento tan sencillo como la respiración en calma hace posible lo aparentemente imposible, debido a nuestra estructura mental poblada de falsas convicciones que cultivamos y fortalecemos en el transcurso de la vida. Por esta razón cuando ante una situación laboral cargada de estrés se practica tal respiración acompañada de la autoexploración serena y calmada, nuestra respuesta cambia radicalmente convirtiéndonos en personas más asertivas y propositivas, marcando gran diferencia con un entorno absolutamente desequilibrante.

Y si a esta respiración consciente le agregamos movimientos relajantes tan solo durante unos minutos, el mundo sería mucho más amable y nosotros más equilibrados, sanos, felices y productivos en cualquier área.

Pero aplacar la mente cuando cabalga despavorida y sin rumbo fijo no es tarea fácil, por eso es necesario aquietarla, serenarla, apaciguarla para que camine serenamente por los senderos de la paz y la armonía, que tanta falta le hacen a la humanidad. Porque si la mente está en calma, la respiración, los pensamientos, emociones y acciones también lo estarán y por supuesto las decisiones que se tomen serán las convenientes y acertadas.

Transformándonos cambiamos el mundo

Todos somos parte de la energía universal pero jamás nos educaron para serlo y mucho menos para entenderlo, apropiarlo y practicarlo. Somos hijos del temor, las inseguridades, las angustias de diferente tipo, los miedos irracionales, porque nacimos y crecimos en ambientes que los alimentan y día a día los fortalecen, haciendo del ser humano un cúmulo de temores, personales, familiares, escolares, laborales, afectivos e interpersonales, alimentando y multiplicando la toxicidad implícita en los mismos.

En un ambiente tan profundamente tóxico es natural que lo que hemos venido exponiendo desde la teoría y la práctica, resulte fuera de foco o poco trascendente, pero casualmente allí es donde descansa el meollo de muchas crisis generacionales de nuestro proyecto humanista. Para no ir más lejos, el eterno dilema de la guerra y la paz, de la armonía y la desarmonía, de la salud, la enfermedad, la vida y la muerte.

Si reconocemos que la vida es un flujo constante que nos lleva, nos trae y nos enfrenta a numerosos retos y dilemas, nadie dudaría ni siquiera por un minuto en reconocer que si empezamos por transformarnos a nosotros mismos, estaremos transformando también nuestro contexto generalizado. Porque el futuro del mundo también es nuestra tarea y de las generaciones que nos siguen, de ahí la importancia de una verdadera formación humana integral. Pero, ¿cómo lograrlo? La respuesta es clave y sencilla: conectándonos con nosotros mismos para poder desde allí conectarnos con el mundo exterior de manera verdaderamente constructiva y equilibrada.

En consecuencia, hay que aprender a vivir y vivir para aprender; aprender a crecer y crecer para poder vivir plenamente, desarrollando conductas constructivas y positivas, viviendo plenamente en un permanente autodescubrimiento, fomentando una visión profunda y proyectando aún en las circunstancias más adversas la paz interior como parte de la paz universal. Y en este largo viaje el yoga, la meditación y las técnicas afines son maestros y guías por este camino lleno de complejidades de la vida cotidiana.

Abriendo la mente a la integración de todo conocimiento

Cuando enfocamos el yoga como filosofía de vida desde el campo de los estudios de ciencia y sociedad, no estamos hablando de campos antagónicos, opuestos y ajenos el uno del otro; todo lo contrario, nuestro enfoque humanista, basado en la investigación y experiencia en ambos, nos permite reconocer en los mismos realidades complementarias en proceso de crecimiento, fortalecimiento y retroalimentación mutua. Porque el conocimiento es ilimitado; nosotros somos los que nos empeñamos en ponerle límites irracionales, y cambiar este paradigma es tarea de todos a través de una apertura mental sostenida.

La forma, la manera y estrategia de lograr un enfoque integrador entre el conocimiento científico y el yoga como disciplina y patrimonio universal es posible a través de la educación en todas y cada una de sus etapas. Porque el yoga, así como otras disciplinas, conocimientos y tradiciones orientales, se considera como un valioso saber profundo de la vida; por esta razón actualmente tiene tan alta aceptación en las diferentes ramas de las ciencias de la salud, como valioso apoyo alternativo y complementario, recomendada por médicos y psicológicos así como por diferentes terapias tanto tradicionales como alternativas.

Y es que el yoga, al permitir el conocimiento de otras conceptualizaciones filosóficas, culturales en materia de salud física y mental, actúa como apoyo al desarrollo de nuestros conocimientos científicos. Y en alguna parte, en algún momento, el yoga se termina cruzando con otras disciplinas del conocimiento universal.

Lo anterior exige una gran apertura mental así como la búsqueda de mejores formas de vida, de equilibro y salud integral en nuestro tiempo. Teniendo en cuenta esta apertura, conviene recordar que el yoga actúa y conduce a profundos efectos liberadores, siendo el primero de ellos lograr su aceptación, apropiación y práctica integral, como producto social del conocimiento y patrimonio de la humanidad.

Un nuevo paradigma de bienestar para todos

Por otra parte, el ser humano, directa o indirectamente, en algún momento de su vida se cruza con el yoga, bien sea en la salud, la enfermedad, la alegría o el dolor, la vida o la muerte. Porque la vida va mucho más allá de las compensaciones de índole material, y el ser y su forma de ser están urgidos de un nuevo paradigma de bienestar, salud física, mental, quietud así como la sanación de su cuerpo y sus emociones buscando con ellas fluir al compás de la sinfonía universal del equilibrio.

Y en el caso concreto de la producción de ciencia y tecnología resulta obvio que no escape a esta búsqueda, porque la celeridad de la vida de los trabajadores de la ciencia les imprime un altísimo estrés, lo cual necesariamente se transfiere al funcionamiento de su salud física y mental. Sobrevienen entonces las crisis de hipertensión, se elevan los niveles de azúcar, las enfermedades del aparato digestivo, se debilita es sistema inmune y toda unas serie de enfermedades psicosomáticas que afectan sensiblemente su calidad de vida.

En estas condiciones y aunque cueste aceptarlo, quienes practican yoga y disciplinas afines no sólo adquieren y desarrollan evidentes ventajas comparativas dentro de sus colectivos laborales, sino que se convierten en multiplicadores de las mismas así como ejemplos a seguir en diferentes espacios de su cotidianidad. Son personas relajadas, centradas, serenas, equilibradas con gran serenidad, claridad y aptos para tomar las decisiones más acertadas aún en los momentos más críticos. Traduciendo las mismas en un nuevo perfil de liderazgo sostenido muy inusual por cierto en un sistema que produce y reproduce todo lo contrario.

Además de lo anterior, es importante tener en cuenta que la ampliación de estos horizontes mentales toca todos los campos de la ciencia y de manera especial a la divulgación científica, ante la cual se abre el enorme reto de incursionar en campos que, aunque parecían ajenos, son complementarios como los saberes milenarios, porque el yoga y otras disciplinas afines también han entregado a la humanidad valiosos conocimientos.

Esta sería una novedosa forma de sacar al conocimiento científico de los estrechos marcos que siempre lo han caracterizado, y de manera muy especial, a la innovación como producto social, elevando la misma del marco productivo al psicosocial con sus múltiples aplicaciones, beneficios, enseñanzas y experiencias.

De esta manera la divulgación científica no solo propiciaría un interesante diálogo intercultural de saberes, formas de vida y de interpretación del mundo tangible e intangible, sino que realizaría una acción comunicativa y de apropiación profundamente transformadora.

Derribando barreras y prejuicios

Un proceso en tal sentido terminaría por aislar, cuando no a anular, falsos conceptos, dañinas dicotomías, cerrando abismos cognitivos que poco a poco pierden su razón de ser, lo cual implica intensificar investigaciones que conduzcan a nuevas formas de apropiación del inmenso aporte y valor de culturas milenarias al beneficio de la humanidad. Para nadie es un secreto que negar esas aportaciones ha sido una actitud arrogante y estrecha; romperla implica profundos cambios en las formas de pensar, analizar, estudiar y valorar todo este enorme bagaje de disciplinas milenarias que tantos beneficios han aportando al desarrollo de la humanidad.

En este sentido vale la pena preguntarse: ¿alguien se atrevería a incluir en las agendas de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, así como en sus actividades y eventos, una conferencia sobre las aplicaciones científicas del Mindfulness, del Yoga, o de los principios del Ayurveda en la producción científica?

En consecuencia, necesitamos ampliar las fronteras de la ciencia, de su producción, desarrollo, aplicación, apropiación, socialización y democratización, a través de nuevas formas de diálogo, reconocimiento y valoración de saberes, bajo nuevas cosmovisiones que indiscutiblemente exigen una gran apertura hacia el inmenso espacio del conocimiento universal.

Elsa Beatriz Acevedo Pineda. Investigadora, gestora y divulgadora Científica. Red de Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad de la OEI. Colombia. elsabeatriza@yahoo.com