Meditación: salir de la rueda del pensamiento

2021-06-11

Meditar es darse cuenta de… Este darse cuenta puede ser voluntario y focalizado o completamente espontáneo. Puedo darme cuenta de que estaba pensando, pero si continúo pensando, ya no hay “darse cuenta de…”, ya no hay meditación sino pensamiento. Por eso meditar se asocia acertadamente con no pensar… Escribe José Manuel Martínez Sánchez.

 

Aunque en meditación un pensamiento también puede servir como una herramienta o vehículo (mantra) donde, a través de la mente, se nos dirige a la conciencia (no mente). Puede ser un objeto de meditación en sí mismo o una señal que nos dirige al objeto de meditación, o ambas cosas a la vez. Por ejemplo, usar pensamientos como proposición o instrucción, tal que: “me doy cuenta de mi respiración”, “yo soy”, “observo lo que sucede”, “soy observación sin juicios”… Son pensamientos que buscan arrojarte a la conciencia observante, silenciosa, meditativa… También pueden usarse mantras sánscritos, un sonido o vibración: om, hamsa, ham

Salir de la rueda. Conciencia sensorial

Más allá del pensamiento (del discurso mental) hay todo un mundo donde dirigir nuestra escucha atenta y meditativa a través de nuestros sentidos. Podemos observar el mundo exterior a través de los cinco sentidos. Y además tenemos, por decirlo así, otros dos sentidos más. Sentidos internos, de conciencia sensorial. El sexto es llamado propiocepción, el cual nos informa de nuestra postura, el movimiento del cuerpo, la sensación de equilibro, apoyo en el suelo, etc.

Este sentido tiene especial importancia a la hora de ser conscientes de nuestra postura de meditación y de cómo mantenemos esa conciencia hacia nuestra postura, desde nuestra percepción notando lo que sucede en la cuerpo momento a momento… Puede ser una postura estática (meditación estática) o mantener una conciencia momento a momento más dinámica y fluida (ej. una sesión de yoga, donde se van alternando diferentes posturas y la atención se mantiene en ese dinamismo del cuerpo informándonos del espacio que ocupamos, el cambio de apoyos, la sensación de equilibrio, la coordinación del movimiento, si hay tensión o relajación en los músculos…).

Hay todo un mundo de percepciones corporales que se perciben a través del sentido de la propiocepción. Y el séptimo sentido, relacionado con el anterior, se llama interocepción. El mundo de la conciencia corporal también se relaciona con nuestra percepción de los órganos internos, de la respiración, temperatura, la sensación de sed, hambre, cansancio, nivel de energía, estado emocional, dolor, etc. Todo un mundo de sensaciones que el cuerpo percibe momento a momento.

En el yoga o la meditación además de observar esto, y por el mero de hecho de observar, también influimos en el equilibrio y bienestar de nuestro mundo interno. Sanamos al escucharnos. Ser conscientes, libera lo inconsciente. La propia escucha atenta de la respiración es profundamente sanadora. La respiración consciente genera vías neuronales que incrementan la mejora de los procesos atencionales, la autorregulación emocional, etc. No sólo la conciencia de la respiración sino en general la conciencia corporal y sensorial también son sanadoras por sí mismas, contribuyendo a dicha autorregulación y bienestar psico-físico-emocional. El cuerpo es sabio, sólo hay que escucharlo con atención y paciencia.

La mente divagante

Hemos perdido esa conexión con los sentidos, con esa escucha atenta y sensitiva hacia lo que sucede dentro y fuera, aquí y ahora, porque nos hemos enfocado obsesivamente en la escucha de nuestros propios pensamientos. El yo se ha egocentrado en su actividad mental, en su discurso sobre la vida más que en vivir, experimentar, sentir la vida misma… Vivimos preocupados, absortos en estados y conflictos emocionales que desarrollamos desde lo mental, desde el pensamiento divagante. Vivimos en un piloto automático causado por un estrés ya muy arraigado que nos impide parar. Salir de la rueda del sufrimiento es salir de la rueda del pensamiento cíclico e incontrolable.

Igual que el cuerpo no puede estar todo el día en movimiento, necesita también momentos de quietud, así la mente no puede estar todo el día pensando, necesita momentos de parar, de quietud mental. A medida que la mente se acostumbra a estar activa todo el rato, la agitación mental y el pensamiento compulsivo se vuelven cada vez más involuntarios, repetitivos y disfuncionales. Ya quedamos a merced de nuestro propio organismo, al igual que un cuerpo agotado, todo el día trabajando, el organismo le ordena parar o dormir… Pero vive exhausto. Cayendo en el abismo por puro agotamiento. Comprender todo este mecanismo es crucial para desapegarnos de esta vorágine, para desidentificarnos de la mente y así esta pierde fuerza. No somos nuestros pensamientos, así podemos desapegarnos de ellos, tomar distancia y dejar que se difuminen.

El pensamiento excesivo e incontrolable genera sufrimiento, sensación de infelicidad, depresión, baja energía, agotamiento, estrés, dispersión, dolor físico y mental… Una actividad mental saludable y funcional debería de ser voluntaria, es decir, poder aquietarla cuando queramos y con ello también evitar que sea excesiva y no sature.

Aprender a aquietar el pensamiento

Puedo tomar conciencia de los pensamientos, o del estado emocional, reconocer qué emoción hay en mí… pero seguidamente en meditación el trabajo consiste en desapegarme de ello para no enredarme en ese discurso o en mentalizar lo que siento… se trata de sentir, de observar lo que siento sin palabras, sin conceptos…

Entonces surge la conciencia, el espacio que se desapega de la mente y sus conceptos y se ancla en el silencio, en la observación de lo que es. El trabajo de la meditación, que ha de ser un trabajo fluido, sin esfuerzo, consiste en aceptar también que van a llegar nuevos pensamientos, nuevos laberintos mentales y conceptos, pero sabemos que la tarea es observar con ecuanimidad, desde esa conciencia silente que retorna una y otra vez a su fuente silenciosa de observación, sin juicios, sin conceptos… entregada a un sentir trascendente, puro y sereno.

Por regla general los no-meditadores sufren al no poder controlar el pensamiento de forma voluntaria y su actividad mental suele estar por encima de lo saludable. Si lo saludable fuese 1, en un rango de 1 a 5, estarían en 4 o 5, variando según su nivel de estrés, actividad, preocupaciones, etc. Este exceso (y la impotencia que produce no controlarlo) también genera que la calidad del pensamiento sea más negativa y neurótica en detrimento del sistema emocional. Y al contrario, los efectos de la quietud mental voluntaria y consciente (meditación) motivan una regulación emocional equilibrada y positiva. La sensación de paz interior y felicidad aumentan.

La meditación es fundamental, por tanto, para aprender a regular el bienestar físico y mental (cognitivo, emocional). Ya que de ese equilibrio depende el bienestar de todo el organismo y con ello el bienestar y desarrollo espiritual de nuestro de ser.

José Manuel Martínez Sánchez (Albacete, 1983), es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia. Máster en Psicología Humanista. Profesor-Máster de Yoga por la Escuela Internacional de Yoga y especializado en Yoga Restaurativo y en Meditación por esta misma escuela. Director y Profesor del centro de Yoga Prana en Albacete.

Ha escrito diversos libros, entre los que cabe destacar: Meditación esencial, Buscando la paz interior, Hacia el despertar espiritual.