La historia asombrosa del yogin en la barraca de feria

2022-08-03

En el excelente libro El cuerpo del yoga, Mark Singleton cuenta esta anécdota muy significativa de los comienzos del «yoga postural» en Occidente. En el siglo XIX llegaban imágenes de faquires, acróbatas y equilibristas hindúes que se tomaban por excéntricas manifestaciones de su religión. Así se cuenta en esta historia: «El más asombroso prodigio de nuestro tiempo»: Yogi Bava Lachman Dass.

Primera imagen de una yogasana, ejecutada por Yogi Bava Lachman Dass. https://www.theyoke.yoga/

 

El caso de Yogi Bava Lachman Dass es ejemplar al respecto. Cuando llegó a Londres en 1897 para representar sus cuarenta y ocho posturas en una barraca de feria del Acuario londinense de Westminster, su repertorio estaba ya firmemente inscrito en la imaginería británica bicentenaria del faquirismo mendicante indio fusionado con el vodevil contorsionista occidental. El periodista Framley Steelcroft escribió la noticia de la “pintoresca“ ejecución de Dass en la eminente publicación ilustrada de la vida contemporánea de The Strand. Bien podría ser la primera demostración fotodocumentada del hatha yogāsana en suelo europeo de todo de todos los tiempos, y muy posiblemente fuera la primera demostración pública de manipulación postural concebida como yoga realizada por un indio en Gran Bretaña.

El artículo dice mucho sobre los sentimientos generalizados que provocaba en la época la mendicidad religiosa de la India. Steelcroft presenta las āsanas de Dass como meras contorsiones ejecutados por dinero, exhibiciones de la “repulsiva“ galería de la religión hindú. Dass, escribe, rompió alegremente la prohibición brahamínica de cruzar el océano por unas “vulgares libras, chelines y peniques“; se oye especular a los viandantes londinenses que, en vez de meditar, Dass se pasa las noches contando sus ganancias.

Con gran ironía, Steelcroft expresa una respetuosa admiración por la santidad del yogin, al tiempo que pinta para sus lectores la imagen de un tartufo indio, un emisario de los inmorales farsantes y engañosos ascetas que, por lo que se da a entender, abundan en la India. Se presenta principalmente a Dass como un acróbata circense, que se gana la vida haciendo gala de renunciación a cambio de ganancias materiales: una treta que engañará a los indios, quizá, pero no a los avispados cockney.

A los lectores de The Strand de aquella época, el contorsionismo debía de resultarles una forma de entretenimiento poco novedosa: no había necesidad de ir a la India para ver cosas de aquel tipo. El propio Steelcroft era una especie de cronista de cuerpos excéntricos. Un año antes había escrito sobre los contorsionistas occidentales Walter Wentworth y «Ames, el prodigio sin huesos»,  así como sobre Cliquot, el devorador de espadas, Rannin de Sri Lanka, el de la piel de hierro, y otra serie de portentos humanos (Steelcroft, 1896). El mismo año que se publicó el artículo sobre Dass, el periodista de The Strand William G. Fitzgerald escribió sobre las contorsionistas femeninas Knotella y Leonora, y «el mayor contorsionista del mundo», Marinelli el Hombre Serpiente (Filzgerald, 1897).

Otros populares semanarios ilustrados de la época, como Pearson Magazine, solían publicar asimismo fotografías de contorsiones corporales, como las del «Rey de los contorsionistas», Pablo Díaz, y similares eran las imágenes que publicaba la prensa popular estadounidense, como las que acompañaban al artículo de Thomas Dwight “La anatomía del contorsionista“, que apareció en Scribner’s Magazine en 1898. Evidentemente, el público lector británico y norteamericano estaba más preparado para ver en las demostraciones de Dass una forma de contorsionismo, aunque, eso sí, aderezado con el resplandor mágico de Oriente.

Párrafo extraído del libro original El cuerpo del Yoga, de Mark Singleton, 2018 Editorial Kairós, pág. 139.