Los tres peligros sutiles de la vida espiritual

2016-02-08

Suelen citarse como peligros para la evolución espiritual aquellos relacionados con la materia y las debilidades o vicios humanos. Esto es evidente o incluso demasiado evidente. Quiero ir más allá y mencionar aquellas otras celadas que acechan en la espiritualidad misma, de un modo disfrazado, paradójico y sutil. Escribe Joaquín G. Weil. Foto: Toni Otero.

Como cantaba Vinicius de Moraes: «São demais os perigos desta vida pra quem tem paixão». Y la vida espiritual o de desarrollo personal, tiene, o debería tener, su tanto de apasionamiento. Como aconsejaban los maestros zen: «Practicad con la misma diligencia con que os apagaríais un fuego prendido en vuestro cabello.»

Sin duda los vericuetos de la evolución espiritual interesan al practicante de yoga y meditación que, a poco que profundice, comprueba que, por una parte, hay una dimensión personal más allá de la materia y el cuerpo, llamémosla alma y/o espíritu. Y por otra parte, el cuerpo y la materia tienen por sí una dimensión espiritual.

Esto último es algo que verifica una y otra vez el ya anticuado materialismo. Por más que se empeñan los científicos en localizar la materia, aquella bolita sólida que en última instancia compondría átomos, electrones, protones o neutrones, no se encuentra. En los aceleradores de partículas se dividen y subdividen las así llamadas «partículas subatómicas». Lo que nos da la idea de que la «materia» (que etimológicamente significa «madera») está compuesta finalmente por algo que, para entendernos, podríamos definir como «madejas de vibración o de energía» dentro de un espacio vacío. La propia palabra átomo significa «indivisible», y, ya ves, ha sido dividido hasta reducirlo casi a la nada.

Para colmo, como señala la física cuántica, tales supuestas partículas se comportan de un modo ilógico, paradójico, diríamos»sobrenatural», lo cual se expresa en leyes y conceptos como la inubicuidad, el entrelazamiento, el campo, etc. Aspectos que casan mejor con la espiritualidad que con el viejo materialismo.

Baremos de «evolución»

Uniendo ambos términos, Trungpa Rinpoche habló del «materialismo espiritual», que dio pie a otro término afín: «el supermercado espiritual». Se trataba de prevenir contra la tentación de coleccionar espiritualidades, establecer baremos de «evolución», usar también esto como liza en los torneos y batallas del ego, para darse importancia y encumbrarse sobre otros congéneres supuestamente no tan elevados o evolucionados. Y esto es algo que ya había señalado Nietzsche, al que volveremos luego.

A lo cual añado los siguientes otros tres peligros:

1.El desapego y la falta de compromiso con la vida en la tierra.  El desapego suele mencionarse como una virtud espiritual, pero no lo es si esto conlleva frialdad o indiferencia respecto a las personas y sucesos que habitan nuestros días. La evolución espiritual no consiste en convertirse en un pez de sangre fría, en una roca que sólo medite pero que no sufra ni padezca. Al revés, conforme vamos avanzando en nuestra andadura, nos vamos volviendo más tiernos, más compasivos, más sensibles. Lo cual no es una blandenguería sino, al contrario, nos da una firmeza y una fuerza tremendas, porque nos aunamos precisamente con lo que podemos llamar la «Gran Fuerza», que es compasión y es amor.

No basta con cumplir decálogos, sila, yamas y niyamas; además hay que profundizar, sentir, empatizar con nuestros congéneres y con todos los seres sintientes, comprender su grandeza.

Se trata de hacer el bien no por ser buenos chicos y chicas o por anotarnos tantos en un baremo de bondad y santidad. Se trata de hacer el bien por simpatía o empatía, por compasión o amor por todos los seres. Este y sólo este es el sentido de la frase de San Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Lo cual significa que, más que cumplir mandamientos morales, lo que se trata es de actuar con amor, con lo que esto conlleva de atención,responsabilidad, respeto y cuidado.

Por otra parte, tampoco se trata de vivir una vida espiritual  como opuesta a una vida terrenal. Esto es una perspectiva en realidad más materialista de lo que parece. Al contrario, se trata de vivir plenamente y de modo abierto nuestra vida en la tierra, que el espíritu habite plenamente nuestros cuerpos. De eso precisamente se trata. No desertar a la menor derrota. No evadirse, embriagarse o distraerse con las mieles o licores de las sublimidades espirituales (samadhis, «experiencias» o visiones), sino tal como decía (una vez más) Nietzsche: «Ser fieles a la tierra».

2.Los sidhis, los «poderes sobrenaturales» y los portentos. Cuando me cuentan que tal o cual guru hace tal «milagro» y me preguntan si me lo creo, lo que pienso es que la cuestión no es tanto si es cierto o no, si nos lo creemos o no, si es truco o realidad.El verdadero asunto es la sinvergonzonería que estos prodigios conllevan. Peor todavía si se trata de auténticos portentos, maravillas o milagros y no meros trucos de magia.

Esto es algo sobre lo que los maestros zen insistían. Y hay diversas historias al respecto. Como la de aquellos monjes viajeros que se encuentran con un río turbulento. Uno lo cruza esforzadamente a nado y llega arrastrándose empapado a la otra orilla donde se encuentra con su compañero que está seco y declara ufano que prefirió atravesar el río levitando. El monje empapado apostrofa al levitante de granuja, truhan y sinvergüenza.

¿Y qué ocurre entonces con los milagros de Cristo, de Buda y de diversos santos y santas? Pienso que en estos casos, los milagros «se les escaparon», manaron o brotaron de su genuina compasión, y este es el único sentido que pueden tener. Es bien diferente de aquellos otros embaucadores que emplean los sidhis, los portentos y “poderes” para encumbrarse, para supuestamente certificar los sinsentidos que profieren. Peor desgracia para ellos usarlos, ciertos o fingidos, para ganar poder, riquezas o seducción. Esto tiene que despertar nuestra compasión, porque ahí el desvarío y la confusión son tremendos.

C .G. Jung contaba que su fama de «mago» siendo un joven psiquiatra se debió a que curó “milagrosamente” a una señora aquejada de parálisis parcial en las piernas. Ante un auditorio de estudiantes de medicina, en pocos minutos de tratamiento hipnótico, tiró las muletas y salió andando declarándose curada. Lo que, según el célebre psiquiatra, ocurrió en realidad es que la paciente de modo neurótico lo había «adoptado como hijo» y quiso inconscientemente beneficiarlo de este modo. Sin duda lo consiguió.

No sólo en el zen sino que entre los salidíes andaluces también se rechazaba explícitamente todo carisma, es decir, todo signo o distintivo de santidad. Un santo o un maestro en nada se diferenciaba de sus vecinos o conciudadanos.

También ocurre en ocasiones que supuestos intuitivos o psíquicos sueltan por la boca lo primero que se les pasa por la cabeza respecto a segundas o terceras personas, sin sopesar siquiera el por qué o el para qué o las interferencias que pueden causar en la vida de otros tales aseveraciones. Ni siquiera si actúan bienintencionados pues, como dice el refrán, de buenas intenciones están empedrados los infiernos. Así que, amiga o amigo psíquico o vidente, si lees pasados o futuros, o algunos de las manifestaciones de la mente de otras personas, considera tus motivaciones y el alcance de tus palabras.

3.La vida espiritual como oficio funcionarial. La última trampa que quiero mencionar aquí de la vida espiritual es convertirla en un oficio más con que «ganarse la vida», pagar facturas y tener un estatus. Es lo que ha pasado con todas las castas sacerdotales a lo largo de la historia y hasta la fecha, por más que en su seno haya habido algunas excepciones. Aquí el modelo de negocio consistía y consiste en mediar o intermediar entre lo divino y humano. Ya ves, como si entre Dios y los seres humanos hubiera alguna distancia. Es exactamente lo opuesto a la verdadera espiritualidad, que consiste en hallar lo divino en los adentros de cada cual.

Igual ocurre con esos gurus, sabios o maestros que pretenden hacerse imprescindibles para sus seguidores. El buen guía sólo es tal si precisamente ayuda a sus seguidores a encontrar la verdad y la sabiduría por sí mismos.

En el zen se anima a no convertirse en «meditadores profesionales», personas que realizan sus supuestas prácticas espirituales de modo rutinario, técnico, de oficio. El verdadero camino consiste en abrirse a la aventura, a la plenitud, a la frescura del momento cada rato como si fuera por vez primera. En ese camino no hay galones ni grados ni cinturones blancos o negros. Todos somos iguales, igualmente dignos de respeto.

Sea cual sea nuestra vida, si dedicados a tal o cual oficio, si en dificultades o paraísos, si en familia o celibato, si en multitudes, círculos tribales o soledad, la vida de cada persona es siempre una aventura espiritual. 

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

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