Más dulzura, más compasión

2014-01-17

La compasión está presente en muchas profesiones de servicio, desde la educación, la salud, áreas sociales…. Y también es, en innumerables prácticas religiosas y filosóficas, el centro del corazón de la meditación. Escribe Koncha Pinós-Pey para Espacio MIMIND.

Compasion_mindfulness

“Por fin me calmo, sí, me calmo. Se trata de una calma profunda, tan suave como una cosa inútil, que desciende hasta lo más recóndito de mí ser… No tiene que ver con el día suave y lento, tierno y nublado. Ni con esta brisa apenas esbozada, casi nimia, apenas un poco más que el aire que se siente ya suspirar. Ni con el color anónimo del cielo, salpicado de azul aquí y allá, débilmente…”. Fernando Pessoa.

Martin Luther King en su último discurso hablo de la parábola del Buen Samaritano. Esa historia de un hombre que va por un camino y ve como otro hombre es atacado por un salteador de caminos. Muchos de los que pasaban decían que no era más que una trampa para que los incautos se detuviesen y fuesen asaltados. Pero ¿y si fuera cierto? ¿Qué puede sucedernos si nos detenemos a ayudarle? ¿Que puede sucederle al hombre?

Necesitamos mucha más dulzura y fuerza compasiva para poder estar presentes. Cuanto más atento estemos al mundo, más no rendimos al momento. No podemos salvar a nadie, no podemos asistir a todos los heridos que nos asaltan en el camino sin la dulzura necesaria. Incluso no basta tan solo con la compasión y la dulzura, porque hay energías y momentos que tendríamos ganas de salir corriendo.

Para la mayoría de las personas que sufrimos, nuestro dolor secreto tiene que ver con la herida de la falta de amor, de amabilidad, de bondad, de dulzura. Cosas que nos hirieron, ecos que despiertan esas memorias, la curación empieza por el dulce despertar. Las raíces de la compasión empiezan en ese sentir amable de querer aliviar y compartir el mal de otros. La compasión es una forma de amor muy evolucionada: “Acompañar en el sufrir del otro”.

La compasión está presente en muchas profesiones de servicio, desde la educación, la salud, aéreas sociales…. Y también en innumerables prácticas religiosas y filosóficas, sin duda el centro del corazón de la meditación. Compasión no es la piedad cristiana que sentimos por el sufrimiento del prójimo, porque la piedad pone una distancia empática que la compasión atraviesa. Compasión estaría más cerca de la caridad, esa alegría en el servir que manifestaba Madre Teresa o Vicente Ferrer. Un amor desinteresado por los otros y un entregar sin importar a quién sea, sin buscar nada, sin esperar nada a cambio. Aquí la alegría es fundamental, porque sin ella se te parte el corazón en mil pedazos.

Mirada de autocompasión

¿Cómo se puede resistir el ver tanto sufrimiento a diario sin amor? El cristianismo también habla de la “misericordia”, estar en las cuerdas de la miseria, comprender a aquellos que padecen la miseria. Pero la compasión es algo diferente también, es proactiva con el que sufre; no es solo un estar o acompañar, no es solo compadecer en la misericordia; es “compromiso”, es intención en movimiento, es acción, bondad, gentileza, desear el bien, benevolere – benevolencia-, sin que nadie lo sepa, sin evitarse las penas pero sin alimentarlas y con una gran sonrisa -cuestión importante- y mucho respeto por todos los seres que sufren.

En el Budismo la práctica de la compasión es capital, porque todos los seres han sido nuestras madres desde el tiempo sin principio. La compasión es la inversión con mayor retorno social que existe. Porque si no somos compasivos -para empezar, con nosotros- no tendremos paz y no podremos gestionar los sufrimientos que nos trae la vida, y por los que vamos a ir pasando.

La falta de compasión hacia uno es la mayor desgracia, porque se acompaña de resentimiento, odio, pesar, rencor, culpa… Es una herida que está siempre sangrando, nunca acaba de cicatrizar. Así no es posible cerrar el círculo de la reparación, no aceptamos el consuelo propio ni el ajeno -el consuelo también es una forma de compasión-. Esos estados mentales destructivos son lo contrario a la compasión, y no hace más que volvernos a la conciencia de nuestros propios sufrimientos, fracasos, derrotas, poniéndonos en el piloto automático de todo lo que no va bien, impidiendo la sanación y no aceptando ni respetando nuestro sentir.

“Y cuando sufro siento que estoy sufriendo… pero este sufrimiento es también impuro”. La mirada de autocompasión en mindfulness es muy necesaria, porque estos autosabotajes o autoataques no hacen más que reforzar los patrones de agresión, desprecio y desvalorización de nosotros mismos. Los hábitos -desde el punto de vista cognitivo-comportamental- no solo afectan a nuestro comportamiento sino también a nuestros pensamientos, sentimientos, emociones, percepciones y estados mentales. El hábito no hace al monje; eso es exactamente lo que hace el paciente en mindfulness: reconocer que el hábito es automático, repetitivo, escapista y tiene un coste muy alto en nosotros. Educarnos en debilitar esos mecanismos automáticos necesita tiempo y cariño. De nuevo, la dulzura.

La primera parte del proceso exige reconocer esos automatismos; cuanto más los ignoremos, mayor será su presencia. La falta de autocompasión fomenta los estados depresivos, maniacos, culpabilizantes, tristes y nos hace prisioneros de lo que huimos.

Un valor que tiene mala prensa

La vida ya se encarga de hacerte daño, no tienes que hacértelo tú mismo. El autocompadecerse tiene mucho que ver con estar atento a tu sufrimiento- no suprimirlo- y comprometerte con querer liberarte –un poco- de él; pero sin dureza, sin crueldad, sin desprecio, sin culpa, sin vergüenza. La autocompasión descansa en el lecho de la ecuanimidad. Muchos estudios clínicos hablan de la resiliencia como un factor fundamental a la hora de salir adelante. La autocompasión es una medicina próxima que permite repararte frente a la adversidad y la ignominia cotidiana; en lugar de ser tu propio enemigo, convertirte en aliado.

Conseguir que la mente deje de autoperseguirse, de compararse, de juzgarse, de envidiar o añorar lo que no se tiene, es básico. Cuando aplicamos el test de las escalas de la compasión, observamos que las personas la temen. Porque la compasión es un valor que no prima socialmente. Dan prioridad existencial a la presión, al juicio, al afligirse y así se ven a sí mismos como personalidades abocadas al fracaso.

Cuando hablo de compasión en clase, todo el mundo tiene claro qué es y que todos lo son. Pero después de unos cuantos meses van descubriendo que no son nada compasivos, y eso es bastante duro. Creen que ser compasivos les hará débiles, autocomplacientes, poco disciplinados, que entrarán en un autocompadecimiento incapaz de practicar socialmente. Nada más lejos de la realidad; la raíz de la autocompasión es la raíz de la autofelicidad; un buen nivel de autocompasión genera mucha responsabilidad personal -se asume la crueldad propia y se repara-. En vez de defenderse, negarse o hacerse el muerto, se conquista la compasión.

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