Anekantavada, más que Yoga

2016-03-31

El yoga por sí mismo no existe fuera del yoga que practica cada persona: tú, yo, nuestros vecinos de esterilla. Y si existiera como cosa separada, apenas tendría relevancia en comparación con la importancia de cada ser humano que lo practica.

Anekantavada

«Su cuerpo es la forma del amor, es el dios que toma mil formas a los ojos de sus criaturas; bailando arrebatado, de su danza nacen oleadas de cuerpos».
Kabir

Para ser exactos, el yoga importa en cuanto que importa el ser humano, pues es una herramienta a su disposición para entregarse a la verdad y, así, escapar del sufrimiento (que es ilusión, maya), y gozar más plenamente de esta vida. El único yoga real y verdadero es la suma actual de quienes lo practican.

Anekantavada es uno de los principios que enunciara Mahavira, fundador o refundador del jainismo, paisano y coetáneo de Buda. Ambos viajaron y vivieron en la misma región y tiempo. Siendo paisanos, coetáneos y con tales poderosas personalidades espirituales, queda como uno de los grandes enigmas de la Historia del Pensamiento o del Desarrollo Espiritual cómo es que no hay crónica ni de encuentros ni de desencuentros entre los dos colosos de la espiritualidad o la filosofía. Todo muy indio.

Podemos comprender lo pequeños que somos en comparación con la inmensidad del Universo. Por otra parte, cada persona es un espíritu magnificente imprescindible y digno del mayor respeto.

El yoga real no existe ni en las Puranas ni en los Samhitas o los Upanishads más antiguos y venerados. Eso sería la descripción del yoga o la reflexión sobre el mismo. Tampoco es exclusivo de los viejos ashrams de las estribaciones de los Himalayas, que visitara Mircea Eliade y otros tantos peregrinos de la sabiduría, por más que esa sea la cuna de las tradiciones. El yoga real existe en la práctica humilde y sincera de cada persona sobre su alfombra, cojín o esterilla sin importar en qué lugar se encuentre, pero sí el tiempo, que es siempre el ahora.

Esto por un lado nos da importancia a los practicantes de yoga, si bien por otra parte nos carga de responsabilidad, porque en cada una de nuestras prácticas, en cada salutación al sol, en cada pranayama o meditación es cuando el yoga cobra vida.

Anekantavada puede significar literalmente “no una sola visión de la verdad”, si bien hubo un filósofo español que acuñó un término que puede servir de traducción perfecta: “perspectivismo”. Estamos hablando de Ortega y Gasset.

Anekantavada se expresa en la parábola del elefante y los ciegos. Que para quien no la conozca, puede ser así: un grupo de ciegos andando a tientas por la selva se topan con objeto desconocido. Cada uno palpa ese objeto y procura compartir con sus compañeros de qué se trata:

  • Es un enorme tonel.
  • Son cuatro columnas.
  • Son dos grandes abanicos de cuero.
  • Es como una serpiente.
  • Son dos lanzas.
  • Es como una soga deshilachada en el extremo.

De modo semejante a la fábula, cada persona sólo comprende una pequeña perspectiva de la verdad. Solo los seres realizados, los kevalis, pueden concebir la realidad tal cual es. Y por si alguien tiene la megalomaníaca pretensión de considerarse un kevala, o si, de modo vicario, alguien quiere creer que tal vez su guru lo sea, precisamente lo que nos enseña Anekantavada es que la comprensión de la verdad es en efecto integradora, no excluyente.

Una enseñanza tal tenía que nacer en India, país acendrado donde los haya en la convivencia milenaria de diversas religiones, razas, lenguas y culturas, que necesita como el aire el Anekantavada y el Ahimsa (no violencia), porque en ello va la vida (en sentido literal). Así lo entendió Mahavira y una larga sucesión de mentes preclaras hasta llegar a Gandhi, que anteponía estos principios incluso a la anhelada independencia respecto al British Raj.

El mejor yoga posible

Anekantavada es una luminaria que disipa alguna de las peores oscuridades del alma humana: el miedo a lo otro, el inmovilismo de los conceptos, la pretendida exclusividad de un credo.

En una ocasión al Dalai Lama le preguntaron (un poco a mala uva) sobre cuál es la mejor religión. El Dalai Lama respondió: la que te trae paz.

Igual el mejor yoga posible es el que te trae paz, el que armoniza y dulcifica tu alma, el que se escribe con puntos suspensivos y no con signos de exclamación.

Cuando un rebaño de corderos ve a uno de sus congéneres internarse por otra senda, todos se ponen a balar en pánico. ¿Tendrá razón? ¿Estaremos todos equivocados?

Si hojeamos una buena historia del yoga, por ejemplo la Yoga Tradition de Feuerstein, constatamos que el desarrollo de esta ciencia ha tenido mucho de eso, de integrar y comprender las diferentes corrientes de pensamiento que se iban sumando, como el Ganges recoge a su paso las aguas del Yamuna y de otros múltiples afluentes, hasta desembocar en la Bahía de Bengala donde, de nuevo se abre en un amplio abanico de corrientes.

Aceptar la existencia de otras perspectivas y criterios exige una alta autoestima y seguridad en uno mismo. Y también la comprensión de una de las verdades principales del Universo: en toda la Creación no hay dos cosas iguales, ni dos gotas de agua lo son, ni dos copos de nieve o arenas en el desierto. Dios se expresa a través de una absoluta diversidad.

Dado que yoga significa unión, es necesario comprender que sólo puede unirse lo diverso.

La diversidad de perspectivas y opiniones no necesariamente proviene de la falta de entendimiento, sino que puede provenir de circunstancias como la lejanía geográfica y los primitivos medios de comunicación de otros tiempos en India. Si bien, la armonización o la aceptación y comprensión de las distintas visiones sí que requiere si no amor, sí al menos amistad o buen entendimiento, cuanto menos el respeto mutuo. Y algo tan yóguico como es la flexibilidad (mental).

El filósofo Niestzsche gustaba de una frase del Buda: «La enemistad se supera sólo mediante la amistad».

Si Buda y Mahavira se hubieran encontrado, seguro se hubieran dado un abrazo de cordialidad, tal vez apenas sin palabras.

Al final, si se profundiza en la propia diversidad de cada persona, en su singularidad cierta, se accede a la Luz del esclarecimiento y al Atman, esa respiración unánime, ese mismo aire que compartimos todos los habitantes de la Tierra.

Anekantavada, más que yoga.

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

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