Meditar es un lujo

2019-06-28

Por supuesto, meditar no es ninguna obligación; meditar es un lujo, quizás el mayor que pueda haber. Comprender el privilegio que resulta de la práctica de la meditación es tener prácticamente ganada la partida al ego. Escribe Emilio J. Gómez. 

Aunque para unos pocos es así, admitamos que para la inmensa mayoría el acto de sentarse a meditar no es ninguna necesidad, por más evidente que resulte, a poco que se observe la inquietante desconexión con la esencia en que vive el ser humano.

Durante la meditación ocurre un hecho singular. Por un periodo de tiempo más o menos largo, siempre conforme a la necesidad individual de volver a contactar con la parte más íntima y esencial de uno mismo, se obtiene la inusitada experiencia de poder cortar el hilo conector con el mundo exterior para sumergirnos en el interior y de esta manera poder iniciar el viaje hacia el autoconocimiento o el autodescubrimiento, tal y como gustaba expresarlo a Swami Vivekananda.

¿Puede existir mayor aventura que indagar en las profundidades abisales del ser? ¿Existe un reto mayor que enfrentarse a la estructura creada de modo inconsciente para testear su realidad? ¿No es acaso un desafío el enfrentarse a la verdad que uno es poniendo en riesgo la mentira que cree ser?

En las profundidades del ser es donde se encuentra nuestra auténtica y común naturaleza, fuente y origen de todo, antes de que la proyección e imaginación crearan la ilusión de la persona que creemos ser debido al poder de asmita, la identificación.

Meditación: práctica democrática

Ciertamente, llegar a comprender en toda su amplitud la práctica, efectos y consecuencias de la meditación es sin duda el mayor lujo que puede existir. Disponer de la comprensión de tal conocimiento –comprensión esencial, no intelectual– y dedicar por ello una parte de la jornada al cultivo de la presencia, es toda una exquisitez fuera del alcance de la gran mayoría… ¿O tal vez no?

Además, sentarse a meditar no es una cuestión de dinero. El tendón rotuliano, que tan agudo dolor despierta en las rodillas, o el incómodo adormecimiento de las piernas cuando se permanece en la postura del despertar por un periodo de tiempo algo más prolongado de lo habitual, son en realidad los elementos más democráticos que existen.

El dolor aparece a todo el mundo por igual y sin excepción. El dolor es el común denominador de la humanidad. De esta forma, todos los seres humanos, ricos o pobres, guapos o feos, jóvenes o ancianos… son hermanados a través de la quietud de la postura, siendo iguales ante la experiencia del dolor y el intento de la observación ecuánime del sufrimiento. ¡Qué humanidad tan profunda destila la meditación! Y qué precio tan elevado demanda: la erradicación del ego.

Meditación: sofisticado masoquismo

Alguna mente, sin duda anegada de ignorancia, ha llegado a calificar la práctica de la meditación de “sofisticado masoquismo”. Nada más lejos de la realidad, pues en el laboratorio que la práctica de la meditación es, aparece la oportunidad de transmutar y transformar en consciencia aquellas experiencias inocuas como el dolor de rodillas o el adormecimiento de las piernas, a fin de trascender el sufrimiento innecesario que el ego genera a través de asmita, la identificación y avidya, la ignorancia. En este caso, la ignorancia es atrevida hasta decir basta cuando califica la meditación como “sofisticado masoquismo”.

Ciertamente, si no se ha aprendido cómo relacionarse con aquello que aparece en la superficie del lago de la consciencia, o lo único que se pretende es obtener de su práctica un nimio bienestar emocional, entonces es mejor evitar el sumergirse en las aguas de la práctica de la meditación. Las cuales pueden ser cenagosas en un momento, o aparecer con extrañas corrientes submarinas y envolver al practicante en sinuosos remolinos, o comportarse inocentemente calmadas… Por todo ello, es preciso disponer del conocimiento previo necesario que permita realizar el viaje al interior con un mínimo de seguridad.

Meditar no es un juego

La práctica de la meditación puede ser un lujo, pero de ninguna manera es un juego. Ahora está muy de moda hablar y escribir sobre meditación, pero no meditar. No es lo mismo. No es igual mantener una agradable conversación, sobre todo para el ego, que enfrentarse a la sombra que habita en cada uno de nosotros y que tan bien creemos que podemos camuflar, que enfrentarse directamente con los contenidos almacenados en el desván del subconsciente para limpiar, arreglar y poner orden en tan importante lugar.

No nos cansaremos de gritar a los cuatro vientos que la meditación no es un instrumento de bienestar sino de liberación. Es mucho más que una simple práctica de bienestar físico o emocional lo que se dirime en la postura del despertar, por mucho que se quiera vender bajo el epígrafe del bienestar.

La práctica de la meditación tampoco es una herramienta para rendir más y mejor en el mundo laboral, es decir, para ser más eficientes en el trabajo, tal y como otros sectores la intentan presentar. Lo que se dirime en la postura del despertar es la consecuente comprensión que puede llevar al ser humano a la liberación del sufrimiento. Por este motivo la práctica ha de estar convenientemente direccionada. No todo puede valer.

Ahora bien, una vez que se ha comprendido el poderoso efecto de la transmutación alquímica de las experiencias, bien sean agradables o desagradables, del pasado, presente o futuro, y su consecuente transformación, en verdad que se está en posesión de aquel instrumento que todos aquellos seres codiciosos de poder anhelaron tener, pero que muy pocos lo llegaron a conseguir. ­­En verdad que el lujo de practicar la meditación está al alcance de todos, pero como reza el antiguo adagio alquimista: “Sólo lo merecedores lo conseguirán”.

Emilio J. Gómez es profesor de Yoga y coordina “Silencio Interior – Escuela de Silencio”

www.silenciointerior.net