Ramiro Calle, El Yogui

2016-07-21

Esta es una entrevista muy especial con Ramiro Calle. Hemos querido saber qué ha sido del espíritu del autor del libro que inició a innumerables personas en el camino del Yoga. Y hemos encontrado, cuarenta años después de escribirlo, que Ramiro sigue siendo, más que nunca, El Yogui. Carmen Viejo conversó con él durante más de dos horas. Próximamente, publicaremos la segunda parte: Ramiro, el maestro. 

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Hace cuarenta años que Ramiro Calle comenzó a escribir la historia de Ananda, el yogui, al que seguirían Ananda, el iniciado y Ananda, el ermitaño. En España se editaron reunidos en un único volumen: El Yogui. Fue para muchos buscadores la llamada de salida para mirar hacia Oriente y descubrir la senda del Yoga. Por ello, hemos querido ofrecerle público reconocimiento a través de esta entrevista.

Hoy por hoy El Yogui sigue siendo una obra de referencia plenamente vigente: aparte de la impronta espiritual, capaz de inspirar y generar respeto y devoción por el Yoga, contiene una valiosísima información sobre conceptos esenciales de las diferentes ramas de la Sabiduría en Oriente, y constituye en sí misma una guía de la que echar mano a lo largo de la vida de cualquier practicante.

En forma de novela, El Yogui es una ficción de saber enciclopédico y de fondo intimista, en la que el peregrino de la senda interior puede ver reflejados sus anhelos, miedos, hazañas y tropiezos.

Este libro, cuarenta años después, inspira esta entrevista a Ramiro Calle, no al escritor ni al erudito, sino al practicante, al sadhaka, al yogui.

Pregunta: El Yogui es la historia de una incansable búsqueda por la India… ¿Desde sus primeros viajes, sintió aquello de “yo ya estuve aquí”? ¿Ha descubierto tras tantos años por qué nació en España y no en la India?

Cuando viajé a la India, hubo varias cosas que me resultan muy sospechosas: primero, que todos los grandes maestros me abrieran las puertas, incluso los más inaccesibles. Y que algunos maestros me llamaran Rama, porque éste era el nombre del gran difusor de la enseñanza espiritual.

Es cierto que siempre he estado en esa difusión del Dharma. Cada vez que he querido dejar de escribir, una editorial me ha ofrecido a modo de anzuelo alguna proposición irrenunciable. Ahora, por ejemplo, que había decidido no volver a escribir un libro, he tenido que volver a hacerlo con Respira. Esta labor ha ido en detrimento muchas veces de mi propia evolución interior porque he entregado tantas horas a la difusión, que si me las hubiera dedicado a mí, ahora sería un jivamukti, un liberado (se ríe).

¿“La melancolía espiritual”, “la nostalgia del encuentro con el Ser”, sigue persiguiéndole hoy en día?

Sí, es el vacío existencial que mientras no llenemos de la Mente Grande, seguiremos experimentando. Es el anhelo del Ser o la soledad cósmica, una constante en todas mis novelas: en El Yogui, en El Faquir, en El templo del hielo, en Las siete iniciaciones. En todos mis relatos el protagonista experimenta ese anhelo del ser que mientras no es satisfecho, lleva a vivir las “nadas” de San Juan de la Cruz, la “noche oscura del alma”.

El gran engaño, la gran patraña de esta sociedad es hacernos creer que podemos llenar ese vacío interior de cosas, personas o situaciones del exterior. Entonces el vacío cada día se agranda más. Solo puede llenarse de nosotros mismos.

Esa insatisfacción inmensa viene de la búsqueda de la Realidad, que se nos escabulle, y como el ambiente no es el más propicio para esa búsqueda, la gente experimenta mucha insatisfacción.

El padre del protagonista de El Yogui le dice a su hijo: “No debes permitir que tus ambiciones espirituales te impidan cumplir con tu karma familiar”. ¿Siente Ramiro que ha podido conciliar estos dos dharmas?

Yo soy un yogui urbanita. El yogui urbanita tiene que aprender a vérselas con dos océanos: el de la vida cotidiana y el de la vida espiritual, lo cual no es nada fácil. Muchas veces nos encontramos divididos entre la orilla de lo físico y tangible y la orilla de lo espiritual. Pero lo que no está en nuestras manos es la renuncia total. Porque como decía Ramana Maharshi, si tiene que ser, te tomará. Pero tú no la puedes tomar.

A los cuarenta años quise cerrar el centro de Yoga que tenía y dedicarme a la renuncia total. Mi primera mujer, Almudena Hauríe Mena, profesora también de Yoga, me animaba: “Conviértete en sadhu”, pero eso es algo que uno no puede elegir libremente. Por eso creo que yo lo he proyectado en El Yogui: un símbolo de lo que habría deseado ser.

Una de las principales herramientas que utiliza el protagonista de su libro en su camino espiritual es la introspección: “En lugar de mirar hacia afuera, me había acostumbrado a mirar hacia mí mismo”. ¿Le ha llegado a aislar esa natural predisposición hacia el interior?

Cuando se es un buscador espiritual, siempre se está solo. Cada uno tiene que resolver su propia vida interior. En cierto modo, estás sin estar. No llegas a integrarte totalmente en esta película que en Yoga llamamos samsara; vives lo externo como si le faltara la sustancia real que hay que buscar dentro.

“Un sannyasin se aparta del sacrificio externo para realizar el interno”. ¿Lamenta haber renunciado a algo?

He renunciado a los hijos. Ya en mi Autobiografía espiritual cuento que se lo anuncié a mi padre cuando era un niño, que no tendría hijos. Y posteriormente me dije a mí mismo: “Solo si fracaso en encontrar el Hijo del Espíritu, me permitiré tener los hijos de la carne”. Y como a estas alturas no sé si lo he encontrado, no los voy a tener ahora, que ya serían nietos…

He renunciado a una vida muy fácil y hedonista que podría haber llevado desde el primer momento, pues mi padre era uno de los grandes empresarios que había en España. Pero cuando te toca la Búsqueda, ya no la puedes dejar.

Pero no lo lamento. Lo único que uno se cuestiona es el sufrimiento que ha podido causar a otras personas. La gente que ha estado conmigo ha sentido que algunas puertas eran muy difíciles de abrir, como ha expresado recientemente mi mujer, Luisa, en el documental Viaje a los adentros, Ramiro Calle. Seguro que a todas mis parejas les he causado sufrimiento por esta forma de ser, tan interiorizada.

“Observar la mente sin desfallecer, tal como si se sentase a la orilla de un río y observase detenidamente el devenir de sus aguas”. ¿Es ésta la esencia de su práctica y maestría?

Es lo que me ha permitido estar en esta sociedad, realmente pavorosa y atroz. Yo no comulgo, como le pasaba a Herman Hesse, con ninguno de los valores de esta sociedad. Y la única forma de mantenerte en ella es situarte, como decimos en el Yoga, en la conciencia testigo y mirar y mirar. Mi maestro, y uno de mis hermanos espirituales, Babaji Sivananda de Benarés decía: “Observa, guarda silencio y sonríe”. Es muy difícil estar en el barro sin mancharte o pasar por el fuego sin quemarte. Se paga un tributo muy elevado por vivir en esta sociedad. Pero tampoco hay otra opción: te vas a una cueva en el Himalaya y es lo mismo, también es la sociedad, y acabas teniendo problemas con el yogui de al lado o con la justicia que quiere echarte de la cueva. El gran secreto, al final, es la ecuanimidad.

“La danza cósmica de Shiva oculta las cosas pequeñas para que solo puedan descubrirlas los grandes hombres”. ¿Cuáles son algunas de esas pequeñeces gigantes?

Lo cotidiano es la verdad, pero, como dijo un maestro Zen, unos lo saben ver y otros no lo saben ver. Esperamos la aventura, esperamos el gran acontecimiento, pero la vida está formada por una sucesión de pequeños momentos. Y solo si los vivimos con atención, conseguiremos que sean el primero y el último, con su peso específico. Siempre estamos mirando tan lejos que no vemos lo que está al lado.

“Sumérgete en ti mismo y haz lo posible por experimentarte, por tomar conciencia de tu ser”. ¿Sigue siendo ése el principal consejo que da a sus alumnos?

Es la única manera de limpiar el fango que acarreamos en el inconsciente. Hablamos mucho de la polución ambiental; pero es mucho más grave la psíquica y la mental. La única forma de desalienarnos es tratar de detener la conexión con lo externo y beber en las aguas frescas de nuestro ser interno, por unos momentos. Habría que enseñar esta práctica a todos los niños. Todo en esta sociedad nos aliena, nos enajena. La única forma es desconectar.

Cada día lo primero que hago por la mañana, aún en la cama, es sentir mi cuerpo, mi respiración y parar. Y a lo largo del día busco momentos para esa desconexión.

“Para poder evolucionar hay que ordenar ese caótico mundo interior, refirmar lo que hay de positivo en uno y despojarse de toda la carga negativa”. ¿Hoy Ramiro está satisfecho con ese pulimento personal que tanto esfuerzo y años le ha llevado?

Yo he tenido que pulir más que nadie. He pasado por crisis tremendas de ansiedad pánica, una verdadera jaqueca para mi pobre madre. Sin el yoga habría acabado en un hospital psiquiátrico. Me salvé gracias a la indagación y al psicoanálisis. Era una personalidad tremendamente fragmentada, por no poder entender esta forma de vida. Queriendo encontrar lo Otro, viví las noches oscuras del alma. Por eso es tan importante ir a las enseñanzas auténticas y tradicionales, que vienen de la transmisión genuina.

No podemos dilapidar la preciosa herencia del Yoga. Lo que de verdad me duele es que se sepa tan poco del Yoga. Es que se desconocen todos los textos importantes, toda la historia, las raíces, las fuentes… Que se llegue a decir, incluso en una Universidad, que el Hatha Yoga es una invención de ahora…

¿Por qué intentar crear lo que ya está creado? Esto es inconcebible. ¡No es nuestro mensaje, es la Enseñanza!, ¡el Yoga es la Enseñanza! Si la gente escarbara a fondo en ella, se daría cuenta de que es impresionante. Yo llevo sesenta años haciéndolo y aún me considero un aprendiz, porque es totalmente inabarcable.

“Si sobre algo insiste mucho la sagrada enseñanza del Yoga, es que nada se obtiene por nada, hay que realizar un gran esfuerzo para trascender las limitaciones y obtener la evolución superior”. Ese esfuerzo, ¿cómo se ha concretado en su vida y se sigue concretando?

Nunca jamás me dejo vencer por la pereza; aunque muchas veces llega, hay que superar la holgazanería a través de la voluntad y el esfuerzo. Hay otra gran falacia hoy en día en todos estos neos-yogas que están surgiendo. Se dice que no hay que hacer ningún esfuerzo, se han puesto de moda los maestros del “ya estás iluminado”. En esencia todos tenemos una conciencia crística, búdica, pero ¡cuánto hay que hacer para liberarnos! Luego, solo se llega al no esfuerzo en la extremidad del esfuerzo. No hay ningún gran maestro que no haya tenido que hacer esfuerzos denodados, ninguno. Solo hay que ver la historia, Milarepa, Jesús, Buda… Es una falacia terrible la de todos estos gurús que predican ese Yoga, Tantra o Vedanta sin esfuerzo. Eso no existe. La Gracia está ahí, pero hay que ganarla por nosotros mismos.

¿Cuál es su yama o niyama más querido?

Mi yama y niyama más querido se refunde en la Compasión, por eso soy un defensor a ultranza de los animales y un contumaz pacifista. Durante años, en el programa que hice con mi hermano Miguel Ángel, desde que pasó lo de Irak, dije: “Nunca estrecharé la mano ni de Aznar, ni de Blair ni de Bush, porque no me gusta mancharme de sangre”. Quise ponerle una querella a Aznar por llevar a mi país a la guerra. Hay que defender la paz. Si hay compasión, todos los demás valores están incluidos. Todos los demás yamas y niyamas sobran si hay compasión infinita, apertura del corazón, incluyendo a todos los animales.

En el libro aconseja esta actitud: “Evitar los extremos y buscar el sendero del equilibrio, de la armonía”. ¿Es la ecuanimidad otro de sus valores más buscados y ejercitados?

Es el que más trato de ejercitar: la ecuanimidad bien entendida que es simplemente  no reaccionar desmesuradamente ni con apego ni con odio, sino mantener el equilibrio entre estos dos grandes falsarios que es el apego o aferramiento y el odio o aborrecimiento.

“Todos los días son excelentes cuando estamos en paz con nosotros mismos”. ¿Y es la paz el valor que más cotiza ahora en su vida?

No hay nada que pague un instante de paz. En este planeta, del que se ha dicho que es el manicomio de los otros planetas, lo único que podemos mantener es la paz y el equilibrio. Ya Buda decía: “La única dicha es la paz interior”. Todo lo demás es diversión, entretenimiento, distracción…; pero eso no es felicidad interna.

Dice su personaje de El Yogui: “Hasta tal grado se acentuó mi inquietud y desesperación que decidí suspender mis meditaciones”. ¿Cuál ha sido la ‘noche oscura’ de Ramiro Calle?

Muchas. He pasado infinidad de noches oscuras. La vida es una sucesión de crisis; lo importante es salir de ellas como crisálidas, es decir, crisis con alas, crisis para el crecimiento y el desarrollo. Pero un buscador pasa constantemente por crisis, porque su soledad siempre está ahí. Igual que se dice que el saciado no puede comprender al hambriento, el que no es buscador no puede entender esa inmensa inquietud por fundirte con la totalidad.

“El miedo es uno de los más graves obstáculos. También la ira, la ignorancia, la disipación”. ¿Cuáles han sido sus obstáculos más difíciles de superar?

Mi psicología fue el más difícil. Fui un niño problemático y tuve que suturar muchas heridas abiertas que había en mi psique, cubrir las grietas del alma y tratar, en la medida de lo posible, de cauterizarlas sabiamente. También muchas tendencias antojadizas y caprichosas que tenía desde niño. Al ser el primogénito en una familia en la que me sobreprotegían y mimaban, tuve que ir desaprendiendo. El Yoga no es solo aprender; el Yoga es mucho más desaprender. Arrojar por la borda acumulaciones que todos tenemos y que nos condicionan. Mi aprendizaje en este sentido ha sido torpe y muy largo. Un maestro mío budista decía: “Unos corriendo, otros caminando, otros arrastrándose, pero al final nos veremos todos en la meta”. Mi manera ha sido arrastrarme; pero no he dejado de arrastrarme, que es lo importante.

“Incluso el anacoreta que durante toda su vida se aísla en una cueva necesita de su gran amor a la Divinidad”. ¿Es Ramiro Calle un bhakti yogui?

No, no lo soy, porque un bhakti yogui es el que se alimenta básicamente del anhelo y del “muero porque no muero”, de la Divinidad. No soy ni teísta ni ateo, soy lo que se podría llamar transteísta, en el sentido de ir más allá de los modelos de Dios o no Dios.  Por eso en mi novela El Faquir utilizo para la última Realidad el término de Vacío Primordial. Entrar en si hay Todo o Nada es irrelevante: que cada uno viva su propia experiencia.

Soy más un karma yogui, un jñana yogui, un raja yogui y un hatha yogui. Lo malo del Bhakti es que se aprovecha para todo tipo de sectas y grupúsculos, porque hay muchos devotos que no son maduros y caen en estas redes. El bhakti yogui es el más débil, porque es tanto su amor que le pueden engañar por todas partes. Hay que unir Bhakti a Jñana y a Raja, si no te vuelves un fanático. A lo mejor muchos de estos terroristas que vemos son bhakti yoguis, en el mal sentido de la palabra…

“Haz del Yoga tu compañero, tu amigo, tu amante, tu más querido familiar”. ¿60 años después de dedicación al Yoga, usted mantiene esa relación preferente?

Un ser humano sin el Dharma, sin la Enseñanza, es nada. Schopenhauer dijo que los Upanishad habían sido para él el consuelo de su vida y de su muerte… Eso digo yo del Yoga. En los peores momentos de mi vida, lo único que he tenido realmente es el Yoga, que al fin y al cabo es unión con la Energía Cósmica, como la quiera cada uno entender, y unión con uno mismo y con los demás.

El yogui debería ser un ácrata. No olvidemos que el yogui, en sus orígenes, fue un revolucionario que reaccionó a la ortodoxia asfixiante del hinduismo. Buda reaccionó también a la ortodoxia. Todos los místicos son revolucionarios y por eso la sociedad los ha maltratado, empezando por San Juan de la Cruz, porque no se dejan meter en la jaula de moldes sociales.

Carmen Viejo para Yoga en Red. Carmen Viejo Heredero es profesora de yoga, escritora y periodista.

(Próximamente, la segunda parte: Ramiro, el maestro)