Meditación y Conciencia testigo

2020-01-16

A la hora de emprender una práctica de meditación es pauta esencial tomar conciencia de la postura (y sus sensaciones corporales) y de la respiración. La base de la meditación es la atención sostenida sobre lo que puede observarse en el momento presente. Escribe José Manuel Martínez Sánchez.

Aquello que puede observarse de manera más tangible y directa en el momento presente es nuestra postura corporal (tomar conciencia de nuestro cuerpo) y nuestra respiración natural. Así que no hay esfuerzo en eso. Es una observación sin elección. Es observar lo que está presente ahora.

Si surgen pensamientos que nos distraen del ahora, ya que la atención se evade y se pierde en el contenido mental, se ha de regresar naturalmente a la conciencia del cuerpo y de la respiración y a aquello que puede percibirse a nivel interno y externo. La atención plena que se desarrolla en la meditación es una actitud de apertura a todo aquello que sucede y puede percibirse en el momento presente, sin tratar de juzgarlo, solamente observarlo.

Los pensamientos no son un obstáculo, sino otro suceso que la mente puede percibir, y también son observados cuando meditamos. El problema es la tendencia de la mente a identificarse continuamente con los pensamientos, lo que la conduce a desconectarse continuamente de la atención plena (mindfulness) al momento presente. Decimos plena porque se mantiene un estado de observación ecuánime y abierta hacia uno mismo y lo que percibimos, más allá de la exclusiva identificación con los pensamientos.

Por ello no hay que luchar con los pensamientos para que se vayan y tampoco tratar de aferrarse a ellos o identificarse continuamente, pues eso los potencia. Simplemente son observados cuando aparecen y son observados cuando desaparecen. No hay apego hacia ellos.

Apertura de la atención

La actitud de apertura de la atención es como una pantalla sobre la que se proyectan imágenes, pero la pantalla no se queda con unas imágenes u otras, únicamente aparecen a través de ella, sin involucrarse en la película.

Una observación ecuánime se fundamenta en la apertura de la atención a lo que sucede ahora, y como señalé anteriormente, eso incluye lo más tangible y natural: la conciencia corporal y la respiración, así como todo aquello que puede percibirse a nivel interno (propiocepción e interocepción) y del exterior por medio de los sentidos (sonidos, imágenes, tacto, olores, etc.)

Esta observación ecuánime no se identifica con los pensamientos, es decir no es una observación enjuiciadora sino que simplemente toma conciencia del aquí y ahora con apertura y sin juicios. Meditamos, por tanto, desde una actitud de apertura hacia lo que se observa. De manera que el pensamiento va perdiendo fuerza a medida que no nos aferramos compulsivamente a él.

La observación de testigo ecuánime establece una distinción natural entre el observador y lo observado.

Observar en vez de luchar

El problema de la meditación suele darse cuando queremos -o no podemos- controlar los pensamientos. Cuando entramos en un bucle en el que la mente no cesa de pensar y luchamos porque paren o nos enfadamos con nosotros mismos porque queríamos meditar pero en su lugar únicamente no paramos de pensar.

Este problema es muy común porque a menudo, cuando se comienza a meditar, tomamos conciencia de la cantidad de pensamientos que acontecen, de lo mucho que nos identificamos con ellos, de la excesiva adicción -involuntaria incluso- que tenemos hacia los pensamientos.

La meditación se convierte en una infructuosa y desesperada lucha con uno mismo por detener lo que no se puede detener. Pero ante esta situación lo principal es ser capaz de ver y de asimilar la identificación con los pensamientos y la dispersa e incontrolable aparición de los mismos. Aceptar eso, darse cuenta en vez de luchar, es el primer paso.

Una vez que uno se da cuenta de ello luego, a través de la meditación, puede comprender que al observar no somos lo que observamos y que los pensamientos no somos nosotros. Si puedo observarlos con apertura puedo darme cuenta que no soy ellos, ya que van y vienen mientras la observación permanece. Ese yo real se sitúa más bien en la observación y no en lo observado.

Por tanto, la fuerza de la identificación con lo observado se va haciendo más difusa, pues conforme la meditación se afianza la atención se torna más estable en su capacidad de permanecer atenta a lo que va surgiendo sin involucrarse o apegarse a ello.

Y entonces todo lo que se percibe que va y viene, como las nubes que cambian, se mueven, se evaporan… no puede ser yo. Aparece esa comprensión.

Lo que soy es la capacidad de observar eso. Lo que soy se parece más al cielo que contiene a las nubes.

El testigo descubre su verdadera naturaleza

El cielo -ese espacio vacío capaz de contenerlo todo- acoge a esas nubes que vienen y van. Ese cielo es como el testigo, como la observación consciente, que permanece ahí, acogiendo en ese espacio los objetos que llegan.

La atención supone la capacidad de atestiguar -de ser testigo-. Ser testigo significa permanecer consciente de lo que está aconteciendo sin involucrarse con ello.

Solamente se atestigua -como quien divisa un océano a lo lejos- el movimiento del oleaje de la vida, sin necesidad de convertirse en las olas. De manera que puede observarse todo el océano, porque uno está fuera, y puede ver a un nivel superior el ir y venir de las olas, sin sumergirse en ellas. Por ello permanece en la serenidad imperturbable en su observación de testigo. Las olas no le afectan, no se ahoga en ellas y las está contemplando al mismo tiempo, pero con perspectiva.

Uno observa sensaciones, deseos, pensamientos… y sabe al mismo tiempo que no es eso. Sabe que surgen y a veces tienen mucha fuerza, esa fuerza capaz de atraernos como un imán o de llevarnos a la deriva como ese oleaje visto desde muy cerca, dentro del agua. Pero al meditar vamos interiorizando, por la propia práctica y no a fuerza de convencernos mentalmente de ello, que la perspectiva del testigo, de la conciencia abierta a lo que sucede (permitiéndolo) pero sin apegarse a ello, es nuestra verdadera naturaleza.

La naturaleza de la conciencia testigo es ecuánime, sin juicios, vacía, silenciosa. Es el espacio donde sucede el aquí y ahora. Es la observación pero no es lo observado. Es la capacidad de atestiguar pero no es lo que atestigua. Observa los objetos pero no se convierte en ellos.

¿Quién soy entonces?  Si esos deseos que aparecen no soy yo, entonces ¿de quién son? Los pensamientos y los deseos hechos pensamientos tienen tal fuerza y son tan repetitivos que terminamos por creer que somos nosotros. Pero ¿el cielo puede ser la nube de ayer, aunque la de hoy sea muy parecida? ¿El océano es la ola de hace un instante, aunque la siguiente sea prácticamente idéntica? No. La ola cambia pero el océano permanece dando espacio a una y a otra. El océano y el cielo son aquello que contiene la ola y la nube. Recuerda esto. Recordarte océano y no ola es tu naturaleza de conciencia. Meditar es recordar -darte cuenta- que eres ese vacío donde tiene lugar lo que tenga lugar. El vacío, por su propia naturaleza, simplemente acoge, permite.

La certeza del corazón

Al meditar uno está con lo que Es, con lo que acontece. No lo reprime, no lo suprime, no se aferra a ello, no lo modifica, no lo controla… Todo eso forma parte del intento por controlar del ego (de creerse ser la ola observada). El testigo se da cuenta incluso de la tendencia de la mente (del pensamiento) por identificarse con sus propios contenidos mentales.

El testigo atestigua y no lucha contra esas tendencias egoícas. Al meditar sabemos y confiamos en que el hecho de darse cuenta ya desenmascara tales tendencias y las despoja de su necesidad de seguir manifestándose. Por sí sola la tendencia de identificarse con los pensamientos cae por su propio peso y se disuelve una y otra vez cuando la  conciencia testigo es más evidente y presente.

Las máscaras caen, pero la identidad real brota como una flor en su bella verdad y el testigo brilla en esa realidad espontáneamente durante la meditación. El gran milagro de la meditación es la certeza de esta comprensión. Cuando la comprensión de esto se ha desvelado, como quien de pronto recuerda su verdadera identidad, ya no lo puede olvidar.

Cómo olvidar lo que uno realmente es cuando lo ha sentido en lo profundo de su corazón. Esta es la llave de la meditación: la certeza profunda del corazón de su verdadera identidad.

No hay palabras para describirla pero la conciencia testigo es la puerta que accede a la visión más profunda de lo que somos. Es la manera de mirar en meditación para conocernos a nosotros mismos, para escucharnos, para revelarnos más allá del murmullo de pensamientos. La conciencia testigo es la mirada silenciosa y sin juicios, como el amor, que acoge la vida en su más puro surgir. Deja que todo sea como es. No se interpone. No se aferra. No lucha. Permite. Es conciencia abierta y descansa en ella de manera espontánea. Descansa en su propia naturaleza.

José Manuel Martínez Sánchez. Profesor-Máster de Yoga (500H). Experto en Meditación y en Yoga Restaurativo (Escuela Internacional de Yoga). Máster en Psicología Humanista. Filólogo y escritor. Dirige el centro Prana Yoga en Albacete (www.prana.es). Autor de diversos libros sobre meditación y espiritual, entre otros: Buscando la paz interior, Hacia el despertar espiritual y La luz de la conciencia.