El yoga y la muerte: herramientas yóguicas para decir adiós

2019-12-12

Aprender a dejar la vida terrenal hace que esta sea aún más deliciosa, evita que caigamos en la trampa del hedonismo y nos permite hacer un trabajo mucho más profundo a todos los niveles. Es un tema que no podemos pasar por alto si realmente queremos evolucionar. Escribe Zaira Leal.

No sé por qué, pero en las últimas semanas contemplo mucho la idea de la muerte. Quizá porque estamos a fin de año, fin de década y fin de ciclo planetario. Desde muy pequeña me atemorizaba todo lo relacionado con un mal entendimiento de la muerte, como las historias de fantasmas o Drácula, que era mi peor pesadilla por las noches. Mi relación con los temas del más allá pasaba muy rápido de la fascinación al temor. Sin embargo, es un tema que no podemos pasar por alto si realmente queremos evolucionar.

El interés hacia la muerte no es exclusivo del yoga pues es verdad que todas las tradiciones espirituales del planeta exploran este tema con profundidad. La disciplina que nosotros estudiamos ofrece herramientas para que la transición durante la cual soltamos la experiencia material sea un evento cósmico de transmutación de karma y de continuidad por el camino luminoso de la evolución consciente. La muerte es importante en la vida de todo yogin, y decir adiós elegantemente me parece valiosísimo en estos tiempos finales que estamos viviendo. Entre otras cosas porque hace que nuestra vida sea aún más deliciosa, evita que caigamos en la trampa del hedonismo y nos permite hacer un trabajo mucho más profundo a todos los niveles.

Somos eternos

Una de las maravillas del yoga es que nos abre los ojos a nuestra verdadera naturaleza eterna, omnipresente, omnisciente y todopoderosa. Hemos aprendido a vivir tan condicionados por el hechizo de ser únicamente materia que limitamos nuestra existencia al periodo que sucede entre el nacimiento del cuerpo físico actual y nuestra salida de él. Existe una enseñanza muy bonita de Anandamayi Ma, una de las yoguinis y maestras más importantes del siglo XX. Un discípulo le preguntó sobre la congoja que se siente cuando alguien querido se muere y ella le respondió «Cuando alguien se va a la habitación de al lado, ¿le lloramos?». Tan simple… Sin embargo, como estamos apegados a vivir sólo en la materia física, se nos olvida que nadie se va ni viene, que sólo cambiamos de estado vibracional, a ratitos universales estamos encarnados, a ratitos sólo existimos en el plano sutil.

No sólo el alma es eterna; también el cuerpo tiene partículas que perduran a lo largo del tiempo. Pensemos en el viaje de transformación de la materia cuando el cuerpo se para: el Ser deja la materia, esta comienza a descomponerse, es enterrada o cremada y sus componentes vuelven a la tierra donde tienen una continuidad integrándose en el sustrato que a su vez dará vida a otras formas de existencia como son las plantas, los animales microscópicos o insectos que nacen continuamente de ella. Por otro lado, la mente también es eterna, pues si no ¿cómo explicamos que las ideas viajen a través del tiempo, que las memorias y anhelos de los pueblos tengan un carácter global o que los samskaras y vasanas personales traspasen los límites espacio-temporales con los que definimos la materia?

Cuando dejamos el cuerpo físico no vamos a una habitación ahí al lado, pero sí tenemos la oportunidad de dar saltos evolutivos para que, en caso de volver a encarnarnos, podamos hacerlo en un estado y plano de frecuencia más refinado. Esto no quiere decir que no vayamos a volver a encarnar, sino que podemos regresar siendo más conscientes, estando más despiertos, y sucede porque en el proceso podemos dejar partir muchas de esas memorias de nuestro pasado que hemos ido acarreando de vida en vida. Numerosos textos en la historia del yoga tratan este tema, entre ellos el Bhagavad Gita, cuyos versos dicen:

“Si cuando un hombre deja su cuerpo terrenal lo hace estando en el silencio del Yoga y, cerrando las puertas del alma, mantiene su mente en el corazón y coloca en la cabeza la respiración de la vida.

Y recordándome a mí pronuncia OM, la palabra eterna de Brahman, va al Camino Supremo”. Bhagavad Gita, VIII.12,13

Son unos versos maravillosos que nos instan a mantener el foco de la meditación (el silencio del Yoga), dirigiendo el prana hacia la corona, contemplando lo más elevado (Krishna mismo, la Luz que mora en el interior) y cantando el sonido de la eternidad (el Om). Lo que puede resultarte menos familiar es cuando se refiere a cerrar las puertas del alma. Las tradiciones espirituales de India hablan de diez puertas por donde el alma departe su soporte físico. Estas son: el ano, la uretra, la boca, las orejas, los orificios nasales, los ojos y la fontanela. La última es la décima puerta llamada andha kupa en sánscrito, el umbral dorado que sirve de asiento a la Consciencia Suprema y que es por donde los yogins aspiramos a dejar el cuerpo.

Herramientas yóguicas para decir adiós

1. Aparigraha, el arte de dejar partir.

La primera herramienta es el último de los yamas o las virtudes que nos enseñan a relacionarnos con el entorno. Aunque todo en la vida sigue el ciclo eterno de creación-sostenimiento-disolución, nos enganchamos a lo conocido y a lo que nos gusta. Cada día los yogins deberíamos recordarnos que estamos aquí de paso, que nada permanece, que nuestro cuerpo físico es sólo “una casa de alquiler”. A lo largo de mi vida he tenido que aprender a despedirme de muchos lugares, personas y objetos a través de numerosas mudanzas. Lejos de ser algo malo, las características nómadas de mi infancia me enseñaron a apreciar mucho lo que tenía en cada momento y a abrirme a los cambios y las nuevas etapas con un corazón abierto y confiado.

Una manera de practicar el desapego es visualizando que dejas tu cuerpo y con agradecimiento le dices adiós, que te despides de los seres que te han acompañado con aprecio, también de los objetos. Empieza por cosas sencillas y haz limpieza general en tu casa de manera periódica: deja partir objetos viejos, ideas que ya no te sirven, alimentos que ya no te nutren.

2. Familiarízate con lo que no es material.

Nos aferramos por miedo a dejar partir todo aquello que es el referente de nuestra identidad. Lo que hemos creado en nuestro mundo exterior es un reflejo de la idea general que tenemos acerca de nosotros mismos. Así que cuando lo de afuera deja de estar es como si algo se desgarrara en nuestro interior. Nos deja nuestra pareja y no entendemos como “mi chico” ya no es mío; perdemos un objeto de valor y nos pasamos días llorándolo; no digamos ya cuando seres queridos fallecen: en muchos casos el apego hacia su presencia hace que no podamos volver a sentirnos felices.

Para familiarizarte con la incorporeidad te propongo una contemplación sencilla que puedes hacer de vez en cuando. Te sientas en meditación y al cabo de unos minutos te haces las siguientes preguntas:

Si no tengo un cuerpo, ¿quién soy?
Si no percibo con los sentidos, ¿quién soy?
Si no respiro, ¿quién soy?
Si no tengo pensamientos, ¿quién soy?
Si no tengo memorias del pasado, ¿quién soy?
Si no tengo anhelos de futuro, ¿quién soy?
¿Quién soy yo?

La otra cara del miedo es el pánico a lo desconocido, pues en realidad no sabemos adónde vamos. Por eso la siguiente herramienta resulta de vital importancia.

3. La meditación.

Aprender a sostener nuestra atención en el lugar correcto y fortalecerlo día a día con nuestra práctica meditativa puede determinar tanto qué sucederá durante el momento de nuestra partida, como hacia dónde se dirigirán nuestros pasos evolutivos. Krishna le dice a Arjuna que contemplemos lo más elevado, y si eso nos resulta demasiado esotérico, que nos mantengamos centrados en el corazón y sus cualidades virtuosas, y si aún eso es inalcanzable para nuestra pequeña mente humana, que nos refugiemos en la devoción hacia Él, pues el amor incondicional hacia la totalidad de la existencia es la práctica suprema.

Es posible mantenerse consciente en el umbral de la muerte, pero sólo si hemos practicado ser Consciencia de manera disciplinada a lo largo de nuestra vida. Dejar la vida material a través de la décima puerta es el fruto de una preparación larga y bien hecha, pero es posible hacerlo. Los seres que han viajado de este modo han ido reencarnándose en circunstancias cada vez más sutiles y conscientes cumpliendo así con su dharma evolutivo.

4. La relajación consciente o savasana.

Cada final trae consigo una muerte necesaria para completar los ciclos vitales. Cuando hacemos yoga asana, la práctica siempre se cierra con la postura del cadáver. A lo largo del día podemos, y debemos, relajarnos conscientemente por lo menos dos veces durante cinco o diez minutos cada una. Nos abrimos a estados de conciencia más expansivos y amplios, permitiendo que nos adentremos en el universo más allá del cuerpo y de la mente-corazón, incluso más allá del alma personal.

La relajación yóguica profunda no sólo nos prepara para la salida, sino que tiene la capacidad de disolver los bloqueos más grandes, nos pone en sintonía con nuestro auténtico Ser y regenera todos los tejidos físicos, energéticos y sutiles. Además, al ser tan fácil y agradable nos hace comprender que el momento de la muerte no es doloroso; al revés, es una liberación llena de celebración.

Dicho esto, quiero concluir con algo muy práctico y mundano: tomar conciencia de la muerte, perderle el miedo y practicar las herramientas antes mencionadas, tienen el efecto de permitirnos vivir más felices. Estamos encarnados aquí y ahora para disfrutar, aprender, reír y llorar. Abracemos con amor la plenitud de nuestra existencia.

¡Feliz fin de año, de década y de ciclo, yogins maravillosos!

Zaira Leal es autora de Una fiesta para el alma y de Yoga en la cocina, Ed. Urano. Se considera yoguini desde la cuna y empezó a enseñar yoga en el año 2000. zaira@zairalealyoga.com / T +34 636814338

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