La educación olvidada: el amor

2018-10-11

Compartimos con vosotros la que fue nuestra intervención en el bonito acto de presentación del libro de Violeta Arribas, El gato yogui y el bosque que meditaba, celebrado recientemente. Escribe Pepa Castro.

Violeta Arribas, Pepa Castro y Eva Margarita García, de la editorial Oberón, durante el acto de presentación. Foto: Gallardo 2018©

Soy una vehemente defensora de la educación ética como única arma para defender el futuro. Esa es mi religión, lo confieso, y mi esperanza. Y hablo de “educación ética” para referirme a una educación al servicio de la virtud, principio inspirador de cualquier acción.

No es cuestión de métodos o pedagogías, ni de planes ni programas. Tampoco de eso que se ha dado en llamar “educación en valores”. Y, dicho sea de paso, me parece sonrojante que se pretenda hacer de la ética, la empatía, la solidaridad, el discernimiento, la libertad o el respeto una asignatura light canjeable por “religión”.

Los valores, como dice José Antonio Marina, pueden ser buenos o nefastos. Depende de qué metas prioricen. Es importante que yo como madre intente transmitir a mi hijo la importancia de la ética a la hora de actuar, pero si en el colegio o en la televisión priman otros valores que la ignoran, el alcance de mi intención es mucho menor.

Y es que para dar peso e importancia a los valores que inspiren las ideas y las acciones de una sociedad se necesita, volviendo a citar a Marina, no solo a padres y educadores sino el consenso de toda la tribu, de toda la sociedad. Violeta Arribas es parte de esa “tribu” activa y activista que transmite valores, pero los que tanto necesitamos.

Pilares básicos

La ética o su equivalente, el amor. Qué conceptos tan disminuidos en nuestros días. ¡Justo cuando más se necesitan!

Estamos necesitados de prioridades, metas auténticas a alcanzar y a compartir. Y éstas no pueden ser otras que las que ayuden a alcanzar nuestra plena potencialidad de seres humanos.

Dice Violeta en su introducción a El Gato yogui…: “El conocimiento de la escuela es limitado e insuficiente, porque no nos da las claves para manejarnos con nuestro mundo interior”.

Todavía no tengo nietos, pero cuando los tenga desearía que en su educación no faltaran cuatro pilares básicos: amor –por supuesto-, música, naturaleza y yoga. Estoy totalmente convencida de que estos cuatro elementos permiten hacer personas íntegras e interiormente felices. Y además pueden dar la vuelta al paradigma actual y “salvar el mundo”, si se me permite la hipérbole.

Sobre la Música, poco que aclarar. Solo que es el lenguaje universal, hija del silencio y mediadora entre el mundo espiritual y el emocional. La música y el silencio acompañan, protegen, sanan, despiertan la inteligencia, serenan…

La Naturaleza es la fuente de la música. Es en realidad la Gran Madre. De ella venimos, ella somos, a ella volveremos. Ella nos provee, de ella dependemos. Y no solo de su oxígeno, sino de que se sostenga toda su armonía. Si la herimos, nos herimos. Si rompemos su equilibrio, nos suicidamos. De sostener y cuidar el equilibrio de este Planeta Azul depende nuestra vida y la de nuestros hijos… ¿Es suficiente razón para que este sea un pilar fundamental de la educación?

Tal como muy bien dice Violeta en su libro El Gato yogui y el bosque que meditaba, la naturaleza es además la gran Maestra. De ella emanan las primeras y principales lecciones para vivir en armonía. Nos enseña a sobrevivir gracias a sus alimentos, a protegernos, a crear, a vivir en equilibrio, a respetar sus ritmos, a cuidarnos y cuidar…

Toda la sabiduría que ha permitido evolucionar al ser humano proviene de la observación de la naturaleza, de sus criaturas y sus fenómenos; todas las medicinas y terapias, de sus recursos; todo el arte y toda la poesía, de su recreación. No hay nada bello o ingenioso que haya salido de nuestras manos que pueda compararse a la perfección de un árbol.

Pero en 2017 perdimos 15,8 millones de hectáreas de bosque tropical, el doble del tamaño de Andalucía, un récord que se seguirá superando si no lo remediamos… gracias a la educación de nuestros niños.

El amor

Como a Violeta su padre, el mío me transmitió también los tesoros del amor a la naturaleza y la honestidad. Siempre recuerdo que contaba que un día le invitaron a participar en una montería, y que cuando sorprendió la mirada de un ciervo parado ante su rifle, no fue capaz de disparar, y jamás volvió a coger un arma.

Se ve a Dios en los ojos de los niños o de los ciervos, quién lo duda. Y también en los tuyos y en los míos. Esa perfección de la naturaleza es Amor, la gran lección.

Pero cuando decimos que la educación olvidada es el amor, suena a ingenuo, o a beato, o a “buenismo”, la peor etiqueta que puedan colgarte ahora.

Claro, pensamos que a nuestros hijos no les falta nuestro amor, y es cierto, lo reciben en casa, y les rodeamos además de todas las comodidades y caprichos, que para algo son “nuestros” niños. Pero esa es una parte del amor, solo una.

El amor pleno, o ético, el que respeta, cuida y ayuda a ser feliz, incluye a todos los niños del mundo, a todas las personas y criaturas vivientes, a toda la naturaleza. Y, desde luego, a uno mismo. Nos lleva a ser, como dice Violeta, la mejor versión de uno mismo, la realización del ser: la gran meta.

El amor es el vínculo de la vida, lo que nos une a todo lo que existe. Por ello es además la fuente de la sensibilidad, entendida ésta como la capacidad de sentir, de donde nacen esas potencias innatas que nos conmueven: la empatía, la compasión, el respeto, la belleza, la justicia, la curiosidad, la alegría, la creatividad…

Los niños nacen con esas semillas de buenos sentimientos en su corazón, listas para desarrollarse en el amor y el respeto que reciben. Pero, con frecuencia, de su interacción con el mundo que les rodea y de su educación no reciben el alimento espiritual y emocional que necesitan para crecer por dentro como seres felices y plenos, aunque sí se les suministran ingentes cantidades de instrucciones, datos, ideas e informaciones ajenas a ellos mismos.

El yoga sabe esto; sus “inventores” lo supieron siempre, desde hace tantos siglos que se dice que les fue inspirado por los “dioses”, metáfora de las fuerzas creadoras de la vida en el planeta. Por eso el yoga es mucho más que unas cuantas posturas. Es la ciencia de la vida en plenitud. Contiene una ética laica, no religiosa, que nos ayuda a orientarnos en el camino del conocimiento de uno mismo y la realización del propio ser.

El yoga nos enseña a cuidar de nosotros mismos volviéndonos la mirada hacia adentro, con honestidad y valentía. Nos enseña a entendernos, al percibirnos en nuestra integridad física, psíquica, emocional, espiritual.

Nos recuerda que somos criaturas dotadas para la sensibilidad y la consciencia, y que en nuestro tránsito por este mundo podemos realizar al máximo nuestras potencialidades.

Como dice Violeta en la maravillosa introducción de su libro, “el yoga es un estado de equilibrio, unidad, certeza, calma y conocimiento profundo”. O sea, una verdadera educación integral basada en el entrenamiento de la atención, el libre discernimiento, la consciencia, el manejo de las emociones, la empatía y la compasión.

“El yoga debería enseñarse en los colegios, fomentando así la capacidad del niño de pensar por sí mismo, crear, descubrir sus dotes naturales, ser responsable y amoroso”, apunta Violeta.

¿Entendéis ahora por qué deseo que mis nietos se eduquen en el yoga?

Y, sí, el yoga es recomendable para todos, porque es un antídoto contra las prisas y las tensiones pero también contra la frivolidad, los condicionamientos, el artificio, la codicia, la maledicencia, el abuso y la violencia.

Como veis, El gato yogui y el bosque que meditaba es mucho más que una aventura para niños, pues contiene las principales lecciones (y soluciones) que nos enseñan, a todos, a vivir en armonía con nosotros mismos y con la vida que nos rodea.