El descondicionamiento en la meditación yóguica

2015-09-10

La experiencia de la meditación yóguica es algo tan distinto de otras vivencias que resulta difícil distinguir el elemento orgánico o nivel de la persona responsable de este acto. Sin embargo, es lógico pensar que participen las mismas estructuras que en otros quehaceres del ser humano. Tal vez sólo cambie la manera en la que dichos mecanismos actúan. Escribe Amable Díaz. (Lee el artículo anterior: El condicionamiento)

Descondicionamiento

En la meditación yóguica se prescinde de lo que es común en otras actividades: movimiento corporal, razón lógica (tal como la usamos cotidianamente), recuerdos, motivaciones (a no ser, claro, la de la propia meditación); lo que permanece activo ( quizás sea este punto aquel al que la motivación nos guía) es la conciencia, depurada de los contenidos que la rodean en condiciones normales.

El desarrollo del proceso meditativo no se percibe habitualmente ubicado ni en la mente ni fuera de ella (en lo trascendental); es en el centro de la persona, del ser, donde lo siente el meditante. Además, lo que acontece se autogenera autónomamente, algo parecido a lo que es el sueño consciente pero sin contenidos; más que vivencias o actividades serían percepciones que solo pueden reflejarse en la conciencia, a partir de las condiciones antes expuestas. ¿Deberemos considerar los resultados de la meditación como un conocimiento, como un descondicionamiento de nuestra sobresaturada conciencia, o bien como un efecto interactivo de ambas?

Los grandes yoguis de la antigüedad hubieran respondido de forma afirmativa a la primera pregunta: sí, la meditación es un conocimiento, pues a través de ella se llega al samadhi o a la autorrealización consciente y trascendente, aunque nunca sin haber pasado por un descondicionamiento previo.

A la segunda y tercera interrogantes (¿son los resultados de la meditación un descondicionamiento de nuestra sobresaturada conciencia, o bien un efecto interactivo entre ambas?), una mayoría de practicantes de yoga responderíamos afirmativamente, apoyándonos en los efectos posteriores de la meditación. Y es que el meditante siente, en el momento en que vuelve a la normalidad, una potenciación de afectividad generalizada hacia el entorno físico y humano, y un bienestar psicológico libre de cualquier prejuicio cultural o personal. A esta desinhibición emocional nos referimos cuando hablamos de catarsis o de descondicionamiento. Por otra parte, ¿quién podrá asegurarnos que no sea éste el primer paso hacia lo trascendente?

El núcleo del descondicionamiento

Llegados a este punto, vamos a profundizar en el núcleo central del “El descondicionamiento”. ¿En qué consiste? Mi reflexión personal al preparar este tema me ha llevado a elaborar, de manera provisional, la siguiente definición: Se trata de una vivencia innata que puede surgir de forma natural, ser inducida o aun buscada, de manera deliberada o intuitiva, y en ella influyen estímulos internos y externos propios del contexto cultural, social o derivados de las propias experiencias personales.

La experiencia de descondicionamiento supone desinhibición mental y psíquica, con su correspondiente sentimiento de bienestar psicológico y de libertad personal recobrada.

En la meditación yóguica, encontramos los elementos de descondicionamiento (vistos desde la óptica de la psicología) en los supuestos básicos del yoga (esto es, su filosofía y sus técnicas) y en los objetivos que busca y puede llegar a alcanzar el asceta o practicante de yoga.

De manera general, es cierto que el yogui, antes de acceder a la práctica de la meditación, ha preparado su cuerpo con ejercicios físicos, ha trabajado el control de su mente con técnicas de concentración, ha modificado puntualmente los procesos fisiológicos a través del dominio de la respiración, ha aprendido a relajarse, ha sentido cómo en esta práctica varían los niveles de energía vital y mental y ha rozado ya, por instantes, la cercanía del espíritu y del alma.

A través de la meditación, el yogui clásico pretendía alcanzar la libertad absoluta, ya que, llegado a este punto -octavo anga de Patanjali-, él podía desarrollar la capacidad de sustraerse al dominio puntual de las funciones biológicas, a la presencia del cuerpo, y a las nociones de tiempo y espacio. En suma, en esta búsqueda de libertad total, pretendía el yogui rescatar el espíritu del ámbito de la materia, guiado tal vez por reminiscencias previas de estados o existencias anteriores.

Visto desde la óptica de la psicología, encontramos en nuestro análisis un componente de descondicionamiento psicológico (que el yogui llama libertad) como respuesta innata que forma parte, no obstante, de lo que la idea de libertad representa.

La libertad podría ser una necesidad inscrita en la psique humana. ¿Cómo incide, pues, el descondicionamiento que hacemos en la meditación sobre las instancias psíquicas?  Constatamos, en primer lugar, que este descondicionamiento afecta al “yo”, pues, si bien es verdad que se trabaja desde una vivencia consciente, curiosamente se produce fuera del “yo”, de cierta manera, ¡claro!  La instancia “yoica”, en su función adaptativa, nos pone en relación con el mundo y los demás y, en parte, nos representa a nosotros mismos. Es esta instancia, igualmente, la que nos mantiene alerta frente al miedo de los peligros; es ella la que duda, se inquieta, piensa, persigue metas,. etc.; y todo esto, al igual que en el sueño, queda suspendido o aplazado durante el estado de meditación.

Pero la meta de la meditación no es encontrar una mejor adaptación al medio, sino salir de él y romper con todo tipo de exigencias, restricciones, normas y límites, aunque sólo sea temporalmente.

Algo parecido sucede en el espacio de lo psíquico; aquí tampoco se medita para encontrar un mayor equilibrio, sino que lo que se pretende es rebasar el ya existente o encontrar otro mejor. Por ello, al meditar, nos liberamos de las pautas establecidas, ya sean estas culturales o psicológicas.

Señalábamos antes que si bien en la vivencia de la meditación está presente el “yo”, su papel parece ser más de un testigo que el de un sujeto agente, pues en la experiencia meditativa uno siente que lo que emerge a un primer plano es el ser o el “sí mismo”. Esta instancia  (es decir el ser, el “sí mismo”) desempeña un papel distinto al del yo; así, cuando ella predomina en nuestra conciencia, los sentimientos que surgen responden a la idea de pertenencia a una esencia común, compartida por el conjunto de la humanidad, y de la cual derivarían los valores universales.

En este estado de meditación desaparecen también, momentáneamente, las nociones de individualidad y la de dualismo, no se siente la diferencia entre materia y espíritu, entre mente y cuerpo, entre el “yo” el “tú”, entre el “yo” y el “nosotros”; se puede decir que accedemos a lo que el vedanta advaíta señala como el fin último, esto es “encontrar la diversidad en la unidad” y viceversa.

Así pues, el principal elemento descondicionador de la meditación yóguica reside en el hecho de, en lo interno, poder evadirnos temporalmente del “yo” y de toda la serie de exigencias, miedos o metas que esta instancia representa y conlleva. Y al establecer este paréntesis, también nos desentendemos de los requerimientos externos, ya sean estos sociales o culturales. Constatamos, por un tiempo, que la meditación nos permite acceder a la vivencia de unidad, referida a la realidad humana y también cósmica.

Elementos descondicionantes

Los elementos básicos del proceso meditativo yóguico consisten en cambios físicos, fisiológicos, atencionales, mentales y psíquicos.

De la quietud física se derivan cambios de las funciones fisiológicas gestionadas por el sistema nervioso autónomo (respiración actividad cardio-vascular, etc). Esta quietud física es, en sí misma, un elemento descondicionante, ya que supone romper con la rutina del movimiento. Además se induce ya, simbólicamente, a sentirse más en la esencia, es decir en el ser, más que en el hacer.  La quietud física reduce las sensaciones que puedan perturbar la actividad mental y se asocia, igualmente, de manera espontánea, al tiempo presente.

El cambio fisiológico, generado a partir de esta quietud física, potencia la rama parasimpática del sistema nervioso autónomo, sintiendo el sujeto, a partir de aquí, que vive un proceso de reparación, en lugar de seguir siendo empujado a la acción, objeto propio de la rama simpática.

Los cambios mentales se miden por la reducción del flujo de los pensamientos, lo cual incide positivamente en la ruptura de los automatismos (elemento éste descondicionador, igualmente), cuya función  (la de los pensamientos automáticos) es, la mayoría de las veces, alimentar el conflicto psicológico y mantener activas las creencias irracionales.

El control de los sentidos (ojos cerrados), reduce la estimulación distractora y varía el ritmo de las ondas cerebrales (de beta pasan a alfa), siendo por todo ello un elemento importante del proceso meditativo.

También el manejo de la atención es un recurso específico del estado meditativo, al quedar ella orientada y focalizada, casi sin perturbación alguna, en el desarrollo del proceso intelectivo y de conciencia.

Vista la anterior exposición, podemos concluir que el proceso descondicionador en el yoga viene dado por el uso que le demos a las funciones motoras, fisiológicas, mentales y psíquicas, y ello a fin de lograr el objetivo último que es la liberación.

La psicología aplicada cuando opera sobre estas funciones lo hace para restablecer el equilibrio perdido por estados tales como la ansiedad o la depresión, sin percatarse quizá de que las modificaciones motoras, fisiológicas, mentales y psíquicas, antes aludidas, cuando se llevan a la práctica en el estado de meditación, pueden propiciar el crecimiento personal para una vida mejor y más sana, psicológicamente hablando.

La conciencia, en el estado de meditación, no parece estar supeditada a las elaboraciones cognitivas, ni a la información procedente de los sentidos; es como si tuviera vida propia, se impone al sujeto de tal manera que es más real que la mente misma o aun que los procesos atencionales; tanto es así que resulta más sencillo hablar de lucidez de conciencia que de lucidez mental.

En consecuencia, el descondicionamiento vendría aquí del hecho de poder conectar con una instancia que apenas se siente cuando existe actividad yóica. Esta conexión con la lucidez de conciencia, durante el estado de meditación, aporta, por sí misma, un sentimiento de plenitud que, desde el punto de vista psicológico, se puede considerar, probablemente, como un refuerzo intrínseco que le permite al sujeto liberarse de otras dependencias afectivas o materiales, y que le sostienen también en su autoestima, potenciando su sentimiento de libertad interior y un cambio de actitudes frente a la vida.

Por otro lado, en el proceso meditativo la mente se descondiciona a partir del momento en que no se le pide que razone, que recuerde o que piense, ni siquiera que actúe; es la mente, en este momento, sólo un testigo, un observador de ese mundo interior que nada tiene que ver con la mente en blanco; al contrario, podríamos compararla al bullicio oculto de la vida en una noche cálida de verano, en la que nuestros ojos no están viendo lo que nuestros oídos intuyen.

Otro elemento descondicionador es la ausencia de verbalizaciones de aquello que sentimos y percibimos cuando meditamos; es como si esa experiencia se almacenara en otro tipo de registro que no necesitara ser nombrado.

Escucha interna

Las meditaciones yóguicas en grupo suelen tener siempre un tema cuyo contenido puede incluir o no elementos de desinhibición mental, psicológica o ambas a la vez. En el caso de la meditación personal (no en grupo), el tema puede no estar predeterminado  y emerger en el transcurso de la sesión.

La forma como se viven y procesan los contenidos de lo meditado influye en los beneficios posteriores, pues constatamos que en esas circunstancias la que trabaja es sobre todo la zona intuitiva de nuestra mente, cosa esta beneficiosa para la parte racional, que puede en este momento desactivarse. Esto implica además, a nivel interno, una escucha, una recepción de información que no suelen estar presentes en las elaboraciones lógicas.

Al moverse la intuición más en el terreno de la subjetividad, tal vez esté más cercana y en consonancia con los contenidos psíquicos. El marco de la meditación es idóneo, pues, para liberarse de experiencias pasadas, dolorosas o traumáticas.

En la meditación yóguica, el proceso de emergencia o emanación interna de información es básico e indica que se está avanzando hacia la transformación de la plena conciencia. Este hecho, visto a partir de la psicología, nos lleva a pensar en la potenciación de un locus de control interno que activaría actuaciones de mayor autocontrol y de autonomía personal, desvelándole al sujeto posibilidades nuevas que él mismo descubre.

Detalles a cuidar

En una meditación yóguica, las instrucciones suelen ser más importantes en el comienzo de la meditación que en la parte media y final. Son necesarias al principio, sobre todo para encauzar el proceso, que es la parte más difícil de lograr.

De manera general, la orientación no ha de hacerse con frases demasiado complejas, ni con un contenido excesivamente explicativo y razonado. El objetivo será situar al meditador en el arranque del camino y que sea él, luego, quien lo recorra, sacando a la luz sus propios contenidos. En esto radica la opción y la posibilidad de cambio.

Y será igualmente importante dar tiempo suficiente entre cada instrucción verbal.

Las correcciones posturales, a través del contacto físico, suelen ser sentidas como intromisión y vienen a romper, frecuentemente, el estado de introspección.

Por otro lado, la influencia del instructor o maestro en el proceso meditativo varía según venga a ser su participación, ya que puede guiar la meditación sin hacerla él o, por el contrario, guiarla a la vez que la hace; es así como los maestros orientales suelen proceder.

En el segundo caso (cuando el instructor guía la meditación, a la vez que la hace) suele ser mayor la influencia, ya que su voz irá variando de tono en función de su propio estado. Esta circunstancia va influyendo y creando una sintonía que, sin proponérselo el maestro, influye en quien la escucha. Efecto semejante puede tener la posición de meditación, si quien guía la mantiene de forma cómoda.

Existen otros elementos que tienen que ver con la valoración que haga el alumno  de la eficacia  y valía profesional de dicho instructor.

Son detalles todos estos que conviene cuidar, ya que de no proceder así sucede que, en vez de llevar a nuestros alumnos a un proceso de descondicionamiento a través de la meditación, caemos en lo opuesto, es decir en un proceso de sugestión hipnótica, que condiciona más que libera psicológicamente.

Amable-DiazAmable Díaz López es psicóloga clínica en ejercicio y profesora de la Asociación Española de Prácticantes de Yoga (AEPY) desde 1983. Formadora de profesores, con escuela propia en Madrid, desde 1995: Centro de Yoga Pantanjali. 

Discípula de Eva Ruchpaul, conocedora de las enseñanzas de B.K.S. Iyengar y de André Van Lysebeth.

Ex-Presidenta de la AEPY y Ex-Presidenta, durante cuatro años, de la Comisión Pedagógica de la Asociación Europea de Yoga (UEY).

Durante más de veinte años, viene ejerciendo con seriedad y respeto esta noble disciplina, vinculando su actividad al contacto con la India y swami Veda Bharati. Su amplia experiencia le permite considerar el Yoga, en su vertiente terapéutica, como el método psicofísico más completo y aconsejable para remediar problemas de agotamiento, estrés y ansiedad, sin olvidar que el Yoga es, ante todo, realización espiritual.