Mi amado Ganges

2017-10-23

Este artículo de Ramiro Calle sobre el Ganges se complementa con un documental muy cuidado sobre el Benarés más luminoso, con preciosas música e imágenes: Subah-e-Banaras. Que lo disfrutéis mucho todo.

Había visitado Benarés dos docenas de veces y me propuse no volver. Me resistí a ello hasta lo indecible, pero al final cedí y volví para conocer a mi siempre recordado, querido y admirado Babaji Sibananda de Benarés. Pero esa es otra historia que ya relataré, porque ahora quiero hablar sobre el río más fascinante del orbe, el que de alguna manera es el símbolo más allá del símbolo de la India. Ha arrebatado el sentido a emperadores y campesinos, sadhus y anacoretas, viajeros de todo el mundo, sanos y enfermos agonizantes. Es la prolija Madre Ganga desplegándose como una cobra que no deja de deslizarse por las tierras del subcontinente indio.

Los indios adoran el Ganges en el más ámplio sentido del término. Lo veneran, lo reverencian, lo adoran, a pesar de que por algunas ciudades sagradas fluyen sus aguas tan polutas que ello le llevaron (y hace ya muchos años) a Mark Twain a decir que «están tan sucias que ni las amebas pueden sobrevivir». El caso es que los indios, y sobre todo los hindúes, aman este río, que es el más sagrado del planeta y, por supuesto, el más penetrado por toda clase de cuerpos vivientes humanos y algunos ya muertos, como los de los niños y los sadhus,que no son incinerados, sino arrojados a las aguas gangéticas. Tanto ha sido amado y venerado que algunos devotos se han suicidado en sus aguas, para no esperar a morir y poder lo antes posible fundirse con las mismas y que su alma, directa, haya podido viajar hacia la Madre Ganga, que desciende de la frondosa y muy santa cabellera de Shiva, el Señor del Tercer Ojo y deidad del yoga.

Yo también he aprendido a amar el Ganges y cómo será que en un arrebato místico, cuando estaba sobre una barcaza en el centro de sus aguas a su paso por Benarés, me despojé de la ropa exterior, me quedé con la interior, y me lancé a sus aguas calientes y oscuras, mientras el cadáver inflado de un búfalo pasaba a mi lado. Y no contento con ello, místicamente narcotizado, empecé a efectuar buches con esas aguas santas y polutas, ante la regañina del barquero gritando que no hiciera eso. Luego también Babaji Sibananda me hechó una amorosa reprimenda, pero era tal mi entusiasmo místico que no tuve el menor temor por ser contagiado, como si mi prana (energía vital) fuera la mejor defensa ante ese acto devocional que me hacía meter una y otra vez la cabeza bajo las turbias aguas sagradas y la mirada sorpendida, más que recriminante, de Luisa.

Fue también en estas aguas en las que mi amigo del alma Jesús Fonseca se subió a una barcaza que le recomendó Babaji, llegó al centro del río y arrojó en el mismo parte de las cenizas de su muy amada Esther, mientras invocaba mantras cristianos al Supremo. Y también mi buen amigo José Ignacio Vidal (recomiendo siempre su magnífico facebook: nacho vidal moran) ama estas aguas, aunque supongo no las bebe como hiciera el emperador Akbar. Y cada vez que Alvaro Enterría pasa por Madrid y damos un paseo, también me intereso por la calidad de estas aguas que me producen tanta nostalgia, convencido que no me va a hablar precisamente de la cristalinidad de las mismas a su paso por Benarés.

On Namah Shivaia

He recorrido el Ganges, de norte a sur; las zonas en que he podido, en barcaza a motor, y otras he viajado en automóvil desde Gangotri hasta la Bahía de Bengala, asomándome al mismo cada vez que tenía ocasión para ello: Deoprayag, Rishikesh, Hardwar, Benarés, Patna y Calcuta.

Río de vida, río de muerte. El sagrado Ganges, por cuya cuenca propagó el Buda sus enseñanzas. Este río que sabe de tantas penas y alegrías, de tanta devoción y tanta picaresca. Este río que en las montaña recoge las aguas de otros tantos ríos hasta convertirse en una inmensa serpiente zigzagueando, siglo tras siglo, por las tierras de la Madre India, mi segunda patria, la que tanto quiero y de ahí que escribiera mi grueso libro La India que amo (prologado por Jesús Aguado, otro gran amante de Benarés y su río). La India me ha hecho sufrir y me ha hecho gozar, porque a nadie deja indiferente, y menos ese río que es como una arteria devocional que nunca se detiene, capaz de engullir toneladas se cenizas mortuorias. Al amanecer, en Benarés, la Madre Ganga es penetrada por los devotos como si la vida les fuera en ello. También yo, agnóstico, descreído, incrédulo y al final un bárbaro occidental, sucumbo a su encantamiento y, por las noches, cuando el griterío cesa, me siento a sus orillas, a pesar de los voraces mosquitos de la India y recito, absorto en mi ser, el mantra Om Namah Shivaia.

En Benarés el mantra Om Namah Shivaia resuena con una vibración muy especial. No se trata de la vibración externa, sino de la que produce dentro de uno. Al recitarlo uno está invocando a su Shiva interior, su ser más profundo y revelador. Es el mantra de los mantras para poder evocar-invocar-convocar a Shiva el gran señor de Benarés, el que porta el tridente de la renuncia y es un impenitente meditador, cuya visión es cósmica, y que danza y danza recreando los más vastos universos.

Hasta la madrugada a veces me he sentado al lado del río a recitar este mantra de mantra, adentrándome en mi mismo más allá de ese falsario que es el ego y tratando de mirar cara a cara el rostro del Shiva que está asentado en el propio corazón. Om Namah Shivaia: Invoco a mi propio ser.

Ramiro Calle

RamiroCalleMás de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.

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