El Buda como terapeuta de vidas pasadas

2019-07-22

Al monje zen Taisen Deshimaru, tan concentradamente zen sobre el aquí y el ahora, cuando le hablaban sobre recuerdos de vidas pasadas, respondía: “Ah, living dreams”, sueños vivientes, vívidos o con vida propia. Escribe Joaquín G. Weil.

Meditación y recuerdo, de Ignacio Pérez Crespo, foto finalista del concurso de Fotografia sobre Yoga y Meditación

 

«…que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir; que todo es presente.»
El Quijote, 2a parte, cap. 25. Miguel de Cervantes.

En los antiguos textos budistas, sutras y jatakas, en numerosas ocasiones se habla de las vidas pasadas del Buda, de sus discípulos y de otros personajes de estas historias sagradas. Todavía más: en realidad los jatakas constituyen el extenso relato de las vidas previas del Buda y sus discípulos. Y no solo se habla sobre vidas en esta tierra, sino incluso, para sorpresa del lector, remotísimas existencias vividas en el mundo de los asuras, los devas, en el reino animal o en los reinos infernales.

¿Qué son esas famosas vidas pasadas? Y sobre todo ¿dónde están? Esto suena un poco a los llamados “archivos akáshicos” donde quedarían registrados todos los sucesos del universo, hasta los más insignificantes, como la caída de la hoja de un árbol sobre la hierba. O suena también al continuum universal de Einstein, donde el conglomerado espacio-tiempo fuera como una gran gelatina espacio-temporal que pudiera ser cortada con un cuchillo en cualquier dirección, trayendo al presente cualquier tiempo y lugar.

Cuando al maestro zen Alonso Ufano le pregunté sobre este asunto de las vidas pasadas, me remitió, una vez más, al momento presente: “Sólo existe el aquí y el ahora”. Tiene cierta gracia constatar que muchos de los maestros que conocí, con los cuales conversé y de los cuales aprendí, tenían entonces aproximadamente la edad que yo tengo ahora, o eran incluso más jóvenes. Factor este de la edad que arroja una nueva comprensión sobre el frigorífico o la heladera donde se conservan las memorias o los recuerdos antiguos (junto a las las lentejas que sobraron de ayer y los yogures). Es como aquel alpinista que encontró el joven cadáver de su padre (también alpinista) congelado en un glaciar de los Alpes. El cuerpo helado de su padre desaparecido en una escalada hacía décadas era más joven que el suyo propio. Y ambos muy parecidos.

El aquí y ahora zen

Me gusta respetar la comprensión de todas las personas acerca de diversos asuntos, sobre todo porque expresan diversas perspectivas que, a su modo, son ciertas.

Finalmente, hasta la sobriedad, la sencillez y el aquí y ahora zen se convierten en ideología, en una suerte de neti-neti inacabable, donde no es ni esto ni aquello ni lo de más allá (pero tampoco eso otro llamado neti-neti). Mi comprensión sobre el asunto del aquí y el ahora zen es que no debe ser confundido con un aquí y ahora mostrenco y terrenal. Sino que es un aquí ubicuo y universal que engloba todo lugar, y se trata de un ahora eterno, intemporal, que abarca todos los tiempos posibles.

Vale que toda especulación puede ser un ejercicio ocioso de la mente, incluso cuando ésta se dedica a especular sobre los asuntos más filosóficos y trascendentes. Si bien las personas no especulamos, reflexionamos o filosofamos por capricho, sino por una necesidad acuciante de resolver los enigmas que –para cualquier persona medianamente sensible– presenta el día a día. Buscamos respuestas, sobre todo a los acontecimientos aparentemente azarosos y súbitos que irrumpen en nuestra vida, en ocasiones de un modo brutal, arrancándonos de nuestras rutinas y lanzándonos a la perplejidad metafísica: sobre el sentido de nuestro destino, entendido como la sucesión de infortunios o coincidencias afortunadas que ocurren en nuestra vida.

Más misterioso todavía es cuando las circunstancias y los sucesos en la vida de una persona se repiten llegando a convertirse en patrones vitales, como pasa, por citar sólo un ejemplo, en el caso de una de las más conocidas discípulas directas de Buda.

El karma de Isidasi

Isidasi era la adorada hija única de un rico comerciante, el cual, llegada la edad, acordaría su matrimonio con el hijo de un adinerado socio suyo. Pese a ser una esposa atenta y virtuosa fue repudiada por su marido, el cual no podía ofrecer ninguna explicación o motivo de este rechazo, simplemente decía que no podía soportar su presencia. Este suceso ocurrió hasta en dos ocasiones más. Se casase con quien se casase, rico o pobre, ningún marido podía soportarla, sin poder aportar en ningún caso razones para dicha aversión, pues era agraciada e intachable como esposa. Finalmente Isidasi conoce a una monja budista a la que decide seguir y renunciar, de este modo, a sus afanes matrimoniales y su vida familiar junto a sus padres, quienes, tras numerosos ruegos, no pueden sino ceder a esta vocación.

A través de arduas y constantes meditaciones, finalmente Isidasi “recuerda” la causa de sus desdichas. En otra vida había sido un “orfebre apuesto y rico completamente intoxicado por la juventud” que había seducido y abandonado a numerosas mujeres, tanto solteras como casadas. Tras diversas vicisitudes en aquella y en otras vidas, tanto en este reino humano como en los reinos infernales, finalmente le toca vivir, encarnado en mujer, el abandono. Esta conciencia o comprensión de su karma reconcilia a la meditadora con sus circunstancias y con su pasado trayéndole la paz.

Como en el caso de Isidasi, en ocasiones es el propio discípulo quien alcanza a “recordar” o comprender la causa kármica de sus desdichas. Otras veces es el mismo Buda o alguno de sus aventajados discípulos quien ofrece una explicación, mencionando el origen remoto de un suceso actual conforme a lo que posteriormente se dio en llamar el “banco del karma”, siguiendo una lógica sencilla e implacable de que todo bien o mal causado por una persona es posteriormente recibido por la persona misma.

Esta toma de conciencia tan frecuente en el budismo original tiene un indudable efecto terapéutico: reconcilia a la persona con los sucesos de su vida o con los patrones reiterativos con lo que se encuentra. En realidad la propia toma de conciencia constituye la redención, la terapia, la cura. Y no sólo para la persona sino para el coro de congéneres que contemplan el perturbador suceso de que alguien santo pueda sufrir cualquier daño o una muerte aparentemente injusta, a manos de otra persona.

A quien quiera aprender más sobre este asunto le recomiendo el magnífico libro: Grandes discípulos del Buda, en edición de Bhikkhu Bodhi, Nyanaponika Thera y Hellmuth Hecker.

El fundamento de la cura del alma: la consciencia

Cuando la muy bondadosa y magnánima reina Samavati de Vamsa muere en un incendio intencionado (provocado por otra de las mujeres del rey) y los discípulos se sienten perturbados ante tamaña injusticia, Buda los calma señalando el origen kármico del hecho en una vida anterior, cuando Samavati, entonces reina de Benarés, quemó vivo a un paccekabuda.

Otro caso: cuando Patacara, trastornada por la trágica pérdida de toda su familia, llega ante Buda, éste le ordena que recobre la cordura y la consuela con el recuerdo del samsara en otras vidas.

Aunque la persona esté madura para alcanzar la claridad mental de un arahant, su cuerpo, víctima de un karma previo, está sujeto al efecto de las acciones anteriores, en esta y en otras vidas. Incluso el propio Buda tuvo que sufrir una herida a manos de su primo Devadatta. Sariputta fue golpeado en la cabeza por un demonio y Moggallana murió asesinado, por citar sólo algunos ejemplos más. En efecto, los grandes arahants sufren sucesos y circunstancias adversas, tanto antes como después de haber alcanzado la comprensión o la iluminación.

Como vemos, el magisterio del Buda no sólo es un anecdótico precedente de la así llamada “terapia de vidas pasadas”, sino que es el origen de esta terapia así como de otras terapias psicológicas de diversa índole, como en un futuro escrito pormenorizaré. La razón es que el Buda establece el fundamento de la cura del alma: la consciencia.

Evidentemente la terapia que obra el Buda es de carácter radical e incondicional. No se trata de poner un parche o un remiendo a las vicisitudes una vida descabalada. No se trata de tomar una píldora para seguir cursando aproximadamente la misma vida errada. La única solución para escapar al ciclo del karma es renunciar al Samsara. Por su parte, lo que pretenden por lo general las terapias de vidas pasadas de diverso rango es aliviar un síntoma, lo cual no es poca cosa. Comprendiendo en sucesos de vidas pasadas de dónde viene la, de otro modo inexplicable, consecuencia: extraños dolores físicos, irrazonables emociones o patrones de comportamiento, filias, fobias, aversiones o temores que, toda vez son remitidos a una anterior vida, su efecto se desvanece.

Consciencia de los hechos y sus consecuencias

Es importante entender esto: no se trata de que el karma establezca una suerte de talión universal, una venganza del destino, donde “quien a hierro mata, a hierro muere”, sino de lo que se trata es de adquirir la consciencia de los propios hechos y sus consecuencias. Lo óptimo, si bien raro, es la comprensión o la consciencia absoluta de las propias acciones que, para ser verdadera y genuina, acaba siendo, de otro modo, vivida en propia carne. Por ese efecto sanador de cualquier grado de conciencia, como es lógico, la conciencia plena del arahant le libera del sufrimiento samsárico.

Un mero síntoma que sufra cualquier persona puede deberse a la condición de víctima en vidas pasadas. Sin embargo, Buda, en el origen de esta sabiduría y enseñanza, va más allá, a la misma raíz del drama humano: en la relación kármica y samsárica, la condición de víctima y la de verdugo se suceden en una trágica alternancia.

Finalmente esta difícil (y metafísica) observación: El efecto kármico es de carácter inmediato. No se trata de quien obre mal o bien vaya a recibir la consecuencia de sus acciones en futuras vidas, sino que, en el escenario único de la consciencia, bien y mal son obrados y recibidos en la consciencia misma. Quien obra bien, de una manera amorosa, realiza la esencia de la compasión: todo es sentido por la consciencia, dentro de la misma consciencia, no en anteriores vidas, no en vidas futuras sino en el presente intemporal y eterno. Por eso, amigos, poblemos nuestros días de hermosas acciones, es la manera de crear a cada rato el auténtico paraíso.

Es necesario convertir la mente en nuestra aliada, de modo que la indagación sobre las vidas pasadas, en relación con esta nuestra presente vida, rinda una respuesta fructífera y consciente.

Joaquín G. Weil es autor del Manual Formativo Dominio de las Técnicas Específicas del Yoga (Temario Oficial)
https://iayoga.org/servicios/manuales/