3. Âsana, la actitud en la postura

2017-07-10

Nunca en la historia del Yoga han existido tantos āsanas y métodos como hay hoy, aunque en nuestra práctica cotidiana un centenar de posturas pueden bastarnos para cubrir de sobra nuestros objetivos esenciales. Pero de la infinidad de formas que podemos reproducir con nuestro cuerpo, lo que nos interesa de verdad es la actitud con la que hacemos todas ellas. Serie escrita por Julián Peragón (Arjuna). Ilustración: Eva Veleta.

Ilustración: Eva Veleta

Podemos decir que hay cientos y cientos de āsanas, innumerables permutaciones que puede hacer nuestro cuerpo con brazos y piernas, manos y pies, tronco y cabeza. Mitológicamente se nombran hasta 72.000 āsanas aunque, a todas luces, resulta un número exagerado sólo para indicar la abundancia de posibilidades. Nunca, en la historia del Yoga, han existido tantos y tantos āsanas y métodos prescritos como en la actualidad. Al final, en nuestra práctica cotidiana un centenar de posturas pueden bastarnos para cubrir de sobra nuestros objetivos esenciales. Pero de la infinidad de formas que podemos reproducir con nuestro cuerpo, lo que nos interesa de verdad es la actitud con la que hacemos todas ellas.

La raíz de āsana es as que significa estar sentado, existir, habitar. Y nos viene muy bien comprender que la base de todo āsana puede tener que ver con un estar sentado, con habitar el cuerpo y con percibir la existencia. (…)

Según la mitología hindú, el dios Vishnu, probablemente cansado de sostener la creación del universo, le pidió a su primer discípulo, Ananta (el señor de las serpientes) reposo a cambio de protegerle del temible pico del pájaro Garuda que ya había causado estragos entre la comunidad de serpientes. Garuda era, no obstante, el pájaro fiel que llevaba sobre sus lomos al mismísimo dios y, por ese motivo, él lo tenía a su lado. Ananta por su parte tenía una doble tarea: aflojar suficientemente los anillos de su cuerpo para que el lecho divino fuera confortable y acogedor y también (y aquí está lo difícil) sostener con sus innumerables cabezas todo el peso del universo. La serpiente estaba pues en una disyuntiva: si se aflojaba en exceso para resultar un lecho cómodo, el techo del universo podía vencer su resistencia y aplastarlo, pero si se ponía demasiado tensa para asegurar el sostén, sus anillos se harían duros y podría romper el sueño reparador de Vishnu. Además, todo ello bajo la mirada un tanto hostil de Garuda. Ananta sólo podía conseguirlo con una gran maestría, manteniéndose vigilante y a la vez relajado. 

Equilibrio difícil de conseguir

La palabra clave para esta maestría es templanza. Una cuerda necesita ser suficientemente dura para no romperse ante el primer tirón pero también necesita tener la flexibilidad adecuada para envolver bien el objeto que pretende sujetar. De la misma manera, la mayor parte de nuestras actividades requieren de una templanza similar. (…)

Esta especie de equilibrio es el que buscamos al hacer una postura, un āsana. Patañjali lo dice muy claro en el sūtra 46 del libro II de los Yoga-sūtras: el hecho de sentarse debe ser estable y cómodo largo tiempo. Para ello introduce dos conceptos opuestos pero complementarios: uno de ellos es sthira, que podemos interpretar como estar firme, sólido y permanente, una especie de continuidad sin cambios y un estar en alerta. El segundo de ellos, sukha, significa algo espacioso y cómodo, agradable y sin esfuerzo, que permite el abandono y que se adapta al cambio. (…)

Sin embargo, a menudo, este equilibrio o bien no se consigue, o bien se rompe con facilidad. Este desequilibrio es común en una clase grupal en la que no se hayan explicitado las pautas y los elementos suficientes para que cada uno pueda regularse. Si el instructor o instructora (por muy buenas intenciones que tenga en clase) marca un ritmo único para todos, es probable que muchos alumnos no logren este equilibrio en la postura. Por otro lado, la exigencia de “llegar” a conseguir la postura de referencia (aunque todavía no estemos preparados para ello) puede resultar disfuncional. También puede suceder lo contrario, que las pautas dadas no sean suficientemente claras para abordar las posturas con la intensidad adecuada. (…)

Desde esa mirada podríamos preguntarnos: ¿qué hay más allá de la forma que adopta un āsana? En el interior de la postura hay una especie de estructura que aparentemente no se ve a simple vista pero que le da a la práctica del Yoga una gran solidez. Es una suerte de carambola a tres bandas que hace que toda postura no se parezca a la rigidez de una estatua y que tenga, en cambio, vida interna, movimiento y coordinación. 

Pongamos por caso la imagen de un barco velero e imaginemos que su quilla es el cuerpo, las velas la respiración y el timón nuestra mente. El barco flota porque la quilla está engrasada y no tiene fisuras, las velas se inflan con el viento porque están sujetas al mástil del barco y el timón vira en la dirección propuesta porque está sujeto al eje que hace de palanca. Evidentemente los tres elementos tienen que colaborar si queremos navegar.

3 elementos que construyen āsana

Algo similar encontramos en un āsana: están las bases posturales que nos permiten adoptar una postura sin riesgo, con los apoyos firmes y la proyección de todos los segmentos; seguida por la conciencia respiratoria que pone el énfasis en cada postura y favorece la movilización de la energía; y también nuestra atención que secunda las fases por las que pasa una postura y reconoce los momentos necesarios de inflexión. Necesitamos que la postura sea estable, la respiración profunda y la atención relajada para conseguir esta armonía que en la imagen del barco consiste en navegar con fluidez en la dirección elegida. Navegar por el mar de nuestra realidad tanto en la calma como en la tempestad. (…)

Esta vivencia profunda en āsana es una forma de comunicación con uno mismo, con aquello que nos habita, sea nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestra mente o nuestras motivaciones. Lo mismo ocurre con el trato informal con un buen amigo: hay momentos para expresar, para escuchar, para banalizar o para profundizar, momentos para la risa, para la complicidad y para expresar el sufrimiento. Hay un flujo en esa comunicación en la que nos vamos liberando de protocolos sociales, de lo puramente anecdótico y vamos expresando el ser que somos ante nuestro amigo que nos acoge incondicionalmente. Con el Yoga hacemos un viaje parecido, vamos navegando entre nuestras sensaciones hasta unificarnos en lo que somos, como una danza ya libre de todo corsé muscular.

Cualquier fotografía de un āsana sólo atinará a mostrar la punta del iceberg de esa vivencia interior que puede ser inmensamente rica en matices y comprensiones. Acercarnos delicadamente a nuestros límites, dialogar sin violencia con ellos, reconocer y sensibilizar zonas del cuerpo que la vida social excluye, encontrar el equilibrio entre comodidad y atención y, cómo no, diluirse en la presencia del momento hasta abrazar lo inconmensurable. (…)

El laboratorio del Yoga

Venimos diciendo que āsana no es algo fijo sino un proceso con muchos matices, unos más externos, otros más internos. La atención en la postura reside en reajustar tanto el exceso como la falta de esfuerzo constantemente. Cada postura requiere el impulso justo para su realización y mantenimiento, ni más ni menos, pues de esta manera conseguiremos una experiencia de armonía. El sobreesfuerzo en la práctica del Yoga puede ser más fácilmente detectable que cuando estamos en medio de la complejidad de la vida misma. Percibimos claramente dónde aprieta una postura, pero nos cuesta, en cambio, ver aquello que es fuente de sufrimiento en nuestra realidad cotidiana. Por eso el Yoga es un laboratorio en el que podemos experimentar la forma en que reaccionamos frente a aquello que nos es difícil, aquello que supone un reto, aquello que nos causa tedio o bien nos ilusiona profundamente. (…)

El Yoga también nos ayuda a comprender que las prisas y el agobio no tienen sentido, pues lo que nos interesa es observar el flujo de la vida y para ello se necesita calma. Nosotros formamos parte de ese flujo… La vida está para ser contemplada, para ser vivida y para ser celebrada. A nadie se le ocurre pagar una entrada cara en la ópera para terminar durmiéndose o para rumiar lo que va a hacer al día siguiente; si pagamos esa entrada es para fundirnos en el arte operístico. Y esto requiere concentración en lo que está sucediendo en el escenario.

Cuando Patañjali nos habla de āsana nos habla de infinito (ananta), de eterno e ilimitado, nos habla también de absorción y concentración profunda. Entonces ya tenemos todas las piezas del puzle. En el sūtra 48 del libro II de los Yoga-sūtras se dice: “la postura se domina mediante el esfuerzo inteligente con vistas a la reducción de los obstáculos y la realización del infinito. Entonces cesa todo ataque de los opuestos”.

Pero, ¿qué es este infinito? Este infinito está fuera y está dentro, siempre ha estado y siempre estará, no podemos definirlo pero sí señalarlo, no podemos verlo pero si intuirlo en su reflejo, en su manifestación. No podemos ver sus contornos porque no tiene límites; no podemos darle cualidades porque no es una cosa; no es ninguna experiencia pero sí lo que soporta toda experiencia. No nos confundamos, el Yoga es una práctica y una filosofía, pero sobre todo es un vuelo místico. Āsana es un buen trampolín para saltar y zambullirnos en el océano infinito del espíritu.

Julián Peragón Arjuna, formador de profesores, dirige la escuela Yoga Síntesis en Barcelona. Es autor del libro Meditación Síntesis (Ed. Acanto).

Su último libro es  La Síntesis del Yoga. Los 8 pasos de la práctica. Editorial Acanto.