Qué se puede hacer ante el terror

2015-11-14

Ante una tragedia, uno se pregunta qué se puede hacer y, sobre todo, qué es lo que uno puede hacer. La respuesta de la razón, que busca el equilibrio en el juicio, ha de abrirse paso entre sentimientos de dolor, miedo e incluso odio, las reacciones inmediatas. Escribe Pepa Castro.

Rue Paix

Es evidente que todos somos París y que todos estamos unidos por el dolor y por el rechazo a la violencia. Pero, más allá de consignas y etiquetas a las que somos tan aficionados, también soy Estambul, Beirut, Sinaí, Nigeria (niñas secuestradas de las que ya nadie habla) o campos de refugiados donde llegan y mueren a diario miles de personas huyendo de la guerra, mientras miramos hacia otro lado.

Lo que se percibe es que la intensidad de los sentimientos ante masacres como la de París es proporcional a la distancia sociocultural de donde se produjo la tragedia. Parece que sentimos más o menos lo que suceda al otro en función de su proximidad a nuestro entorno… Como si las vidas humanas no tuvieran todas el mismo valor.

Es un atávico mecanismo psicológico de autoprotección: el miedo al otro es mayor cuanto más diferente se le sienta. El mismo día que el terror invadía París, Rosa Montero expresaba su rechazo a los nacionalismos desde El País Semanal, y contaba las conclusiones de un ensayo de Judith Rich Harris, No hay dos iguales (Funambulista): “Explica Rich Harris que en la época de las cavernas era evolutivamente importante reconocer a la propia y pequeña horda, porque la horda vecina podía ser un peligro. Y ese aprendizaje era por entonces tan importante que pasó a ser un equipamiento de serie: los bebés de todo el mundo empiezan a desconfiar de los extraños a los seis meses de edad. Como la cohesión del grupo se fomenta estableciendo costumbres diferenciadoras, la gente distinta es vista de inmediato con hostilidad”.

Poco ha evolucionado el ser humano en lo referente a defensa y agresión. Lo que en las cavernas obedecía a la lucha por la pura supervivencia de una tribu o un clan, a lo largo de la historia de la humanidad ha ido derivando en luchas de poder, de codicia y ambición camufladas de ideales religiosos y patrióticos, según el interés de unas élites que han sabido manejar entre sus súbditos esos miedos y sentimientos identitarios hasta transformarlos en xenofobia y fanatismo.

Tampoco han cambiado mucho los móviles. Por encima de religiones, civilizaciones y pueblos, la codicia (hoy petróleo, armas, coltán, materias primas, capitalismo financiero salvaje) de los poderosos sigue moviendo los hilos del planeta y sembrándolo de tragedias, guerras, hambrunas, injusticia, destrucción de recursos. Una codicia sin límite y ahora sin identidad, globalizada, que desestabiliza y asola países, continentes enteros como África, El fruto de la codicia y de la terrible brecha entre un mundo rico y otro pobre solo tiene un nombre: desesperación, que empuja a millones de personas a huir de sus hogares para arrojarse al vacío y a otras, muchas menos, al fanatismo y al odio más radical.

Y vuelvo al punto de partida preguntándome: ¿qué puedo hacer yo ante una tragedia como la de París, ante el miedo y la  indignación? Se me ocurren varias humildes actitudes:

  1. Rechazar la violencia y sus expresiones. Sabemos bien que la violencia no solo no sirve para acabar con la violencia, sino que la engendra con renovada fuerza.
  2. Desconfiar y desmarcarme de la propaganda escrita desde el odio, de las consignas simplistas repetidas desde la ignorancia, de las opiniones xenófobas, radicales, maniqueas (nosotros los buenos, los otros el enemigo) con las que nos bombardean desde todo tipo de tribunas y púlpitos. Y vacunarnos frente a ellas leyendo y aprendiendo de artículos, entrevistas y documentos de expertos independientes, porque la realidad de los conflictos sociales en nuestra época siempre es compleja y rica en matices que hay que conocer si queremos tener una opinión bien formada. Además, el miedo se combate con la información, y la ignorancia lo refuerza.
  3. Discernir, vigilar nuestra tendencia a tomar el todo por la parte, sobre todo cuando se trata de formarnos juicios sobre colectivos de personas (musulmanes, refugiados, nacionalistas, etc.). Cuando generalizamos sobre materias que no conocemos a fondo, erramos en alguna medida y somos injustos con alguien.
  4. Aprovechar para aprender acercándonos al otro, al diferente, al que viene de fuera. Intentar comprender un poco más su realidad, sus motivaciones, conocer sus necesidades y desgarros, sus afectos y sus sueños. Cada persona puede enseñarnos algo, y aunque cada una es distinta, en nuestro interior todas anhelamos básicamente lo mismo: poder vivir y amar en paz.
  5. Militar en el buenismo, ¡sí señor! No es ingenuidad, sino condición necesaria y la única opción posible para las personas que no quieren dejar de serlo. La no-violencia, la conciliación, la negociación, la educación, el respeto por los derechos humanos, la solidaridad y la justicia social, como principios frente a toda prueba: ese es el olvidado fin del arte de la política y la diplomacia, no el belicismo ni la defensa de intereses vergonzosos.
  6. No renunciar al activismo moral. El pacifismo no significa inacción ni resignación, sino presionar para que los gobiernos encuentren soluciones democráticas a los retos actuales: que dejen de fabricar y vender armamento,  que respeten los acuerdos sobre cambio climático, que se esfuercen en hacer compatible el respeto a las libertades de los ciudadanos con su seguridad, que abran fronteras a los refugiados. Desde los foros que nos parezcan adecuados (comunidades, ong’s, movimientos cívicos, etc.), trabajemos por un mundo mejor. Si todos tenemos como propósito de vida mantener el corazón abierto, el intelecto sensato, cultivado y curioso y la voluntad presta a servir al otro, haremos del mundo un lugar más acogedor.
  7. Continuar con nuestra práctica de yoga, que nos ayuda a mantener el equilibrio, a ver con claridad y a perseverar en nuestros propósitos.