¿Yoga para afrontar la realidad o para rehuirla?

2014-06-02

Yo me apunto a lo primero, y así lo escribí en este texto con el que tuve el honor de prologar el nuevo libro de Juan Ortiz Yoga para la vida y para la realidad. Y tú, lector, ¿qué respondes? Esperamos tu opinión en info@yogaenred.com, y prometemos publicarla.

afrontar realidad

Prólogo a Yoga para la vida y para la realidad, de Juan Ortiz:

Desde que empecé a conocer a Juan Ortiz en mis tiempos de directora de la revista Yoga Journal para España, me llamó la atención que en sus notas biográficas se destacara su perfil “conciliador”. Estaba yo casi recién aterrizada en esa publicación y en el propio yoga (hablo de hace alrededor de siete años), y me sorprendió porque entre mis ideas preconcebidas de principiante estaba la de que en el yoga todo era unión y concilio.

El tiempo me desengañaría un poco, pero no Juan Ortiz: el “mundo del yoga” estaba muy dividido, pero él seguía fiel a sus principios de cohesionar, de sumar esfuerzos. Resultó significativo, ahora lo pienso, que lo primero que me propuso cuando ya tuvimos un poco de confianza no fue espacio para escribir sus propios artículos, como era la petición habitual, sino una sección en la que otros profesores de yoga pudieran escribir en profundidad.

Si se trataba de apoyar para unir esfuerzos, Juan Ortiz siempre aparecía el primero, como ocurrió recientemente, cuando fundamos la revista digital Yoga en Red. Ahí estaba él para demostrarte su confianza en ti y en el proyecto. Juan predica con sus actos.

Ese alineamiento entre el ser íntimo y el yo social, entre valores y conductas, es el fin del yoga y de toda ética; ese gramo de práctica que vale mucho más que toneladas de teoría, que decía Swami Sivananda.

En la escritura de Juan Ortiz esta búsqueda de coherencia, junto con la de unir y conciliar, ha sido una preocupación permanente. Coherencia significa vivir de acuerdo con unos códigos de conducta, pero también adaptarlos a las circunstancias de la vida actual y cotidiana. Y la vida actual y cotidiana requiere cambios.

El yoga es (o, mejor dicho, puede ser) un sistema de transformación verdaderamente revolucionario. Válido y eficaz en este momento histórico, aquí y ahora, para el individuo y para la sociedad.

Y mucha falta hace. Porque se necesita poder y acción, individual y conjunta, para cambiar este estado de cosas en el que vivimos. La mercantilización general de las relaciones humanas, la extensión de la cultura de mercado a todos los dominios de la vida, la reducción del ciudadano a hombre económico sin otros atributos, la depredación sin medida de todos los recursos del planeta, comprometen cada vez más a los individuos, las sociedades y la propia vida en el planeta.

Todas las revoluciones han acabado fracasando porque las personas eran las mismas, diríamos simplificando al máximo. Pero lo esencial del yoga es que transforma a las personas desde dentro. Te revuelve (revolvere: “volver a girar”) y te devuelve la mirada interior para hacerte evolucionar.

Se equivocan quienes consideran el yoga simplemente un ejercicio exótico e inocente (los que, por ignorancia, tienen prejuicios) o un refugio autocomplaciente (los adoradores de su propio ombligo). El yoga es un instrumento para recuperar el poder  interior y la libertad de la propia mente colonizada por el ego, cautiva, dormida, a fin de que, alineada y unida al ser primordial que la habita, experimente ser parte de todo el universo.

Pero ¿cómo llegar hasta ahí? Quizás lo que se relega al olvido (o se ignora) con frecuencia es lo más importante: que el yoga es una sólida ética de vida (“No hay caminos para los Yamas y Niyamas, ellos son el camino”, ha escrito Juan Ortiz). Tu práctica te permite vaciarte, descondicionarte, para llenarte de nuevo con atributos rescatados de tu mismo ser interior, ese ser espiritual que eres: la honestidad, la fraternidad, la bondad, la empatía, la modestia, el sentido de la equidad, de la responsabilidad y de la solidaridad. Te transformas en un militante de estos valores verdaderamente espirituales: los desarrollas activamente en todos los terrenos de tu vida, con coherencia y compromiso, hasta que impregnen tus pensamientos y tus actos.

Naturalmente, todo eso es un proceso gradual, un ejercicio de paciencia, trabajo y tenacidad en el que cada pequeño avance (por ejemplo, dar activamente, dejar de mentir, vivir con más austeridad, vencer un temor, etc.) abre la puertas a nuevos avances. “Vamos realizando ciertos logros -dice Juan Ortiz­-­ en un proceso gradual vital, y así vamos encendiendo algunas luces y consiguiendo claridad en nuestras vidas”.

 “Sirve, ama, da, purifícate, medita, realízate”, precisó Swami Sivananda. Ese es el trabajo yóguico y no otro, la auténtica transformación personal capaz de cambiar la realidad. A partir de ahí, cada ser humano se orientará hacia sus objetivos concretos utilizando sus dones individuales. Pero podría decirse que quien sigue esa ruta tan bien resumida por la famosa frase de Swami Sivananda no puede perderse.

En mi ignorancia de modesta practicante de yoga confieso que me parecería un derroche (y un contrasentido) que el yoga me ayudara a ir despertando mi consciencia y a liberarme de creencias que condicionan mi mente y mi discernimiento para que yo me entregara a la autocontemplación y la pasividad. Que la transformación que propone el yoga llegue desde el interior de mí mismo no me conduce a una torre de cristal ni a confundir el desapego con el desinterés hacia lo que está sucediendo a mi alrededor.

Vivimos en una época y lugar determinados, y a esas circunstancias tenemos que adaptar nuestra práctica de yoga. Las necesidades de hoy, en cuanto a esas grandes grietas que se abren cada vez más en el sistema económico y social en el que nos ha tocado vivir, nos llevan a actuar, cada cual en la medida de sus posibilidades. “Es preciso reorganizar nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la propiedad y al consumo ilimitado” (Carlos Taibo).

Hoy, desde los poderes económicos que manejan el mundo, se está propiciando entre los ciudadanos una cultura de la indiferencia y/o del hartazgo. Muchos han perdido las ganas de mirar, de pensar y actuar. Pero la inhibición y la inacción en el terreno de lo social sólo nos convierte en personas cada vez más vulnerables y manipulables, más desprovistas de esos ideales, derechos y libertades que en Occidente costó mucho sudor y lágrimas conquistar.

Buscando esa adaptación del yoga a los tiempos que corren, me quedo con esta cita de Deepak Chopra, una particular interpretación de la ley del dharma hecha en su libro Las siete leyes espirituales del éxito: “Si usted quiere aprovechar al máximo la Ley del Dharma, tiene que establecer varios compromisos. El primero: voy a buscar a mi yo superior, que está más allá de mi ego, a través de la práctica espiritual. El segundo: voy a descubrir mis talentos singulares; y una vez descubiertos, voy a disfrutar. Tercero: voy a aplicar mis talentos singulares para servir a las necesidades de mi prójimo. Cuando usted combina la capacidad de expresar su talento singular con el servicio a la humanidad, entonces está haciendo un uso pleno de la Ley del Dharma”.

Juan Ortiz lo ha escrito mucho mejor en un artículo para Yoga en Red (‘Samādhi, la verdadera dirección del Yoga’): “Encuentro más felicidad en una sonrisa y una mirada tuya que en cualquier historia gradilocuente o pretendidamente espiritual. Y eso es Samādhi (…) Samādhi no es un estado que solamente puedan alcanzar unos pocos elegidos, sino más bien un potencial iluminador que todos podemos desarrollar como seres humanos. O podemos todos o no puede nadie”.

Yoga para la vida, para ti y para mí, para el que cree en su poder y para el que no, para la gente de la calle, para andar por casa. El Yoga del activismo, de la fraternidad, de la conquista de los valores que nos hacen seres espirituales, humanos y sociales.

 Pepa Castro, coeditora de la revista Yoga en Red